NO LUCHARÉ MÁS

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No escribo  por pura simplicidad. Escribo  porque siento una soledad inmensa en estos momentos.

Tengo mi escritorio lleno de papeles, de apuntes, de rotuladores; una agenda recién estrenada llena de compromisos para las dos semanas siguientes; un vaso con restos de gazpacho; otro rellenado por décima vez en el día de agua. Mi teléfono móvil recordándome que hoy no he ido a la despedida de una buena amiga a través de fotos de la gente que quiero. De la gente que quiero junta, feliz.

Ayer no pude dejar de llorar; ayer no pude ponerme en pie; sentía una inmensa tristeza dentro de mí. No tenía energía; se había disipado por completo. Mi cabeza me torturó como hacía tiempo que no lo hacía con preguntas incoherentes, miedos irreales y trazos del futuro que estaba viviendo en ese mismo momento como un presente eterno. Luchaba contra ello, luchaba por levantarme; luchaba por hablar conmigo misma, luchaba por llamar a mi energía, aunque solo fuese una parte de ella, y pudiera levantarme, pornerme en pie. Abrir un libro de lectura, de yoga; coger algún tema de estudio, coger el ordenador y preparar las publicaciones de esta semana. Abrir esta página y publicar el relato que debía. Y todo esfuerzo fue en vano.

El día anterior pasé la tards con mis sobrinas y mi prometido. La inocencia de los niños siempre me ha relajado. Su sonrisa ante cualquier situación, su capacidad de asombro por las cosas más pequeñas de la vida que, en realidad, son las más grandes. Mi prometido, como un padre para ellas. Me quedo con la imagen de ellas tres colgadas a su cuello. El besando a sus tres amores de su vida. 

Cerveza, cerveza y más cerveza fue lo que vino después. Junto con un ego que solo hacía que le expreasara a mi prometido la fatalidad del mundo cuando tienes un día malo. ¿De verdad, Lucía? ¿Tan terrible es todo esto? ¿Tan terrible es un día malo?

Lo echaba de menos al día siguiente. Lo echaba de menos, a pesar de haberlo visto el día anterior. A pesar de saber que lo veré esta semana; a pesar de saber que pronto compartiremos una vida en común; a pesar de saber que tenemos unas merecida vacaciones a la vuelta de la esquina, para disfrutar, para estar juntos; a pesar de su mensaje de "te quiero, mi amor, muchísimo". Echaba de menos el olor de sus labios. Lo reconocería con los ojos tapados y la nariz inactiva. Es él, y necesitaba tenerlo entre mis brazos; que se riese cuando le contara uno d emis estúpidos pensamientos; echaba de menos su "ay, mi amor, es que esto solo te puede pasar a ti" o "ay, mi amor, es que eres muy grande" o "ay, mi amor, es que eres buenísima". Os lo puedo prometer: él es mi energía en su esencia más viva, en su estado más puro.

Y todo esto sola; con algún cigarro entre medias; con mucho esfuerzo para salir de ese estado al que no veía salida. 

Y respiré.

Rspiré

Respire profundamente.

"Todo va bien, Lucía. Todo irá bien". Este fue el mensaje que mandé a cada una de las células de mi cuerpo. Las tranquilicé. Coloqué mi esterilla de yoga en el suelo. Respiración audible. Inhalo, hincho el abdomen, el pecho y las clavículas. Exhalo, deshincho en el mismo orden. Estiro mi espalda, y siento cmo despierta una energía que me recorre cada vértebra y termina en mis ojos. Los abro. Me inclino hacia adelante y mi frente toca el suelo. Vuelvo a sentir mi lugar en este mundo. Apoyo las manos y los pies. Formo una uve invertida con mi cuerpo. Mis músculos se despiertan, se desperezan. Ellos también están luchando contra mi mente. Apoyo las rodillas, me siento en los talones y respiro. "Todo irá bien".

Hoy es un nuevo día lleno de estudio y de trabajo. La tristeza vuelve a invadirme. Me dejo caer en el suelo, dejo que mis sentimientos salgan. Lloro y miro al cielo a través de mi ventana. Siempre hay algo que nos da esperanza.

Mañana será un nuevo día. Mientras tanto, abrazo mi tristeza. Prometo no luchar más en su contra. Es parte de mí.

Con mucho, mucho amor... Lucía.


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