El sentido prescindible (2º capítulo)

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Una lágrima comenzó a asomar por mi ojo izquierdo. Martín se percató de ello, me cogió, me puso encima de él y me dio un abrazo tan fuerte que tapó con sus brazos mis oídos, dejando de escuchar la música del bar, percibiendo solo mi interior, ese del que algunos hablan y del que solo pude escuchar una gran intranquilidad. 

Bea, Gonzalo y Carmen estaban en la barra. Iban a pedir un par de copas más. "La última", dije. Estaba cansada y, aunque al día siguiente era sábado y lo iba a emplear en dormir, no quería trasnochar. Bea me habló sobre su último ligue; Gonzalo, acerca de su nuevo trabajo; y Carmen y Martín me miraban con cara de pena. Sentí cómo mi corazón latía cada vez más deprisa. Observé a mi alrededor.

Y, entonces, apareció la buena suerte. Nos creemos que solo somos nosotros los que estamos mal, que solo nosotros tenemos esa sensación de que el mundo se va a acabar. Tu mundo. Yo me siento así ahora mismo mientras camino hacia la barra del bar; más concretamente, hacia el chico de la cazadora de cuero negro y vaqueros oscuros. Algo o alguien lo ha colocado en el mismo lugar que yo esta noche para poder volver a encender su vida. Sí, sabía que su vida también estaba apagada. Y, desde aquel momento, todo cambió.

Salí del bar con las miradas de mis amigos clavadas en mi espalda, como si estuvieran viendo a la locura apoderarse de una persona cuerda; me retiré el pelo de la cara.

- Hola.

- Hola - y pude ver, por primera vez en toda mi vida, la inmensidad del océano en sus ojos..

- ¿Quieres tomarte algo conmigo? - jamás le había dicho esto a un chico. Pero, inexplicablemente, el nerviosismo de hacia unos segundos había desaparecido.

- Eh,... Vale. ¿Qué quieres beber?

- Una cerveza.

- Perecto - y sonrió.

Unos segundos después, apareció con dos botellines de la mano.

- ¿Cómo te llamas?

- Lucía. Me llamo Lucía - ahora sonreí yo; por primera vez en... meses.

- Yo, Jota.

- ¿Jota? Nunca había escuchado ese nombre.

- Alguna vez tiene que ser la primera, ¿no?

- Por supuesto - di un gran trago a mi botellín.

- ¿Fumas?

- Esto parece unn interrogatorio - dije riendo.

- Tiens razón, perdóname - me cogió de las manos juntándolas entre sí a la altura de mi pecho. De su pecho - ¿Volvemos a empezar?

-  Venga. Me llamo Lucía.

- Yo, Jota.

- ¿Jota? Nunca había oído ese nombre.

- Antes dijiste "escuchado".

- Ja, ja, ja.

- ¿Te gusta el billar?

- Solo cuando no hay gente delante. No es que sea muy buena y, ahora mismo, está el bar hasta arriba.

- Entonces... ¿Eso significa que puedo quedar contigo otro día para echar una partida?

- Yo creo que sí.

- Vaya... Nunca me había pasado esto con una chica.

- ¿El qué?

- Conectar tan rápido.

- ¿Crees que hemos conectado?

- Siento que te conociese de antes.

- Quizá en otra vida hayas sido mi marido - dije entrecerrando los ojos y con una voz misteriosa.

- Calla, no me lo recuerdes... Aguantarte toda una vida, ¡qué duro fue!

- ¡Oye! - exclamé. Pasó su brazo por encma de mi hombro.

- ¿Has visto a la pareja que está allí?

- ¿Quiénes?

- Los que están sentados en los taburetes de la barra - señaló con un mano hacía dentro del bar, sujetando mientras su cigarrillo.

- Sí.

- Es su primera cita - retiró el brazo de mi hombro.

- ¿Cómo lo sabes?

- La chica ha estado casi media hora sentada en una mesa y el chico en otra. Ella ha sacado el móvil de su bolso y ha leído que el chico ya estaba aquí. Han cruzado dos palaras desde que llevan aquí.

- No creo, entonces, que ellos queden para un billar otro día.

- Pero, ¿esto es una cita?

Un amigo suyo nos interrumpió.

- Jota, nos vamos. Nos vemos mañana.

- Vale, perfecto. ¡Hasta mañana!- se despidió de ellos con grandes abrazos y palmadas en las espaldas.

- Si quieres, puedes irte con ellos - le dije.

- No. Me gusta más este plan.

- ¿El plan de cita? - le miré a los ojos recordando aquel ultimátum que me di a mí misma hace unos días.

- Así que esto es una cita, eh...  - se volvió a sentar en la silla y se estiró la camisa azul de cuadros que llevaba puesta -  Tendré que hacerlo bien entonces.

- Solo si tú quieres, claro.

Entonces fue él quien se quedó mirándome a los ojos.

- Eres una oportunidad?

- ¿Yo? - le pregunté colocando mi mano sobre el pecho.

- Sí.

- Puede ser - contesté.

 

---

CONTINUARÁ.

 


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