la represión de la fisiología humana 2

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--Tengo que ir al baño --dijo Luz sentada en su talón.

--Pues ni modo, tienes que esperar hasta que lleguemos a mi casa --dijo su novio Eduardo.

--Ay, no...

La mujer bellísima, llena de amor tanto propio como para dar, estaba muy mal. Sentía que sus entrañas iban a explotar. Anhelaba quitar su talón de su trasero virgen y relajar su esfínter anal pero no se atrevía. Pensaba que Eduardo era capaz de pegarle si ella ensuciaba el coche de él. Después de este día horrible que había revelado la persona que Eduardo realmente era, no lo quería ver nunca más; cuando llegase a casa iba a terminar con él por texto pero si defecaba en el coche no tendría fin la pesadilla que vendría. Solo había una opción.

--Déjame salir del coche, por favor. Es una emergencia, no me puedo aguantar hasta llegar a tu casa.

--No, no me vas a dar vergüenza exponiéndote y ensuciando una vía pública.

--Lo haría en mis calzones. ¡Por favor! No puedo más, voy a ensuciar tu coche si no me dejas ir. No volvería a tu coche, tomaría el autobús a mi casa. ¡Te lo prometo!

--Has oído lo que te he dicho. No eres una niñita; contrólate como mujer.

Luz empezó a llorar. Sabía que iba a tener que salvar su cuerpo dejando salir lo que tenía que salir y temía que Eduardo se pusiese violento. La alternativa era romperse el intestino; había desayunado mucha fibra y el dolor ya era insoportable. Se armó de valor y decidió ya no torturarse más. Quitó su talón de su ano y se soltó de entrañas.

En un instante sus calzones se llenaron de los desechos que corrían entre sus nalgas. La mujer había liberado una carga enorme y su cuerpo se sentía muchísimo mejor pero su mente estaba atormentada. ¿El asiento está sucio? ¿Cómo va a reaccionar Eduardo?

El varón aparcó el coche al lado del camino.

--Vete ahora mismo --él le dijo a la mujer. --Antes de que yo te haga daño. ¡Muévete!

--Sí, Eduardo. Perdóname por favor. Ya me voy.

Luz pensó que no debería haberse puesto minifalda por si ocurría esto pero hacía tanto calor. Cuando se puso de pie, sus heces cayeron de sus calzones que estaban llenos más allá de su capacidad. El olor de las pilas marrón en el asiento y en el piso era muy fuerte, a la carne y los huevos que Luz había comido. Eduardo gritó como fiera. Luz abrió la puerta, salió afuera y corrió lo más rápido que sus piernas atractivas y sucias la podían llevar.

Gracias a Dios ella llevaba dinero y ya venía un autobús. Lo abordó y se sentó en un asiento totalmente libre (el asiento y ella). Le dieron ganas de defecar otra vez y empujó afuera el contenido de su intestino. Un poco más salió de sus calzones pero no le importó, aquí la gente era civilizada. Se sentía segura.

--¿Quién se ha tirado un pedo? --un chico le preguntó a sus amigos.

--Mira, esa chica ha ido al baño.

--Ay, pobre. Espero que nadie se siente ahí donde ella está sentada.

Luz oía lo que decían.

--¡Perdonadme, chicos! Siento mucho que estéis oliendo mi cena y mi desayuno digeridos.

--¡No pasa nada, amiga!

--Exacto --dijo otro chico. --Siento que no te hayas podido aguantar. Qué vergüenza has de estar pasando.

--No estoy avergonzada --respondió Luz. --Soy un organismo, tengo límites. Eso para mí no es vergonzoso, es simplemente la naturaleza.


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