SUS BESOS YA ERAN RECUERDO

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Tristemente apartó el visillo de aquel cristal, viendo con mirada melancólica como su amor marchaba. Un suspiro sacó de su interior aquel cálido aire que lo empaño de vaho. Él no se dio la vuelta para despedirse, caminaba despacio con la cabeza baja, dejaba a su amada triste, pero tristemente tenía que alejarse. 

Su amor, aquel que duraba apenas unas horas no volvería a manifestarse hasta pasados unos días, exactamente hasta pasada una luna. Montó su caballo y cabalgando al trote se perdió en la llanura, dejando una estela de polvareda que lo envolvió sin dejar que ella pudiese verlo.
Con su mano abierta hizo desaparecer aquella exhalación de aliento del frío vidrio de la ventana, sin obtener satisfacción a sus deseos de encontrarlo en el horizonte. Su amor desaparecía como desapareció en ella el ansia de amar cuando aquella noche la hizo suya.
Regresó a la cama, en muy pocas horas su verdadero dueño ocuparía su sitio, un rudo vaquero sin delicadeza intentaría en ella despertar su piel roja, pero sin éxito se dormiría cansado de haber cargado en su vientre litros de cerveza.
Recostó su cabeza en la abultada almohada, aún se apreciaba su aroma varonil, el olor inconfundible para ella, de su misma raza.
Un almohadón que sirvió para acercarla a él en aquel instante preciso de necesidad amatoria.
Para entonces sus besos ya eran recuerdo, una evocación que la atormentaría cada noche cuando en aquel lecho retozase el hombre blanco en lugar de su amado de larga melena y piel color sangre.
El gran espíritu la haría soñar y en su sueño cabalgaría a su lado, encontrándose en lo alto de las montañas, casi pudiendo tocar las nubes.
Solo la compañía de la naturaleza invadiría su mente, viéndose con él tendidos en la hierva, y como techo la copa de los arboles. Podía apreciar la suave brisa que refrescaba sus cuerpos del sofocante ambiente.
Sus cuerpos abrazados eran uno solo y sus besos una sucesión de palabras de amor mudas que tan solo el acelerado sonido de sus corazones reproducía.
Pero despertó y aquel paisaje maravilloso se desvanecería quedando tan solo hasta la próxima luna el recuerdo de sus besos, pues los de aquella noche ya eran un recuerdo.

©Adelina GN


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