LA REUNIÓN CON MI JEFA

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Era un día viernes por la noche cuando recibí una llamada en mi teléfono. La gerente de la empresa donde yo acababa de renunciar me llamaba para hablar conmigo.

- Hola Ingeniero Camilo, me estoy enterando que el día de ayer renunció a la compañía. Yo vengo llegando de un viaje desde Suiza y me ha sorprendido la noticia de su renuncia.

- Así es Licenciada Rebeca. Situaciones profesionales me obligaron a tomar la decisión. Lamento no haberle informado personalmente.

- Es una pena que no pueda continuar trabajando con nosotros, Camilo. Agradecería si pudiera venir mañana por la tarde a mi oficina para explicarme la situación.

- De acuerdo licenciada. Nos vemos mañana.

La que ahora era mi exjefa, Rebeca, era una mujer varios años mayor que yo. Alta, atlética, femenina… la mujer era un 10. Particularmente yo siempre había sentido atracción por las mujeres mayores, y teniendo en cuenta que ella era mi jefa, me provocaba un morbo especial.

Llegada la tarde del otro día llegué a las oficinas de mi trabajo. No había nadie más que ella.

- ¿Y dónde está todo el mundo? le pregunté.

- Le cuento Camilo: después de mi viaje a Basilea regresé con muy buenas vibras y decidí darles la tarde libre a los trabajadores. Únicamente estaba esperando su llegada.

- Pues bien Licenciada, le cuento que mi renuncia se debe a…

- Camilo, hablaremos de eso enseguida, me interrumpió. Pasemos a la sala de juntas.

Mientras caminábamos hacia el mencionado lugar mis latidos se aceleraban. El lugar estaba calmado, callado, pero con cierta tensión e incertidumbre en el ambiente.

- Siéntese en el sofá, me dijo. Mientras cerraba con llave la puerta.

Ella tomó un poco de agua y se sentó al lado mío.

- Camilo, lamento su decisión de dejar la compañía. Quisiera saber si hay alguna manera de hacerlo cambiar de opinión. –Lo dice, mientras coloca su mano sobre mi pierna.-

- Pues siempre existe la posibilidad. Sería de platicarlo. Exclamé, con una voz temblorosa.

La escasa distancia que nos separaba me permitió observar su escote, particularmente destapado, se veían unos pezones rosados, erectos, sobre el fondo blanco de sus pechos.

Con mi corazón latiendo a más no poder y un escaso nivel de cordura, estaba seguro de lo que Rebeca quería de mí.

Acerqué su mano hacia mi pene, que para ese momento estaba a punto de romper mi pantalón. Ella empezó a acariciarlo por encima de mi ropa mientras con su otra mano desabotonaba mi camisa. Siguió así hasta que me tenía totalmente desnudo, con mi verga frente a ella, deseando más atención de parte de la bella dama que, según se veía en sus ojos, se había convertido en una auténtica gata en celo. Y así fue, se acercó lentamente hacia mi ombligo, lo besó y siguió hacia su objetivo. Metió toda mi verga en su boca y la succionaba como nadie me lo había hecho en mi vida. Lo hacía mientras jugueteaba con mis huevos. Aquello era una locura.

La interrumpí antes de que me llevara al éxtasis. La senté sobre mis piernas y rápidamente la tenía en pelotas. Mamaba sus pechos mientras acariciaba su clítoris e introducía mis dedos en su vagina. La dama estaba mojadísima.

- No puedo más! Cógeme ya por favor! Exclamó.

Para ese momento yo no pensaba en otra cosa más que complacer sus deseos, y los míos que también iban por el mismo rumbo.

La senté en mis piernas mientras ella introducía lentamente mi verga en su vagina. Movía su cuerpo con locura pero también con un ritmo que denotaba experiencia de aquella dama que siempre deseé pero nunca me había atrevido a cortejar.

- ¿Le gusta, Camilo? Me dijo.

- Me encanta. No se detenga Rebeca por favor. Exclamé.

La dama no tenía intenciones de parar. Sin embargo, yo también quería participar de manera más activa en el acto, así que la recosté en el sofá, le dí la vuelta y la puse en cuatro.

Me observó con una mirada lujuriosa, a lo que yo correspondí metiéndole mi verga completa que estaba totalmente cubierta por sus fluidos. El sonido de mi pelvis chocando con sus nalgas la excitaba más y más… Sus gemidos se convirtieron en gritos de placer.

- Camilo, deme su lechita. Me dijo. Yo estaba que no aguantaba más. Ella se dio la vuelta y nuevamente se puso a mamar de mi verga. No tardó mucho en lograr su objetivo. Un chorro enorme de semen llenaba su boca y caía sobre su cuerpo sudado. Quedó extasiada de placer esa tarde. Se tiró sobre el sofá mientras todavía saboreaba el regalo que le obsequié.

Su piel sudada, sus gemidos, el morbo de tener a una mujer prohibida, y el placer que me hizo sentir aquella bella dama se combinaron para crear la mejor historia sexual de mi vida, al menos hasta ahora.

De mi renuncia ya no hablamos ese día, pero ayer me llamó para saber si podremos reunirnos de nuevo y platicar otra vez del tema. Creo que aceptaré regresar a la compañía para realizar más reuniones como la de aquella ocasión.


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