Sofía la peluquera

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Sofía era la peluquera del barrio. Una señora de treinta y algo de años, no muy alta, de pelo castaño, labios gruesos, senos voluminosos, piernas firmes y glúteos bien redondeados. Trabajaba en su casa, en donde había acondicionado un cuarto como peluquería. Desde niño había ido a cortarme el pelo con ella. Pero al hacerme adolescente mi relación con Sofía se modificó. 

Yo tenía dieciocho años y una tarde de verano fui a su casa para cortarme el pelo, previa reserva de turno por parte de mi madre, como siempre sucedía. Aquella tarde Sofía me recibió con una simpatía que yo no le había conocido. Llevaba un vestido ajustado de falda muy corta, de escote abierto sin breteles, y estaba descalza. Apenas abrió la puerta percibí su perfume cítrico y embriagante. Me recibió con un beso y me indicó que entrara. 

Desde niño Sofía me había recibido sola en su casa, ya que su marido estaba en el trabajo y no tenía hijos. Pero aquella tarde se encargó de señalar que estábamos solos y que nadie vendría. Antes de sentarme en el sillón frente al espejo me contó entusiasmada que acababa de terminar un curso de masajista y que le encantaría practicar conmigo. Sin esperar respuesta me guio hasta una camilla que había en la galería y con total naturalidad me dijo que me desnudara, qué así era como debían hacerse los masajes profesionales. Muerto de vergüenza, dudé. Entonces ella comenzó a ayudarme a quitarme la ropa. Me desnudó por completo y me dijo que me acostara boca abajo. Se untó las manos en aceite y comencé a sentir como me recorría la espalda en una fricción suave y resbalosa. En cuestión de segundos mi verga estaba completamente erecta, pero al estar boca abajo no se me veía. Mientras ella me masajeaba los hombros, el cuello y la espalda entera yo me preguntaba qué estaba sucediendo, qué pasaría con aquella mujer. 

Luego de masajearme un rato me dijo que me colocara boca arriba. Yo me negué sin poder inventar una razón. Ella se rio y me hizo girar sobre la camilla hasta colocarme boca arriba. Mi verga estaba enorme. Sofía me miró con picardía y me dijo: "Ya me parecía que nos íbamos a encontrar con esto, no te preocupes mi muchachito, es lo más natural del mundo". Entonces me la tomó con su mano izquierda y se la llevó a la boca. Comenzó a chupármela lenta y suavemente a la vez que me acariciaba los testículos, mientras yo estaba petrificado de sorpresa y placer. Jamás me habían hecho aquello, sentir mi pene dentro de su boca me reveló una sensación muy superior a lo que yo había podido imaginar en mis fantasías. Veía su cabeza subir y bajar, sus labios carnosos rodeando mi verga, su saliva untándomela. Sentía su lengua jugar con mi glande. Aumentó la intensidad de sus movimientos y comenzó a chupármela con vigor, morí de asombro y calentura al descubrir que podía tragársela por completo, hasta el fondo de su garganta, sin ahogarse. Los ímpetus de la adolescencia hicieron que rápidamente le lanzara una explosión de semen en la boca. Entonces ella se incorporó, y mirándome directo a los ojos se tragó la leche y se relamió, golosa. "Este va a ser nuestro secreto, dijo". Luego, me indicó que me vistiera y me cortó el pelo como si nada. A partir de ese día, antes del corte de pelo ella me daba una chupada. Se me hacía larga la espera entre un corte de pelo y otro. 


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