Y si mañana no queda más que un ángel (II)

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El ser Supremo estaba en el paraíso celestial observando con incredulidad y con cierto hartazgo como sus hijos mortales estaban fastidiando todo cada vez y cada vez más.

Para colmo de males, desde que se impuso la globalización mundial, el trasiego de personas por la Tierra era un caos díficil de controlar y de calibrar.

Sus arcángeles nunca en la historia de la humanidad habían estado tan ocupados, sobre todo, el Arcángel Rafael, que entre otras funciones, tenía encomendada la protección de los viajeros.

Al ser Supremo, le gustaba enviarlo sobre todo, a los países conflictivos con asuntos de guerra, de abuso de poder y de terrorismo. 

Pero Rafael, que era gentil y amigable, tenía su punto también de rebelde y juguetón. ÉL  además, era una autoridad espiritual y su labor favorita era desviar y transformar las influencias negativas que frecuentemente nos afectan a los pobres mortales.

Así, que un día, desde su puesto privilegiado del Cielo observó cómo un emigrante español llamado Víctor estaba desubicado y deprimido en un país de Centroeuropa. No era un asunto de urgencia para su "jefe", pero a Rafael le conmovió el estado de pesadumbre de Víctor.

Esperó a que anocheciera, anticipándose a lo que iba a ocurrir y se mezcló entre la gente hostil de aquella ciudad europea, transformándose en un jovenzuelo de rasgos dulces con apariencia de un estudiante cualquiera.

Procuró que Víctor se fijara en él, escondiendo sus alas magníficas, pero mostrando una firmeza y placidez que contagiara al emigrante perdido y desesperado.

Con una voz sosegada y mirada limpia, le dio instrucciones a Víctor para volver a su casa sano y salvo aquella noche. De paso, le contagió más confianza en sí mismo y un gran soplo de positividad de estreno.

Desapareció en un descuido del perplejo emigrante y salió disparado desplegando sus maravillosas alas con una sonrisa de satisfacción de oreja a oreja.

Así Víctor decidió seguir intentando adaptarse a ese país y Rafael volvió al Edén donde el Ser Supremo le echó una regañina, muy pequeña, en el fondo; porque aunque había temas más graves que resolver, confíaba en el buen juicio y en el corazón piadoso de su Arcángel más inquieto.

 


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