Y si mañana no queda más que un ángel

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Víctor huyó de su ciudad y de su país, harto de la gente que le rodeaba y de la situación al límite en la que se encontraba. Buscaba una salida, un cambio de aires, se sentía hastíado y asfixiado, tenía que escapar.

LLegó a aquel país equivocado, equivocado sí, porque sus habitantes rezumaban aún más tristeza de la que él había vivido en su lugar de origen. Se lamentaba a veces de su incorrecta elección para emigrar.

Él era un tío sociable y sólo quería adaptarse al que ahora era su hogar, pero los hijos de aquella patria andaban como traumatizados, como temerosos de mezclarse con los extranjeros. Desde luego, no se lo ponían fácil...

Un día que estaba a punto de tirar la toalla ante ese ambiente adverso que le rodeaba, encima tuvo la mala suerte de perderse en una zona poco transitada y anocheciendo.

A todos y a todas los que se acercó a pedir ayuda, le mostraron abiertamente su rechazo para colaborar. Ya no podía soportarlo más. Decidió que al día siguiente cogería el primer vuelo que hubiera a su tierra natal.

De repente, apareció de la nada un muchacho joven con aspecto de estudiante, aunque no llevaba mochila, ni carpeta, ni nada que lo demostrase que lo fuera.

Víctor estaba desesperado y nunca supo como fue, pero captó en este chico un halo de bondad insólito, raro. Desprendía serenidad y calma.

Aunque nuestro protagonista no era creyente, suplicó al cielo y a sus ancestros por si alguien le escuchaba. Rogó que ese muchacho fuera su ángel guardián que le enviaban para ayudarle.

Se aventuró a acercarse a él, plenamente confiado y afortunadamente los dos se comunicaron en inglés, lengua que no era nativa de ninguno.

"El estudiante" percibió el desasosiego de Víctor y entró a comprar un billete de tranvía y de metro en un estanco, en el cual, Víctor no había reparado por la tensión y el miedo de sentirse perdido.

"El estudiante" salió raudo y veloz del estanco y le explicó claramente en un mapa el panel  cercano de allí, que debía mirar y estudiar para su trayecto de vuelta a casa, no sin antes, obsequiarle con los billetes.

A los pocos segundos de que Víctor observara el panel de la parada, se giró para pagarle los tiques y mostrarle su eterno agradecimiento.

Pero "el estudiante" se había volatilizado. Era imposible que por mucho que hubiera corrido, no estuviera a la vista, porque se hallaban en una avenida muy larga...

A Víctor se le dibujó una sonrisa de entusiasmo y de perplejidad. Alguien increiblemente había escuchado su petición de socorro.

Pensándolo mejor, después de todo lo pasado, había decidido quedarse en ese país extraño algo más y darle una segunda oportunidad.

También aprendió que puedes estar continuamente huyendo de sitios y de personas que no te reconfortan, pero jamás, puedes huir de tí mismo.


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