Al salir de clase 4/5

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Yo iba ataviada con una indumentaria cómoda, de ir por casa, unos pantalones vaqueros gastados y una camiseta blanca que transparentaba sutilmente mi sujetador azul. No había salido de casa en todo el día, de forma que no estaba ni pintada ni lavada, simplemente me había hecho un bidé por la mañana y me desodoré para no darme asco a mí misma. Cuando alargué mi brazo para reclamar con la mano la atención de David, señalándole con un dedo y doblándolo en señal y orden de acercamiento, noté cómo los pezones se tornaban escarpias bajo mi ropa. Él se levantó de la silla recolocándose con la mano su polla dolorida y apretujada. Siguiendo mis instrucciones silentes se acercó a mí con aspecto de no haber roto jamás un plato, y cuando ya estaba a mi altura le pedí que se arrodillara frente a mí y empezará a acariciarme sobre la ropa que cubría mi piel excitada.

-"Acaríciame todo el cuerpo, sin tocarme la piel, hasta que consigas que me corra. Ya te avisaré"., le ordené. No sé si comprendió bien lo que le estaba pidiendo, así que me coloqué bien sentada justo frente a él y dejé que hiciera lo que le apeteciera conmigo.

Lo primero que quiso abarcar con sus sudoroso manojo de nervios en forma de manos fueron los pechos, cómo no. Enseguida pudo notar cómo mis pezones amenazaban con rasgar la tela que los cubría y, aunque no mostraba ni el más mínimo talento para la seducción táctil, consiguió muy pronto que comenzara a excitarme de verdad. Cuando oyó mi primer gemido se le ocurrió que lo estaba haciendo muy bien y que ya era hora de meterme mano entre las piernas. Frotó mi pantalón con gran entusiasmo, como si pretendiera sentir mi clítoris bajo toda esa tela que lo cubría. Sentí sus intenciones de forma muy clara, mi botoncito ya se había hinchado lo suficiente como para notar cualquier llamamiento desde la superficie. Separé mis piernas y le ofrecí al nene la posibilidad de englobar, con más definición, mi zona sensible.

-"Aprieta bien ahí y siente cómo me mojo", le dije entre dos suspiros.

David no dijo nada, solo me clavó una mirada lasciva de gamberro y se esforzó en intentar notar mi humedad prometida con su dedo pulgar, quizás esperando percibir un resbaladizo movimiento ejercido con presión sobre mi vaquero. Rápidamente sentí un calambre que me recorrió todo el cuerpo, justo desde la punta de mis pies, pasando por mi conejito, y hasta el córtex cerebral. Cerré los ojos para dejar fluir mi fantasía mientras lo que realmente se derramaba dentro de mí eran los flujos de mi excitación. A David le quedó muy claro que estaba consiguiendo excitarme, lo cual era poco menos que un logro para él, pues jamás antes había conseguido que una mujer mostrara fogosidad entre sus manos.

-"Me estoy empapando", le furfullé en voz baja, mirándole a la cara y mostrando ya una expresión desencajada y muy congestionada. Solo le dije "me estoy empapando" para que el chaval no interpretara con mi aspecto que me iba a correr enseguida. Es extraño, pero en ese momento me dio mucha vergüenza reconocer que estaba a punto de vaciar toda mi pasión en mi ropa interior gracias a su inexperto dedo pulgar y la fruición con la que lo manejaba.

-"Ya lo noto", me respondió David unos segundos después, mientras aceleraba su rozamiento en mi pantalón e intentaba seguir los movimientos de mi cadera que ahora se movía por sí sola.

Cuando oyó mi gemido largo y ahogado y le sorprendí con los espasmos eléctricos de mis extremidades, entendió que estaba siendo testigo de un orgasmo femenino, imaginando con meridiana claridad cómo eyaculaba toda esa dedicación suya en mis bragas. "Joder, qué cachonda te has puesto", me pareció oír cuando yo todavía estaba en la fase de recuperación. Y aprovechando mi vulnerabilidad eventual, inició el desabrochado de mis vaqueros, imagino que con el ansia de acceder al foco de todo aquello que estuvo masajeando durante un buen rato y, sobre todo, con el deseo de descubrir los resultados físicos de sus caricias.

-"Cómeme el coño", le exigí inmediatamente después de recuperar el aliento.

Aunque él no dijo absolutamente nada, una mirada embarazosa delató que jamás antes había usado su lengua para ofrecer placer oral a nadie. Así que, con mucha cadencia, y casi intentando aplazar para otro día lo que le pedí que hiciera ahora mismo, empezó a estirar de mis pantalones hacia abajo, para lo cual colaboré levantando mi pompis. Cuando hubo llegado a las rodillas dejó de desnudarme las piernas y me agarró las bragas por ambos lados para proceder a bajármelas también.

-"No tan rápido!", le dije. Se llevó un disgusto, pero obedeció.

"¡Joder qué buena estás!", afirmó el muchacho como si hubiera visto las suficientes mujeres desnudas como para emitir un juicio comparativo objetivo.

La propia excitación de David acrecentaba ahora la mía. Su mirada de deseo hacía que el mío creciera exponencialmente, y el hecho de que en estos momentos él pudiera ver mi entrepierna excitada y mojada, tan solo cubierta con una leve tela de encaje, favorecía ciertas sacudidas en todo mi cuerpo, una especie de ansia animal por ser poseída en ese mismo instante, la necesidad de recibir dentro de mí todo aquel enorme trozo de joven carne bautizada que el otro día regaba mi piel con su rocío espeso y blanquecino. Estaba ya tan cachonda que, habiendo liberado mis piernas, aproveché para abrirlas frente a él, mostrando claramente todas las arrugas de mi sexo bajo una tela que estaba ya a punto de gotear el exceso de impregnación. Le agarré con una mano la parte posterior de la cabeza y acerqué su boca hacia el epicentro de mis temblores. Él no supo muy bien cómo reaccionar ante ese movimiento violento, pero tampoco opuso resistencia, se limitó a acomodarse entre mis muslos y, soltando una onomatopeya de placer gastronómico, hizo uso de la boca para abarcar, lamer y besar todas las protuberancias que se distinguían sobre el revestimiento. Tardé muy poco en agarrarme las piernas para levantarlas en claro ofrecimiento, y cuando David se ayudó de sus dedos para rozarme sutilmente los labios aprovechando la suavidad del paño que los cubría, no pude evitar descargar de nuevo toda mi pasión mientras su lengua rozaba mi clítoris. El escudete apenas permitía ya acumular más efluvios.


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