TE REVIVO DENTRO DE MÍ.

Toqué el cielo desde el primer momento en el que vi mis banales pertenencias bajar por las escaleras de mi casa. Con unos vaqueros, unas botas bajas grises, una tranquilidad en mi alma, una ilusión en mis pensamientos y, por supuesto, tú.

Montañas que se extendían hasta más allá del horizonte, respirando aire fresco del mar; una brisa que alborotaba mi pelo y erizaba mi piel mientras tu mano recorría cada uno de los dedos de mi mano; mientras tu mano recorría el anillo que tu compraste y que se ha quedado anclado a mi anular. Anclado de por vida. Inmortalicé ese momento; en papel, en sentimiento.

Unas cuantas cervezas de más en mi cuerpo. Te siento. Ahora te revivo dentro de mí mientras estas líneas, rodeada de agendas, cuadernos, esterillas de yoga. Rodeada de energía, de esa que tú me has dado, de esa que la naturaleza me concede de vez en cuando. Te siento en mi piel; siento tus carcajadas explotando en el vacío, tumbado en un lienzo blanco en el que después entraríamos para ser uno solo. En el que después entraríamos para viajar a los sueños, a los abrazos, a los besos de buenas noches.

Lloré. Lloré sintiendo que mi corazón se encogía, que en mi alma se clavaban estacas que la hacían sangrar. Sangre que salía a través de mis ojos. Respiré. "Todo irá bien", me dije. Tu línea de lunares, esa de la que tanto te hablo (de esa de la que tanto os he hablado) abrazó mi piel. No durante unos segundos; durante toda la noche. Me sacudieron sueños. Tu mente paseó con las pesadillas. 

Desperté.

Desperté y sentí que había vuelto a nacer. Sentí tu respiración tranquila, tu pecho bailando suavemente al ritmo del aire que cogías y expulsabas. Coloqué mis manos debajo de mi cabeza. Sí, me sentí enamorada.