EL REGALO A MIS SENTIDOS / 1 Parte

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En ese momento en el que me encontraba mirando a través de la ventana de mi despacho el cielo azulado, me imaginaba ya en las extensas sabanas de las tierras de Kenya, lugar el que siempre tuve ganas de visitar, ir para quedarme o solo pasear por su naturaleza, contemplar la fauna o simplemente vivir una breve historia de amor con alguien, ha poder ser mas joven que yo, sería indiscutible, elegiría a un nativo de los mas bellos y vigorosos que cualquier agencia brinda a mujeres, en este caso seria a mi a una mujer ejecutiva cuarentona y con muchas, muchas ganas de vivir sus sueños siempre anhelados.

 

Sorbía de una taza de café su contenido soplando insistentemente en su interior vi en mi reloj de pulsera que la hora de mi huida al exterior estaba cercana, tan cerca esta vez, que me alegraba y me daba miedo, después de veinte años casada llegaba el momento, así como digo... huía, para sentirme una verdadera mujer, no me importaba las criticas de los que intuían que era para aquel fin mi viaje, yo era la que disfrutaría pudiera que más o menos, pero ese fin de semana esos dos cortos dias, serían sin duda el principio de mi vida.

 

Escuché como mi secretaria daba permiso a mi hijo para entrar en el despacho, él me acompañaría al aeropuerto, sin dejar de aconsejarme que fuese con cuidado en aquel país que visitaría, tomó el neceser y me dijo, muy acostumbrado a ese tipo de salidas cortas e intensas... que haber lo que iba a hacer... sin pensármelo dos veces le conteste... ¡Hijo,haré lo qué pueda... lo qué pueda!

 

Sobrevolaba la inmensa y extensa llanura de las tierras de Kenya, su vergel era de una hermosura envidiable la que yo jamas había visto, allí me esperaba todo de lo que no había disfrutado antes, soledad, tranquilidad y un hombre, todo aquello estaba ya organizado desde bastantes kilómetros de distancia, los mismos que me separaban ahora de las leyendas urbanas esas que estaba apunto de descubrir y que en muchas ocasiones son falsas mentiras contadas por los que son inmensamente infelices.

 

Un taxi me llevó al hotel en el que estaba inscrita y donde me alojaría todo el tiempo, aquel en el que quería sentirme dichosa, la recepcionista, una joven mulata ataviada con un traje típico de allí me entrego la llave y un, no menos joven botones también moreno pero de muy buen ver me acompaño hasta la habitación, donde esperaría impaciente a mi joven y esperaba que apuesto compañero de habitación.

 

Despedí al joven que muy atentamente entro el escaso equipaje que muy fácilmente yo hubiese podido portar, pero quería desde el primer minuto ser la mujer, la dama distinguida que allí había ido a sentirme.

 

Abrí la maleta viendo entre la ropa dos piezas apropiadas para la noche, ante la duda las dejé no quería ser demasiado atrevida, esperaría a que él llegase, tampoco sabía si vendría cenado o cenaríamos allí en la habitación, pudiera ser que pasara de la cena para ir directamente a lo que yo buscaba.

 

Se estaba francamente bien, sin ruidos, que apetecía sentarse y escuchar el silencio, el frescor de la vegetación entraba por el pequeño balcón que tenia abierto, me senté en un cómodo diván, las cortinas rozaban mis piernas acariciándolas, cuanto tiempo hacía que no era así, pensé... quedándome adormilada...

 Me despertó el sonido del teléfono, sin saber dónde me encontraba pasé por encima de la cama contestando a la señorita que me comunicaba que mi marido subía camino de la habitación, primero me asuste, ¿mi marido?él no sabía que yo estaba allí, luego asimile que era una forma demasiado correcta y protocolaria de avisarme de que mi acompañante de aquella noche, subía. Y así fue como arreglándome el pelo fui hacia la puerta, esperando escuchar el sonido de sus nudillos al golpearla.

De pie cual autentica estatua quedé, al ver al mulato, era inhumanamente joven para mi, con una estatura considerable y los ojos más bonitos y grandes que yo había podido ver, todo en el me pareció de una extremada belleza salvaje, esperando que sus modales fueran los mismos, le invite a entrar, cuando él me pidió permiso para ello, comenzaba bien aquel encuentro...

©Adelina GN

 


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