DESASTRES SEXUALES V

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La última noche que pasamos juntos me levanté un momentillo a mear, serían las tres de la mañana, y después me volví a la cama. Fue en ese instante cuando tuve una revelación. Así, medio dormido como estaba, mi subconsciente tomó el control de mi mente racional y me ordenó sustraer el móvil de mi chica para investigar un poco. Farah en ese momento roncaba como un búfalo, así que tuve vía libre para extraer de su bolso el terminal y encerrarme en el baño para examinarlo. Por suerte, la tía no lo había apagado, como hacía muchas veces, así que le eché un vistazo a sus llamadas y mensajes. He de reconocer que no estaba nada bien lo que hice, pero necesitaba respuestas y esa era al parecer la única manera de obtenerlas.

Es curioso como un estímulo visual es capaz de hacerte sentir físicamente enfermo, como con escalofríos y hasta ganas de vomitar. Así me sentí yo al abrir la carpeta de mensajes y ver que Farah había intercambiado cientos de ellos con el, según ella, inofensivo niño turco, la mayoría de ellos bastante subiditos de tono. Y eso no era lo único, además del turco había misivas con otros dos chorbos más. «Igual eran solo bromas entre amigos», pensé durante un segundo, pero la evidencia era irrefutable. En un ataque de rabia que no fui capaz de contener me metí en la habitación dando gritos y encendí la luz.

—Who are these guys sending you dodgy texts?

—What guys, what you talking about ?—Farah me contestó de mala gana, todavía dormida.

—¿Cómo que what guys, cómo que what guys? Puta zorra, los guys de tu puto móvil. —Ya no sabía ni en qué idioma estaba hablando del mosqueo que llevaba.

—You been looking into my phone, how dare you?

—I looked because I need to know what's going on. You're my wife. I go into your mobile, and what do I find? There are tons of messages from three different men: Adnan, Tihomir and this other son of a bitch. Who are they?

—Adnan is my Turkish friend and Tihomir is a girl, you know.

—Yeah right! Tihomir a girl? Then why are you calling him a sweet boy in your texts? —Se quedó callada ante esta última pillada.

—They're just friends.

—Friends or something else, you b... —me callé para no pronunciar la última palabra. No quería insultar, porque con la pillada que le había hecho ya era suficiente humillación.

—That's not your business! Who the hell are you to tell me who I can speak with?

—Well, I'm your husband. Remember?

—Give me my phone.

—No. Not until I tell all of them you are a married woman.

—No you won't do that. Give me my fucking phone now!

Me metí en el baño con el móvil en la mano y me puse a llamar. Primero llamé a Adnan el turco, que no me lo cogió, y luego al tal Tihomir, que resultó ser búlgaro. Con este último hablé un rato, no para insultarle ni amenazarle, sino para exponerle respetuosamente que Farah era una mujer casada. Cómo no, el tío, supongo que todavía medio dormido y bastante alucinado, me dijo que él no tenía ni idea de que la tronca tuviese marido y que fue ella la que se acercó a él por la calle. Lo que me faltaba por oír, ahora Farah perseguía a los tíos por ahí. —Bitch, you ain't got dignity! —le grité desde el baño, casi al borde de un ataque de rabia. Mientras tanto, ella aporreaba la puerta, insultándome y llorando, para que le devolviese su teléfono.

—Look I got your Passport. If you don't open the door and give me my phone, I'll chuck it out the window. —Ante esta última amenaza de tirar mi pasaporte por la ventana tuve que claudicar. Abrí la puerta y le di su teléfono mientras nos mirábamos los dos a los ojos con cara de puro odio. Ella entonces me tiró el pasaporte a la cara—: Here, have your shit —lo cual me hizo perder los nervios. «Las cosas se dan no se tiran, ¡adultera!», le dije gritando y le lancé mi propio pasaporte a la cara como ella me había hecho hacía un segundo. Por desgracia, el pasaporte salió despedido con fuerza y le impactó de canto en todo el careto de bruja que tenía, dándola un buen golpe.

—Bastard, you hurt me! I'll report you to the police —me dijo y se puso a llorar tapándose la cara con las manos. En ese momento me acojoné, porque aunque no había sido mi intención hacerle daño, se lo había hecho y lo último que me faltaba era encima ser acusado de maltratador en un país extranjero.

—Look I'm sorry. I didn't want to harm you —le dije, y me acerqué a ver qué tal estaba. Con alivio pude comprobar que no tenía herida ni marca ni nada.

Este último brote de violencia tuvo la virtud de calmarnos a los dos un poco. Entonces le sugerí a Farah que dejásemos de discutir, que yo ya no quería hablar más con ella, y le pedí que se fuese de la habitación que yo había pagado.

Farah hizo su maleta en diez minutos y luego se fue con viento fresco. «Eso es, las putas a la puta calle», me dije a mí mismo mientras intentaba poner en orden mis pensamientos. «Tío, tú tranqui, te acabas de librar de una tía horrorosa, piénsalo así». Pues no, no me libraba de ella todavía. A los cinco minutos volvieron a llamar a la puerta. Abrí y era Farah, por suerte solo ella, sin la Policía ni nada.

—It's four o'clock in the morning. There are no buses to Danetree and I don't wanna disturb my family. Can I wait here until morning? I promise I won't bother you. —Ya se me había pasado un poco el cabreo, siendo sustituido por una gran sensación de decepción, así que la dejé pasar. La primera hora la pasamos los dos despiertos y sin hablarnos, pero al final el cansancio y la curiosidad pudo más. «¿Por qué?», le pregunté al final.

Hablamos durante varias horas y no saqué nada en claro. Cuando ya me estaba empezando a cansar de dar vueltas una y otra vez sobre lo mismo, Farah me pidió perdón por primera vez y me dijo que sentía mucho haberme hecho daño. «Vale, que muy bien», le contesté, y entonces ella se bajó los vaqueros y las bragas, se tumbó en la cama y me indicó que si me apetecía podía hacerle el amor como compensación. No me lo pensé ni dos segundos. En un instante ya estaba tumbado sobre ella, medio en bolas y jadeando como un perro en celo. Estoy convencido de que Farah disfrutó de ese polvo porque ella no era mucho de fingir, básicamente si no le gustaba algo te lo decía a la cara, y esa madrugada la tía gimió como una condenada. Nada más eyacular, ella me susurró al oído, o yo creí entender, que esa era mi última oportunidad para embarazarla.

(Extracto de COSAS QUE NO SE PERDONAN)


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