La Risa de la Muerte (2/3)

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Enviado el , clasificado en Intriga / suspense
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Cuando la Mente Comienza a Funcionar.

  Poco a poco su cerebro fue digiriendo tanto lo que veía como lo que escuchaba.
  —¡Ya, puh, iñor dígame quién fue el chistoso que me metió dentro del nicho!
  Dando un fuerte suspiro, mientras se frotaba suavemente su rostro, José comprendió que no había tal resucitado, sino que tenía ante sí a un hombre furioso, pero muy vivo.
  Con la voz estrangulada aún por el pavor, trató de conversar con el supuesto occiso.
  —Señor …, no tengo idea qué  ocurrió para que lo metieran al nicho desocupado. ¿Cómo  está? ¿ Se siente bien? ¿Dónde vive para avisar a sus parientes?
  El hombre joven lo miró con desconfianza y observó que detrás del aseador se estaba formando un grupo con unos pocos valientes que lo miraban con curiosidad, eso sí que a prudente distancia.
  Sacudió la cabeza suavemente como tratando de despejar su mente. Con una mueca se rascó la nuca y la mirada perdida, después de buscar algo en el suelo, se  volvió con cierta sorpresa a José, quien comprendió que el exfinado ya se acordaba  qué le había ocurrido.
  —¡Desgraciado …!
  Casi arrastrando sus pies se dirigió a la salida de la  necrópolis, mientras los curiosos se apresuraban a dejarle libre su paso. Ya en la calle le vieron dirigirse a la población contigua al camposanto, hasta que desapareció en una de sus callejuelas.
  Ahora todos los curiosos no tenían miedo y algunos fanfarrones reían quizás para borrar el ridículo que habían hecho minutos antes.

  Esto fue el tan insólito relato que escuché de labios de Carlos Gallardo, un joven minero muy bien vestido como todos los que trabajan en la extracción del carbón.  
  Días antes había acudido a su domicilio, por cuanto recibí una orden judicial para investigar una denuncia por presunta desgracia hecha por su joven esposa, quien se preocupó mucho porque su cónyuge no llegó a dormir esa noche. Ante su momentánea ausencia, le dejé una citación para entrevistarlo en el cuartel.
  Cuando le hice pasar a una  oficina,  noté que estaba como sonriente.
  —Ocurre, señor, que mi esposa tiene malazo el genio. Hace poco que nos casamos y por primera vez … —una sonrisa un tanto forzada, se rascaba la punta de la nariz y su voz fue apenas un susurro.
  —¡Bueno, ya, para qué voy a andar con mentiras! —Dejó su hablar titubeante— Me quedé una noche fuera de la casa y llegué al mediodía siguiente!

(Finalizará).



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