El Sargento

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El sargento Pérez se encuentra en la cantina tomándose un carajillo en soledad. Su mirada está perdida en la pared, mientras de vez en cuando acaricia su pelo canoso.

Al rato es interrumpido por un cabo.

-          Señor, permiso para hablar.

Lentamente el sargento Pérez le mira.

-          ¿Qué quieres?  

-          Se han adelantado los nuevos reclutas. El coronel quiere que vaya a verlos, me ha dado los informes de todos ellos, no sé si quiere verlos.

El cabo a pesar de que debe mostrar respeto, se fija en su gran tripa y su gran envergadura.

Sin contestar, el sargento Pérez termina tranquilamente su bebida y se levanta para ir a ver a los nuevos reclutas. A pesar de su aparente desidia, el caminar es rápido, tanto que el cabo casi tiene que correr para seguirle.

Salen al patio donde están los reclutas, aunque ya están en formación, se les nota un ambiente poco marcial, algunos con los brazos cruzados, otros con las manos en los bolsillos, sólo se diferencian de unos jóvenes normales por sus trajes militares y sus armas.

El sargento Pérez se pasea delante de ellos, los observa distraídamente uno a uno. Éstos, al sentirse observados por un militar de rango superior a ellos, se irguen y sacan pecho, aunque sin mostrar mucho entusiasmo.  Cuando ha terminado la inspección se aleja un poco de ellos, se pone firme y grita.

-          ¡Firmes!

Algunos de los reclutas dan un pequeño salto del susto, pero rápidamente todos obedecen al sargento.

-          ¿Vosotros sois los nuevos soldados? Mi hijo de diez años cuando se disfraza parece más un soldado que cualquiera de vosotros.

¿Sabéis que estamos en guerra? y ¿qué en la primera semana siempre muere uno de cada nueva hornada de reclutas?

Algunos de los soldados muestran temor, ante la alta voz del sargento y sus comentarios.

Éste se vuelve a acercar a ellos, pero esta vez cuando pasa por delante de un soldado, éste saca pecho, intentando mostrar lo buen soldado que es.

Se detiene delante de una chica rubia, ligeramente maquillada.

-          Barbie, ¿vas a ser tú la primera en morir?

-          Señor, mi nombre no es Barbie…

Sin prestar atención a la respuesta de la chica, continúa con el siguiente soldado, un chico alto con el pelo moreno, anchas espaldas, fibroso y un poderoso mentón.

-          Mira Barbie, aquí tienes a tu Ken. Ken, ¿arriesgarás tu vida para salvar la suya?

-          Sí, señor.

-          ¿Seguro? Si es atrapada por el enemigo, ¿abandonarás al resto de compañeros, para ir a una misión suicida para salvarla?

-          Si… digo, no, señor.

-          ¡Vaya!, mira Barbie, tu Ken ya no es tan valiente – El sargento se ríe mientras dice esta frase.

 

El sargento continúa andando delante de los soldados, hasta que se vuelve a parar delante de un chico con gafas, perfectamente peinado gracias a la gomina.

-          Bueno y tú, ¿qué harías?

-          Solicitaría presentarme voluntario a la misión de rescate, señor.

-          Muy bien, ya sabemos quién es el listillo de la tropa – El sargento se ríe divertido -  ¿No te presentarías voluntario para venderte al mejor postor?

-          No, señor.

-          Muy bien, veo que sabes todas las respuestas.

El sargento continúa con esa nueva revisión de la tropa y con las burlas a algunos soldados.

Se para en el último de ellos, el más bajo de todos, que es un poco gordo. Este tiembla al sentirse observado y aprieta fuertemente el fusil, como si fuera un escudo que le protegiese ante las burlas del sargento. El sargento le observa sin mostrar ningún sentimiento ni hacer ningún comentario da media vuelta y vuelve a su posición anterior, a unos metros de distancia de los soldados.

Mientras el sargento les da instrucciones ante la atenta mirada de todos sus soldados, se empiezan a escuchar gritos en las inmediaciones. Disparos. Empieza a formarse confusión en el cuartel. Por lo que el sargento deja de hablar y empieza a mirar a los alrededores, hasta que ve a un soldado acalorado que llega corriendo.

El sargento mantiene su tranquilidad y espera pacientemente a que recupere el aliento.

-          ¡Sargento, nos están atacando! El coronel ordena que vaya a ayudar con los nuevos soldados.

El sargento asiente al soldado con tristeza y mira a los nuevos soldados. Quizá sea consciente que a pesar de que se crean todos unos soldados, sabe que no están preparados para empezar a luchar tan pronto.

A pesar de todos los gritos y la confusión que se crea en el cuartel, con mucha tranquilidad el sargento les lleva a la zona que está siendo atacada. Ordena a los soldados que se coloquen detrás de unos sacos de arena, que les sirven de protección ante los disparos de los atacantes.

 

Mientras dura el combate el sargento actuando con mucha seguridad y sangre fría les va guiando en la defensa del cuartel. En ningún momento se pone nervioso a pesar de todas las balas que surcan el aire.

En el ambiente de la lucha, cambia la forma de dirigirse a los soldados, ya no les llama por los apodos que les había puesto en la revista inicial. Si no que si hacen algo bien, les llama por su nombre, como cada vez que felicita a Mónica, la chica rubia, por sus aciertos contra los enemigos. Y cuando quiere ordenar algo, les llama por su apellido, como en el momento que le indica a Rodríguez, el chico gordo, que proteja el flanco derecho. El sargento demuestra que no era necesario que le llevasen los informes de sus soldados, ya se los había estudiado con antelación.

En un momento de la batalla, se percata de la ausencia de disparos en el flanco derecho y se acerca allí. Observa como el chico gordo, aprieta el gatillo una y otra vez intentando disparar a un enemigo que se acerca.

Suena un disparo que logra impactar en el enemigo y el chico gordo sorprendido mira su fusil, pero éste sigue sin haber sido disparado. Al elevar la vista se fija que es el sargento quien ha realizado el disparo.

El sargento observa que el chico gordo tiene entre los pantalones una mancha oscura y húmeda, a pesar de ello le sonríe afablemente.

-          No te preocupes, Rodríguez, se me olvidó enseñaros que antes de disparar tenéis que quitar el seguro. Sigue así, ya queda poco.

-          Gracias, señor – El chico gordo sonríe y por fin deja de temblar.

Finalmente contribuyen en la defensa del cuartel y consiguen repeler a los enemigos.

Los nuevos soldados respiran aliviados y relajados. Todos están agradecidos con el sargento, que con sus órdenes ha ayudado a mantenerlos un día más con vida.


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