La Despedida de mi Madre

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Mi madre se sentía enferma del estómago, la había llevado a ver un médico por sus constantes molestias, al día siguiente debía ser internada de urgencia en el hospital por orden del mismo médico, pero nos encontramos con un paro del personal de la salud.

En ese entonces yo tenía unos 23 años y gozaba de la vida de Detective “héroe” en mi ciudad, siempre acompañado de amigos y llegaba pocas noches a dormir en casa de mis padres. Terminó el paro del personal hospitalario y por diversas razones, tanto de mi trabajo como por la vida de locos que llevaba, fuimos postergando internarla para un examen riguroso y quizás operarla.

Un gran médico, amigo personal y mi mentor que era el subdirector del hospital, cuando le comenté estos hechos, imperiosamente me aconsejó internarla bajo su supervisión. Así me enteré que estaba con cáncer al estómago y que ya no podían operarla.

Aunque me lo dijo con cierta cautela, que no perdiera las esperanzas de una mejoría en su salud, yo era un sabueso acostumbrado a interrogar y entrar en la mente de las personas; me di cuenta que el facultativo pensaba que iba a morir por esa enfermedad. Ella perdió el conocimiento y un día la encontré en una pequeña sala, comprendí que estaban esperando que muriera; con mis hermanos y primos comenzamos a cuidarla en vigilia de día y noche en su agonía. Un día me había tomado dos turnos, más mi trabajo; sentí que me desmayaba de cansancio y me aconsejaron que fuera a dormir a casa.

Me dejé caer en la cama y me quedé profundamente dormido. Soñaba que estaba junto a ella; quienes estaban cuidando mi agitado sueño, donde murmuraba y conversaba en voz alta con mi mamá, me dijeron que de pronto me quejé y segundos después entre en un profundo sueño, quedándome quieto, al mismo tiempo que di un profundo suspiro y dije con alivio: “¡Al fin descansó, gracias a Dios!”.

El hospital quedaba relativamente cerca y unos cinco minutos después de estos hechos, llegaron familiares a avisarnos que mi madre había fallecido. Me levanté en silencio y oí el llanto suave de mi familia, desde ahí sólo recuerdo retazos del velatorio y del sepelio. Tengo entendido que quedé hecho un guiñapo, que acudieron colegas policías a hacer guardia junto al féretro, situaciones que vagamente recuerdo. Pero no olvidaré nunca que en mi sueño ella se quedó dormida plácidamente por la eternidad.


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