LA OTRA CENICIENTA

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  Aquel domingo por la tarde del mes de noviembre del año 1990, Jaime Beltrán al salir de su

casa que estaba situada en una zona residencial de su ciudad sufrió un ligero mareo en plena

calle debido a una tensión acumulada por su trabajo de administrativo en la empresa familiar

de electrodomésticos en la que estaba.

Así que para distraerse decidió ir a una famosa discoteca que se hallaba en una plaza céntrica

de la gran urbe donde sabía que encontraría a una joven empleada de su empresa llamada

Ana con la que mantenía una cierta amistad para que le hiciese un poco de compañía.

Una vez que hubo llegado a su destino, se adentró en aquel antro en el que predominaba el

ruido ensordecedor de la música que dificultaba cualquier tipo de diálogo y en efecto, no tardó

en dar con ella.

Sin embargo Ana le presentó a una amiga llamada Rocío que era una  joven operaria de una

industria del calzado, y oriunda de un recóndito pueblo de la provincia de Granada, en el Sur

de la Península Ibérica, quien se mostró muy simpática y muy condescendiente con él, razón

por la cual nuestro hombre se sintió gratamente soprendido y sobre todo muy reconfortado

de la positiva actitud aquella fémina.

Asimismo, Rocío se sintió totalmente deslumbrada tanto por la apostura como por el talante

educado de su galán.

A la hora de regresar a sus respectivos hogares, tras quedar para volverse a ver, las amigas

de Rocío le decían entre risas: "¡Que suerte, has encontrado a un buen partido!"

Ciertamente la pareja estuvo saliendo algunos fines de semana, y Jaime la llevaba a un PUB

en el que se escuchaba una música suave, romántica y acogedora con el objeto de que las

parejas pudieran arrollarse con facilidad, y a su vez las paredes del local pintadas de blanco

exhibían algunos cuadros de pintura cubista. Era en aquel discreto rincón donde entre veladas

confidencias Jaime besaba apasionadamente a la joven andaluza; aunque

ella inexplicablemente apenas le seguía la corriente y adquiría una postura hierática, poco

receptiva.

Mas al domingo siguiente para que Rocío no se sintiese arrancada de su entorno habitual; en

señal de consideración hacia su persona, "el príncipe azul" condescendía a ir al barrio

periférico en el que ella vivía. Entonces la chica lo llevaba a un bar donde al contrario del PUB

sonaban a todo volumen unas rumbas flamencas en las que se mezclaba el gran bullicio de los

clientes que llenaban aquel sitio, y que para Roció todo ello tenía una connotación de una

espontánea alegría, de una deshinibida y colorista juerga callejera.

- A mí me gusta mucho el teatro - le confesó él en un momento determinado-. Si quieres un 

día podríamos ir a ver una buena función.

- Bueno... Ya veremos... - respondió Rocío vagamente.

Lo que ninguno de los dos había llegado a sospechar fue que cuando uno de aquellos domingos

Jaime la volvió a llevar a aquel PUB de tan cálida y sugerente atmósfera esta cayera como una

losa en el ánimo de la vivaracha Rocío, hasta el punto que se sintió completamente turbada,

dando lugar a que ella de repente empezara a rememorar con nostalgia las costumbres

populares de su pueblo natal. El hecho de aferrarse a dicho recuerdo venía a significar que no

deseaba desvincularse de su rústico ambiente.

Por lo visto para Rocío, aquella sencilla mujer, la deslumbrante aura de aquel "príncipe azul"

se había amortiguado en grado sumo y ahora se encontraba ante un sujeto que parecía ser

de otro y aburrido planeta con el que no se entendía en absoluto. Pues aunque hablaran el

mismo lenguaje, conceptualmente, anímicamente, hablaban otro idioma.

Poco después Rocío llamó por teléfono al "príncipe" para notificarle con toda la honestidad del

mundo que no quería salir más con él, porque era evidente que no tenían nada en común. A su

juicio él era "rico", y ella "pobre".

Seguidamente Jaime pensó que el concepto de igualdad en la población de connotaciones

gregarias; como si fuésemos un rebaño de ovejas que predican muchos partidos políticos es

una mentira. Pues como dijo el filósofo José Ortega y Gasset existen diversas sensibilidades, 

diferentes niveles psicológicos que están en función de la educación que se ha recibido, y que 

a su vez éstas emanan del medio ambiente en el que se pertenece.

En todo caso, la igualdad se debe de contemplar como una posibilidad abierta, en una mejora

de vida del sujeto enmarcada en un contexto social que lo permita en todos los sentidos; es

decir tanto material, como cultural. Para ello el ser humano debe de aspirar a evolucionar en

su existencia empezando a respetar a su intranasferible YO y tomarlo como punto de partida

para tirar hacia adelante, distanciándose a la vez del inmovilismo, o del dogmatismo popular 

de la política, si no queremos autoengañarnos, y vernos envueltos en malosentendidos con

otras personas.

 

 

 


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