Una Casa en medio del Bosque

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Paula, mi mejor amiga, y yo eramos de la misma edad y cumplíamos años casi a la vez. Yo los cumplía el 5 de mayo y ella el 7 de mayo. Siempre estuvimos muy unidas y, cuando nos tuvimos que separar para ir a la universidad fue muy duro para nosotras. Aún así, nos veíamos siempre en vacaciones.

El año que las dos cumplimos 20 años decidimos ir de acampada, una de nuestras grandes pasiones.

Aquella vez fuimos a un denso y espeso bosque no muy lejos de nuestra ciudad natal, pero en el que nunca habíamos estado. A Paula le hablaron de él y ella no dudó en proponerme ir allí. Así que, al inicio de las vacaciones, allí estábamos las dos en medio de la naturaleza en un lugar que visitábamos por primera vez.

Pasamos allí la noche y al día siguiente nos dispusimos a volver. Sin embargo, nos encontramos con que nos habíamos perdido y, para colmo, también perdimos el mapa. Caminamos por el denso bosque sin que pareciera que aquello tenía fin. Paula, mas débil y asustadiza que yo, pronto empezó a ponerse nerviosa.

– Tengo miedo, Sonia –me dijo –. Creo que no debimos venir aquí.

Yo, que siempre fui la mas fuerte y valiente del grupo, la tranquilicé diciéndole que no iba a ocurrirle nada, y que no permitiría que le hicieran daño.

Pero el día se acababa y empezaba a oscurecer. Además, para empeorar las cosas, estalló una fuerte tormenta.

Creí que no iba a ocurrir nada bueno hasta que, al llegar a un claro, encontramos una casa en el centro del mismo. Era una casa grande, tenía pinta de ser antigua y parecía estar abandonada. Daba bastante miedo, ya que recordaba a las películas de terror, pero necesitábamos un lugar donde refugiarnos.

No nos costó entrar, ya que la puerta no estaba cerrada con llave. Gritamos preguntando si había alguien, pero no hubo ninguna respuesta. Registramos todas las habitaciones, pero no encontramos a nadie. Todo estaba lleno de polvo y telarañas y los pocos muebles que quedaban estaban cubiertos con sábanas y tenían pinta de no haber sido retiradas en mucho tiempo.

Decidimos quedarnos en el salón, donde había una chimenea. Con los trozos de madera de una silla rota encendí un fuego y nos quitamos las ropas mojadas, poniéndolas a secar, por lo que estábamos en ropa interior.

Fue la primera vez que miré a Paula de una forma diferente, fijándome en su escultural cuerpo y su blanca piel, sus largos cabellos castaños mojados y sus penetrantes ojos verdes. Era todo un regalo para la vista.

Creo que ella se dio cuenta de como la miraba y aparté rápidamente la mirada avergonzada; sin embargo, ella no dijo nada.

Mas tarde, mientras ella se disponía a comprobar si la ropa estaba seca, tropezó y estuvo a punto de caerse al fuego. Por suerte, yo estuve hábil y logré evitar que cayera cogiéndola por un brazo. Sin embargo, al sentir el contacto con su piel, sentí una rara sensación y creo que ella sintió algo parecido, ya que se quedó quieta mirándome fijamente.

En esos momentos, estalló un relámpago tan fuerte que hizo temblar toda la habitación. Ella se asustó y corrió a abrazarme. Tan solo buscaba mi protección, como muchas otras veces. Pero aquella vez fue distinto, sentir juntos nuestros cuerpos medio desnudos hizo que la sensación creciera.

No se cual de las dos empezó, pero nuestros labios se juntaron en un largo y apasionado beso mientras nuestras manos no paraban de acariciarnos la una a la otra.

Ella se tumbó boca arriba en el suelo de madera mientras yo me colocaba encima, le quitaba el sujetador y metía mi rostro entre su grandes pechos a la vez que ella gozaba mientras sus manos acariciaban mis rubios cabellos.

Estuve un buen rato devorando sus tetas. Luego recorrí con mi boca y mi lengua su suave piel. Comencé por su cuello, regresé a sus tetas, luego seguí por su vientre y terminé lamiendo sus piernas una por una hasta que, finalmente, le quité las bragas y metí mi cabeza entre sus muslos. Ella soltó un fuerte gemido de placer al sentir mi lengua dentro de ella; una lengua que sabía por experiencia propia cuales eran los puntos que le producirían mas placer y la pondrían mucho mas caliente de lo que ya estaba. A ese gemido pronto le siguieron otros acompañados de jadeos mientras mi lengua se habría camino hasta llegar a lo mas hondo.

Aún relamiéndome, sustituí mi lengua por mis dedos y empecé a masturbarla a la vez que con mi otra mano le acariciaba las tetas mientras la miraba ardientemente y veía como gozaba sin dejar de mirarme ella también.

Cuando terminé, llevé mi mano empapada en sus fluidos a su boca y ella chupó con glotonería cada uno de mis dedos.

Totalmente excitada, me quité a toda prisa el sujetador y las bragas y dejé que fuera ella quién metiera su cabeza entre mis tetas y entre mis piernas y que me hiciera gozar tanto como yo la había hecho gozar poco antes.

Y así hasta que, finalmente, juntamos nuestras entrepiernas y, muy abrazadas la una a la otra, nos entregamos al placer mientras nos besábamos apasionadamente y nos acariciábamos.

Tras aquella tormentosa noche amaneció un día soleado. Las dos nos vestimos y salimos de la casa sin mencionar en ningún momento lo que pasó por la noche.

Con la luz del día y todo despejado nos dimos cuenta que de la casa salía un sendero que serpenteaba por el bosque. Lo seguimos y logramos regresar a la civilización.

Pasamos juntas el resto de las vacaciones como amigas, haciendo como si lo que pasó en aquella casa del bosque no hubiera sucedido nunca. Sin embargo, yo seguía pensando en aquello y seguro que ella también.

Un año después, ella me propuso volver a acampar en ese mismo bosque y yo acepté sin dudarlo. Caminamos por aquel mismo sendero y regresamos a la misma casa abandonada, donde volvimos a meternos. Cuando cayó la noche, estábamos frente a la chimenea, las dos sentadas en el suelo abrazadas a nuestras rodillas con la mirada fija en el fuego.

Finalmente, nos miramos, sonreímos y nuestros labios volvieron a juntarse en un apasionado beso.

FIN


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