el gran elfo

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Llego a casa con los cebos que había comprado con los bonos que le dieron unos bravucones feos de los que se ven en las entidades bancarias. Entonces tuvo que recordar que necesitaba el pasaporte para ir a oriente porque le gustaba más que occidente. Elfo vivía en una piedra adobada con forma de caravana chica jipi acogedora. Elfo era crema de la buena, de estas personas que ves y, dices esto es inmaculado por los cuatro costados. Tenía la ilusión y el ideario de salir de bares, quería experimentar y sentir lo de ir pasado de bar en bar y coger una pelota de infames dimensiones, pero sus creencias dieron frenazos cuando recordó que tenía ictericia. Segundos más tardes Elfo y su fiel orondo perro de orejas empinadas que movía de mil maneras y pelambreras de plata. Se fueron a pescar y pasaron una tarde serena, Y quedaron rendidos del atardecer al ver la mar, mirando al horizonte que formaba la arquitectura de un edificio colorado que se dibujaba con balcones grises. El perro miraba fijamente a Elfo torciendo la cabeza queriendo empatizar y comprender al simpático y solitario Elfo, mientras este le explicaba al detalle el dantesco “verbo predicar”. Con todos sus detalles, estaba tan animado que dijo a viva voz el presente del verbo predicar –yo predico, tú predicas, él y los demás predican, nosotras predicamos, vosotros predicáis, ellas y los demás mamones predican. El perro se echó aburridísimo con la cabeza ataladreada del sermon del gran Elfo.


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