Urgencias.

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Cuando Manolo llegó a la sala de espera de Urgencias le costó encontrar a Riquelme entre una muchedumbre que, como su amigo, se encontraba igual o incluso más nerviosa que él. Este, con la cabeza apoyada sobre su mano derecha, se balanceaba una y otra vez al tiempo que repetía como en una especie de mantra “esto solo me pasa a mí por idiota”. Manolo, esbozando su habitual medio sonrisa burlona, se acercó a donde estaba.

—Al final, al garete las cervezas, las gambas y la final de copa, ¿no? —dijo Manolo.

—Si tienes un amigo idiota que también tiene amigos idiotas, ¡qué esperas! —contestó Riquelme.

—¿Qué ha pasado? —preguntó al fin Manolo.

—Si quieres que te diga la verdad, todavía no lo sé muy bien.

—¿Tu nuevo amigo? —añadió Manolo.

—Sí. Está ahí dentro con Perfecto. Cuando salgan quizá te lo explicarán mejor.

Riquelme presentía que Perfecto y Zoriano, más conocido como Corcocho, estaban a punto de salir, pues llevaban dentro del box cerca de tres horas. En cuanto a él, si hubiese querido explicarle a Manolo lo que había sucedido no hubiese podido, pues ni siquiera Perfecto, que estuvo con Corcocho cuando sucedió todo, fue capaz de contárselo con detalle cuando le llamó a eso de las cuatro. Lo único que pudo oír con más o menos claridad fueron los gritos de Corcocho y algo así como “se la ha metido” que Manolo repetía una y otra vez con su vocecilla apocada de meapilas.

Diez minutos más tarde ambos salieron del box junto a un médico que, con cara de sueño y expresión de ser víctima de una burla, no paraba de repetirle a Zoriano unas indicaciones a las que este asentía con la cabeza al tiempo que exclamaba algún ay y se tocaba un abultado apósito que llevaba donde la espalda pierde su nombre.

Manolo, pese a saber que no iba a ver el partido de fútbol, volvió a sonreír burlonamente aun sin conocer los pormenores de aquel incidente al sentirse protagonista de una situación surrealista. Perfecto, en cambio, con gesto más serio de lo habitual, se encargó de informar a sus amigos del suceso pues no en vano no solo había sido testigo principal sino partícipe del mismo.

—Fue a eso de las tres. Zoriano fue a mi fábrica para reunirnos con vosotros y ver el partido. Cuando salimos vi a Julia, la administrativa aquella que eché el mes pasado. La verdad es que parecía fuera de sí. Iba con su crío y no paraba de repetirme que si era madre soltera, que si yo debía ponerme en el lugar de ella y que si no tenía prestación. Y a todo eso, el crío llorando. Entonces… —en ese instante Perfecto fue interrumpido por Corcocho.

— Yg yog al verg al nigño llorangdo intenté consolarglo. Sagqué unag banderigta y le canté aquello de “Log, log, log, log, queg vigva Egspaña…”. Yg…

—Bueno. La madre, que ya os digo que estaba como una endemoniada le quitó la banderita a tu amigo y, como ya te dije por teléfono, se la metió en el… —un sonoro y lastimero ay interrumpió el relato de Perfecto.

—Usted, Zoriano, debe andar por los cincuenta, ¿no? —le preguntó Manolo cuyas mandíbulas apenas si pudieron contener una de sus siseantes carcajadas.

—Cingcuenta y dogs —contestó Corcocho con un hilillo de voz mientras se llevaba las dos manos hacia atrás— ¿Porg qué me lo pregungta?

El rostro de Manolo se volvió de color rojo y con mal disimuladas toses trató de contener las carcajadas que se oían como jadeos de perro.

—Se lo pregunto porque a esa edad… —Manolo volvió la cabeza y guardó silencio mientras trataba de reprimir un ataque de risa—porque a esa edad a todos los hombres no suelen hacer un tacto… —y no solo él no pudo contener sus risotadas, sino que tanto Perfecto como Riquelme estallaron en carcajadas mientras el doctor y Corcocho los miraban atónitos.

 


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