Mi vecina Vicky. ¿Cliché? (Octava y última parte).

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Odiaba que ese par de frases encerraran tanta razón, y el hecho de haber mantenido el porte por tanto tiempo, con tantas ganas de tomarla sin importar qué eran sin dudas factores que cobrarían factura en la razón de cualquier hombre. Justo después de ese momento, recuerdo haber perdido la cordura. Simplemente no lo soporté más y las semanas de deseo constante, la frustración de no lograr llegar a un punto decente en cuanto a excitación se refiere si no pensaba en ella, el obvio descuido que sufría mi vida personal y laboral... las ganas de apagar la obsesión que me quemaba por dentro tomaron las riendas de mis pensamientos en una serie de actos animales.   No recuerdo haberla escuchado después de eso, sólo escuchaba a mi piel aclamando por más piel. En pleno trance me puse de pie e ignoré su brazo extendido en un inútil intento por detenerme haciéndolo a un lado con una palmada contundente. Con un par de arrebatados movimientos ya la tenía boca abajo, me senté sobre sus muslos y justo al agachar la mirada vi su terca falda negándome una vez más la vista, sólo que esta vez dependía de mí acceder o no. Dentro de toda mi irracionalidad, ese fue el momento que más disfruté, el hecho de alargar un poco más el acceso a su piel lo cual por supuesto no duró demasiado. Subí su falda e inmediatamente después le hice sentir el primer azote con la mano bien abierta. Otro, otro y otro más. Se retorcía, quejaba y me pedía que terminara de una vez.   —No esperé tanto para terminar tan rápido. Creo que me lo acabas de reprochar.   Me acosté sobre ella, apenas levanté las caderas para colocarme en posición y sólo bastó sentir sus labios abrazando la punta de mi falo para empujar con fuerza.

 —¡Aghh! —Se escuchó al unísono.   Finalmente, estaba concretando el momento con el que llegué a fantasear incontables veces. Rodeé con mi brazo su cuello y las embestidas se volvieron más rápidas. Éramos un manojo de sensaciones que saturaban el cuerpo del otro al punto de no distinguir lo que dolía de lo que causaba placer. Mordidas, bofetones, jalones de cabello se repartían a diestra y siniestra. Mi pecho contra su espalda reclamaba cualquier espacio que pudiera haber entre ellos.   

—Eres.. ¡Ahh! —interrumpió su reprimenda para dejar paso a un gemido. —¿Qué soy? ¡Dime!
—Eres un animal. Nadie debería follar así. —¿Cómo? ¿Así?    Salí de ella sólo para entrar de golpe una y otra vez.

—¿Así?

—C... cállate. —Dijo levantando las caderas en señal de gusto.   Su espalda arqueada y su disposición por más fue demasiado para mí, y me preparé para cerrar con broche de oro la faena. Inclinándome sobre ella la tomé del cabello presionándola contra la cama, de manera que su mejilla era una con las sábanas. Más decidido que nunca la embestí con la intención de venirme dentro, ella lo notó de inmediato.  

—Lo quiero todo. —Dijo sin dejar de gemir.

—Como si tuvieras alternativa.  

Un chorro caliente y espeso precedido de una embestida. Otro, otro, otro y otro más. La intensidad iba disminuyendo conforme la descarga aumentaba hasta que ya no hubo más energía ni para besar partes de ella que quedaron exentas por la posición en la que todo se desarrolló.   Cuando recuperé el aliento y mi vista se deshizo de las espantosas nubes negras que la saturaban por completo me tumbé a su costado viendo su largo cabello celando la piel de su espalda.  

—Me voy de la ciudad —dijo con lo que estoy seguro fue algo de pesar.

—Idiota. Pudimos haber tenido esto las últimas dos semanas.  

Mi mente se centraba en los reclamos con tal de no lidiar con la idea de su partida.  

—Pudimos, pero hacerlo una vez nos hará mantenerlo memorable.

—¿Y ahora qué? ¿Me darás un beso para hacerlo más dramático?

—Eres un estúpido —, soltó el intento de una carcajada y se dirigió al espejo para arreglar su cabello.

—Puedes conservar las bragas. De cualquier forma me quedan mejor a mí.   Salió del departamento tan rápido como volvió a entrar, esta vez con una gran maleta en mano.  

—¿Y bien? ¿Te follas a la dama y no tienes la delicadeza de despedirte de ella? ¡Vaya tipo!  

Al fondo se escuchaba el claxon de quien parecía apresurado y esperar 10 minutos más le representa una pérdida en una buena noche. Un beso en la mejilla fue lo último que obtuve de ella. 

—Odio las despedidas. —También me odias a mí y mira cómo terminó todo...

—¿Llevas bragas?

—¿Qué te importa?  

Y justo ahora, cuando decidí escribir mi desventura con Vicky en este viejo ordenador, me enteré que el 104 tiene nueva inquilina.  

FIN.

 

R.


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