Una para todos y todos para una

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Al llegar a la casa todos me saludaron y estuvimos hablando de cosas triviales unos segúndos. Luego mi marido me dijo donde estaba el cuarto de baño y salí del comedor en el cual estaban los seis hombres y él.

En el cuarto de baño me desnudé completamente. Mirándome al espejo me pregunté por última vez si era aquello lo que realmente quería y me dije que sí.

Entré de nuevo en el salón y mi marido se me acercó y empezó a besarme con delicadeza.

Me tocó el coño, los pechos y el culo hasta que ya estuve lo suficiente a tono como para que los demás se acercaran a mí y me empezaran a tocar también. Empecé a besar a cada uno de aquellos desconocidos que mi marido había reunido por un anuncio en Internet para que me follaran. Sus manos parecían cientos de serpientes que rodearon mi cuerpo al instante.

Sus dedos golosos se me introducían por todos mis agujeros al tiempo que se desnudaban. Intenté controlarme lo más que pude aguantando las ganas de correrme; lo suficiente como para no dar a pensar que aquello me encantaba más de lo que debiera por lo que mi marido o mi pudor pudieran pensar: que era más guarra de lo normal. Mi entrepierna al momento estuvo húmeda. Había soñado tanto y tanto desde que era adolescente con aquel momento. Cuando se lo propuse a mi marido pensé que me dejaría por loca, pero creo que él tenía más ganas que yo de verme follada por varios. Sin saber cómo, acabé en el suelo rodeada de pollas: pequeñas, grandes, enormes, con fimosis, depiladas, peludas, pero todas limpias.

Intenté meterme todas las que pude de una vez como si nunca hubiera chupado alguna o en un mundo post apocalíptico fuera el último sustento de la humanidad. Comprobé que tres son mi máximo. Cuando no podía meterme alguna a la boca intentaba pajearlas. Me hubiera gustado tener cuatro manos, pero creo que me porté más que bien allí agarrada como una mona en un árbol de pollas chupando sin parar. Mientras chupaba una con frenesí alguien se me corrió en un lado de la cara y yo me volví para empaparme bien con el semen que tragué sin vacilar.

En una de las mesitas de aquel cuarto de matrimonio de la casa había un bol lleno de preservativos junto a lubricantes y juguetes propios de la situación que no se llegaron a usar.

En la otra mesita había una bolsita de coca sin abrir.

Uno tras otro me fueron follando en la cama. Yo estaba allí tumbada boca arriba viendo como por mi coño iban pasando pollas y como decenas de manos pellizcaban mis pezones y estrujaban mis tetas. A pesar de que aquello me encantó hubo momentos en los que me veia ajena a mi propio cuerpo, como si yo viera desde fuera lo que le hacían. Supuse que aquello sería debido a la droga. Muchos de aquellos hombres me follaron hasta tres veces y cuando ya las fuerzas les flaqueaban entonces se metían rayas de coca sobre mi cuerpo sudoroso y trémulo. Algunos se echaban coca sobre la polla por lo que yo la esnifaba por mi coño seco que tenía que ir lubricando artificialmente cada dos o tres folladas. A pesar de las piernas doloridas estaba en la gloria. Luego a uno de aquellos desconocidos le dio por vaciar sus preservativos sobre mí y yo me lo restregué como Cleopatra se restregaba en leche de cabra; al poco, todos estaban vaciando sus preservativos sobre mi cuerpo hasta el punto de que mi piel morena se transformó en blanca. Me estuvieron follando toda la tarde. Cuando la droga se acabó aún me apetecía comer sus fláccidas pollas. Y cuando ya sus huevos no albergaron absolutamente nada de semen se me orinaron encima. Aquello no estaba en el guión pero me encantó. Sintiendo el calor de aquella lluvia amarilla me volví a correr una última vez antes de desfallecer en el suelo deseando volver a repetir alguna vez más esa experiencia maravillosa.


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