LA CARCEL IV

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Al final, el aburrimiento pudo más que la cautela y poco a poco empezamos a mantener una conversación. Primero empezó como una declaración de buenas intenciones entre los recién llagados y nosotros, todos éramos gente legal y no queríamos problemas. Más tarde nos empezamos a interesar por las historias de los dos nuevos y ellos por las nuestras. Pronto se vio que el yonki más viejo era el que tenía más experiencia con la justicia, así que empezamos a preguntarle todo tipo de cosas relacionadas con el procedimiento de ver al juez. El segundo recién llegado era también heroinómano, pero todavía no había estado nunca en la cárcel, así que también él le preguntó bastante acerca de cómo era la vida allí, más que nada para irse haciendo a la idea de lo que le esperaba.

?La cárcel no está tan mal, una cama, tres comidas al día y no es difícil pillar caballo, aunque mejor sería que te desenganchases si no tienes nadie que te pase desde fuera.

?¿Se pilla dentro entonces?

?Se pilla, pero está chungo, sobre todo por los putos moros. Na más saben que te metes, empiezan a pedirte jaco y ya la has cagao. Ahora son los moros los que manejan en la cárcel. Los gitanos no mueven una puta mierda.

?¿A cuál crees que nos mandarán?

?Igual a Alcalá Meco, pero no estoy seguro.

Y así se tiraron un buen rato hablando de sus cosas. Echeve y yo simplemente nos callamos y escuchamos la voz de la experiencia. Algunas cosas referentes a la cárcel también nos afectaban a nosotros, pero el noventa por ciento de la conversación entre nuestros dos nuevos amigos giraba en torno a un solo tema: el caballo. En un momento se contaron el uno al otro qué se metían, cuánto se metían, con quién, además de muchas otras historias de los poblados y de otros yonkis que a Echeve y a mí nos pusieron los pelos de punta. Los dos tíos llevaban una buena tanda de años chutándose heroína y, aunque no estaban demasiado deteriorados en comparación con los esqueletos que habíamos visto antes, se daban cuenta de que además de arruinarse la vida se habían ido quedando desfasados.

?A ver, ¿y qué os metéis los jóvenes ahora para flipar? ?nos preguntó el viejo.

?Kalimocho y porros se meten ?respondió el yonki joven mientras se volvía hacia nosotros y nos decía?: ¡Eso está de puta madre, chavales, si no pasáis de los porros vais bien!

?Lo malo es que os ponéis hasta el culo y la armáis bien gorda o si no, ¿por qué estáis aquí?

Y así seguimos charlando cada vez más animadamente. El viejo nos contó que justo cuando lo detuvieron llevaba heroína encima y tuvo que comérsela para que no se la encontrasen. Yo, por supuesto, no tenía conocimientos suficientes acerca del tema para saber si eso era posible o no, así que me limité a asentir cuando nos dijo que el sabor del caballo era una puta mierda. El otro fue detenido justo cuando acababa de robar un coche con el que se escaparía de Madrid, según él, para desengancharse de la droga.

?La heroína es una puta mierda, a mí me ha jodido la vida. Yo antes tenía trabajo, una piba, colegas, pero empecé a chutarme y ya ves cómo he acabado.

?Ya sé que no es mi problema, pero… ¿Cómo empezaste?

?En mi barrio, con los colegas, todos lo hacíamos igual que vosotros hacéis botellones, me fui enganchando y así he acabado. Tengo veintiocho años, soy seropositivo y voy a ir al talego.

?Y por qué no lo dejas en la cárcel. ?Los dos yonkis se rieron con esta cateta pregunta?. Dejarlo no es tan fácil. En la cárcel hay casi tanta droga como fuera.

?¿Y cómo la meten? No me imagino cómo se puede meter todo un cargamento de heroína allí dentro, con la seguridad y todo.

?No meten un cargamento, solo meten las papelinas que les pasa la peña que está fuera. Además, en la cárcel no solo hay drogatas, también hay traficantes y estos siguen pasando dentro.

?Nunca me lo hubiese imaginado.

Poco a poco me fui haciendo amigo del yonki más joven y nuestra conversación se hizo cada vez más fluida. Al tener más confianza le hice un montón de preguntas acerca de la heroína, las drogas en general y su trágica situación personal. Él me contestó a todo con sinceridad y sin dar muchos rodeos. La verdad es que su situación me pareció tan terrible que durante un tiempo mis propios problemas resultaban casi irrisorios en comparación con el calvario que había pasado mi nuevo colega, y lo que todavía le quedaba. Durante sus años de adicción a la heroína había vivido en una constante y alocada carrera para conseguir su próxima dosis. Una vez que la conseguía el alivio y la paz que esta le proporcionaba duraba hasta que unos escalofríos y una horrible sensación de dolor y malestar lo empujaban a las calles a conseguir otra dosis, iniciándose de nuevo el ciclo. En este proceso había perdido gradualmente su trabajo, sus amigos, su novia y el apoyo de su familia. ?Hubiese sido maravilloso poder compaginar el trabajo y la adicción, este es el sueño de todo yonki ?me dijo?, pero al final hay que optar por uno de los dos. A mis amigos simplemente dejé de verlos para estar con gente que se metía caballo, pero en ese mundo no hay amigos. Mi novia me dejó cuando le confesé que era seropositivo, ella me dijo un millón de veces que lo dejase, pero no le hice caso.

Ahora entendía un poco mejor por qué le sería tan difícil dejar la heroína en la cárcel. Si cuando estaba libre prefirió la heroína a su familia, amigos, novia y trabajo, ahora que estaría encerrado en un sitio horrible y deprimente, a la vez que sentenciado a sufrir una enfermedad incurable y mortal, con más razón se abrazaría al caballo para procurarse algo de consuelo. Después de estas charlas reveladoras llegué a dos conclusiones, la primera era que no quería ir a la cárcel, la segunda es que debía considerarme afortunado en la vida. Por ahora.

(Extracto de YOBBO 98)


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