Conductor de Autobús

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Todas las mañanas Ángel conduce el autobús desde Méndez Álvaro hasta Goya. Observa como las mismas personas lo cogen para ir a sus trabajos, siente la misma monotonía hasta que llega a la calle comercio, donde nota como se le acelera el corazón

Entre las personas que ascienden al autobús, está Elena, es de las últimas en subir, como siempre. Se miran, se sonríen.

-          Buenos días Ángel.

-          Buenos días Elena.

-          Parece que hoy no hay mucho atasco.

-          Sí, es una pena, podré disfrutar poco tiempo de tu compañía.

-          ¡Qué tonto eres!

 

Siguen coqueteando mientras el autobús avanza, hasta que se acercan a la parada de Mariano de Cavia.

-          Bueno, me voy a ir para atrás a sentarme.

-          Ha sido un placer haber hablado contigo, Elena.

-          Hasta luego, Ángel.

El autobús llega a Mariano de Cavia. Sube al autobús Carlos, éste saluda sonriendo a Ángel, aunque parece que el conductor no le conoce, eso no es cierto. Carlos es un carterista habitual de ese autobús y le ha visto actuar bastantes veces.

No entiende porque sigue subiendo al mismo autobús todos los días, ¿será porque sabe que él es un cobarde? Alguien con quien puede robar sin que le pase nada. Por eso le sonríe, porque sabe que allí no le pasará nada.

Todavía se acuerda, el día que le pidieron declarar contra él en un juicio, pero tuvo miedo y prefirió mentir en el juicio y decir que no vio nada. De todas formas no hubiese pasado nada si hubiese declarado contra él, ya que no encontraron la cartera robada del pasajero. Según indicaron en el juicio tiene un cómplice en el autobús al que le da la cartera después de cada robo.

Mira a los pasajeros. ¿Quién será su cómplice? El cree que será el estudiante que sube en la misma parada, tiene el pelo largo y vestimenta moderna. No es alguien que vaya a trabajar y no conoce ninguna universidad que esté en el trayecto del autobús. Quizá si se lo hubiese dicho a los policías, estarían ambos detenidos y no seguiría torturándole todos los días, siempre con ese aire de superioridad, con esa sonrisita en sus labios.

El autobús llega al hospital de Niño Jesús. Observa a los pasajeros que van entrando, le gustaría saber quién será el incauto pasajero que llegará a su destino sin su cartera.

Entre los nuevos pasajeros que suben al autobús está un hombre con un traje gris marengo, que parece que está pidiendo que le quiten la cartera. Su cara le suena, aunque no es un pasajero habitual. Es raro, porque no suele fijarse en las caras, sólo en las de Carlos y Elena, aunque últimamente se fija en el joven estudiante que cree que es el cómplice del carterista.

Observa por el retrovisor y se fija que el carterista se acerca al hombre gris marengo, seguro que es el pobre pasajero que va a llegar a su destino sin la cartera. Es una pena que no se atreva a decírselo a ningún policía.

Antes de continuar con la marcha echa una mirada a Elena, la observa leyendo. Siempre se hace la misma promesa cuando la ve, que el próximo día será cuando se atreva a invitarla a cenar un día.

El autobús llega a Príncipe de Vergara. Oye unos gritos de los pasajeros, alguien grita: “¡Tiene una pistola!”

Ángel para el autobús y se abren las puertas automáticamente, por lo que la mayoría de los pasajeros salen despavoridos del autobús.

Mientras mira que sucede en la parte trasera del autobús. Observa como el hombre trajeado muestra una pistola y recuerda porque lo conoce. Es Eduardo, el denunciante del robo de su cartera, la persona que le pidió que declarase en el juicio contra Carlos. Dijo que llevaba 3000 euros en la cartera, pero, ¿quién es la persona que lleva ese dinero encima? Seguro que mentía, que no llevaba tanto dinero, aunque después de ese robo estuvo una temporada sin ver al carterista. Se acuerda perfectamente, porque tampoco vio a Elena que estuvo haciendo un viaje por trabajo en las mismas fechas.

Si él fuera de otra forma, seguro que llamaría a la policía o incluso intervendría para Eduardo no hiciera ninguna locura; pero sabe que no lo hará, que incluso intentará evitar testificar.

Eduardo apunta a Carlos con una cara de odio, desea venganza por ese robo. Mientras el carterista sonríe, le sorprende esa sangre fría incluso ante la posibilidad de que le maten.

El carterista se abalanza sobre el pasajero y en el forcejeo le quita la pistola, le apunta mientras se ríe.

-          Deberías saber que para disparar primero hay que quitar el seguro – dice Carlos.

El carterista agarra a una mujer y la apunta la pistola la cabeza, mientras exclama, “¡Que nadie se acerque o la mato!”. Se fija detenidamente en ella y sucede lo que temía, es Elena.

Ángel se acerca a él, se olvida de sus temores.

-          No te acerques más o la mato.

-          No hagas una locura, todavía puedes salir bien parado.

-          Sé que no habrá ningún problema, ¿quién queda en el autobús?, un cobarde y un pistolero inútil.

Mientras el conductor se va acercando al carterista, no siente ningún temor por su vida, sólo quiere salvar a Elena.

El carterista aparta un momento la mirada del conductor y se fija en Eduardo que se ha acercado a él. Momento que el conductor aprovecha para lanzarse contra él.

Aparta a Elena de en medio y comienzan a luchar por la pistola, hasta que se escucha un disparo y la sangre del carterista salpica al conductor.

Lo ha conseguido, ha salvado a su amada, ahora seguro que conquistará su corazón y estará orgullosa de él, pero la reacción de Elena no es la que esperaba.

Está llorando arrodillada ante el carterista. Éste a pesar del dolor, sonríe al conductor con aire de suficiencia.


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