El reencuentro

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Hoy era sin duda uno de esos días que me levantaba euforico. Probablemente tuviera que ver el hecho de que hoy y después de tanto tiempo iba a verla. 

Sin duda Neyara había cambiado. Para bien o para mal, esa chica de ojos azules que estaba sentada frente a mi tomándose un Té verde no era la misma persona que me habló el primer día de Universidad. 

Llevaba más de un año fuera de España, viviendo en una de las ciudades más importantes del mundo con una cultura y una gente completamente distinta a la que solía estar acostumbrada tiempo atrás. Después de pasar por una experiencia como esa las personas cambian.

Las cosas no acabaron tampoco mal la última vez que nos vimos, pero si es verdad que a partir de ese momento la situación con ella se volvió un tanto extraña, después de que me declararse harto ya de estar en lo que llaman "la friendzone". No quiero ponerla como la mala ni mucho menos. Dada mi situación social en la universidad hace unos años, era hasta una bendición que una rubia con esas pedazo de piernas se dignara si quiera a mirarme y ya no digo a dirigirme la palabra en público. Para muchos les resultaba incomodo, incluso por las caras y comentarios de algunos me atrevería a decir hasta desagradable que medio brazo de aquella chica fuese biónico. Pero no para mí. Apenas se notaba a simple vista que una pequeña parte de ese perfecto cuerpo femenino no era de carne y hueso, así que nunca entendí ese rechazo cuando los chicos que la rondaban se daban cuenta.

A medida que nuestra relación de amistad y nada más (como ella decía) fue acercándonos con cada secreto que sin pedírselo me confesaba, y para los que me conocen y  por muy raro que parezca yo le hablaba con toda confianza sobre mí mismo y mis miedos más profundos, hasta el más tonto de los tontos lo hubiera visto venir... menos ella.

Fue inevitable que después de 2 años de amistad, hablar casi a diario y que llevara ya 3 meses y 9 días sin ningún musculito rondándole, reuniera el valor y las palabras necesarias para decirle lo que siento sin apartar mis ojos de los suyos como me había aconsejado mi hermano menor. Pensaba que iba a ser incapaz de mantener la mirada esperando su respuesta, por lo tímido que siempre he sido. Pero al final quien la desvió fue ella y no yo.

Después de mes y medio sin vernos ni hablar de lo sucedido fui a la tienda donde trabaja Aday, a recoger mis nuevas lentes. Este, me contaba que a la rubita de mi amiga le habían concedido una beca para realizar unas prácticas como administrativa en la multinacional Inobet en su sede central en Tokio. Según Aday, Neyara era la chica con más suerte del mundo. Para él, un fanático de las nuevas tecnologías y apasionado del manga y el anime me comentaba mientras colocaba las lentes en la estructura de mis viejas Google glass, que poder trabajar en Inobet aunque fueran unas simples prácticas era una oportunidad única ya que es en Tokio donde se está desarrollando el último producto de Inobet. 

Inobet se había convertido en los últimos 15 años en una de las mayores y más rentables empresas en la creación de nuevas tecnologías del mundo, sobrepasando en muy poco tiempo a grandes compañías bien asentadas en el sector. Poder estar tan cerca y saber antes que nadie alguna exclusiva sobre el nuevo producto que iba a revolucionar la forma de transportar mercancías a lo largo del mundo entero, merecía sin duda para Aday todo el duro trabajo que le esperaba a la joven becaria. 

Pero a mi modo de ver las cosas, eso no fue precisamente lo que ha esta chica le convenció para cambiar de aires de la noche a la mañana. Sin miedo a equivocarme, diría que a Belmont lo que de verdad la motivo a desplazarse tan lejos fue la moda. Desde hace algunos años Japón pasó a ser el centro neurálgico de la moda y para una chica de pueblo por así decirlo con tanta fascinación por la ropa, ir a vivir a Japón era como un sueño hecho realidad.

El caso es que Neyara había vuelto a la ciudad. Y después de estar más de un año y medio sin verla, me encontraba tomando algo con ella en una terraza cerca de La Plaza Principal. Sin hablar de nuestro último encuentro antes de que se marchase, nos limitábamos a recordar viejos tiempos en la universidad y varias anecdotas. Me extraño la poca emoción con la que recordaba ciertos momentos juntos y que yo siempre pensé que habían sido inolvidables, aunque lo nuestro solo fuera una relación de amistad. También note lo diferente que yo lo recordaba cuando ella contaba algunas de esas anécdotas. Supuse que aunque el tiempo hubiese pasado, lo que sentía por mí la última vez que nos vimos seguía siendo igual y para no hacerme más daño le restaba importancia a los recuerdos más emotivos entre los dos.

La tarde se pasó volando hablando de todo lo que habíamos hecho en este año y medio sin saber el uno del otro. Nos dispusimos a pagar y yo decidí que aunque la casa de sus padres no estaba en la misma dirección que la mía, me apetecía pasear. Al poco de ponernos en camino me di cuenta de que no me prestaba mucha atención a lo que le estaba contando. Me fije que estaba más centrada en algo que estaba haciendo con sus nuevas Bet glass. Le pregunte entonces si realmente era cierto eso que decían sobre que las Bet glass superaban con creces a las de Google y sin dejar de prestar atención a sus gafas me respondió que sí. A partir de ese momento por más que intentaba empezar una nueva conversación durante todo el camino fue imposible.

Había perdido ya toda esperanza de que en estos 18 meses sin vernos hubiera cambiado en lo más mínimo sus sensaciones hacia mí. Si tan solo pudiese notar de alguna forma con una palabra, una mirada,... 

—Pero que ingenuo he sido al pensarlo— me decía a mí mismo mientras estábamos parados en su portal y me tocaba ya por el tiempo parado frente a ella decirle hasta luego, hasta mañana, adiós,... darme media vuelta y echarme a caminar. No pude hacerlo. Por alguna extraña razón, mis pies se quedaron inmóviles y mis ojos clavados en los suyos esperando algún tipo de milagro divino y que esa chica de pocas pecas en la cara me confirmara que no estaba haciendo el ridículo allí parado. Pero una vez más no fue así.

Simplemente mencionó las palabras que toda persona en mi lugar odiaría escuchar:

—Aunque haya pasado el tiempo sin vernos, sigues siendo como un hermano para mí. No cambies nunca. ¿Nos vemos mañana?

Me quede completamente pasmado al tiempo que respondía un largo y lento "sí" con una sonrisa forzada, aunque lo único que pude pensar para mis adentros en ese momento fue: « ¡Maldita tullida de los cojones! ».


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