La Promesa

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Ya se conocían un poco. Ya se habían abrazado y besado en otra cita hacía algún tiempo.

Quedaron a cenar. Necesitaban compartir sus vidas en esos momentos. Verse, hablar, conocerse ambos y reconocerse a sí mismos.

Ella tenía un brillo en los ojos especial. Un poco nerviosa, quizá de lo que él sentía por ella, y por sí misma. Cierta inseguridad muy femenina que despierta mucha curiosidad en los demás, atracción en los hombres y abierta envidia en las mujeres.

Él siempre se preguntó que cómo podría tener inseguridad una chica tan preciosa en todos los aspectos. Él sí tenía razones para estar inseguro. Hacía tiempo que no la veía, y no sabía lo que ella iba a pensar de él. La había defraudado, pero aun así, la necesitaba muchísimo. Era sin duda la única razón por la que había vuelto a esa ciudad, para verla de nuevo.

La cena, la comida, era lo menos importante para ellos, aunque fue estupenda. Al igual que el vino blanco francés. Lo realmente importante era hablarse, verse.

Y se contaron sus vidas. Algunas de sus experiencias vitales. Algunas dolorosas. Y rieron, y también lloraron. Ambos pero a ella se le saltaron las lágrimas. Es difícil desnudarse y asumir todo lo que nos hemos equivocado, y mostrar a otra persona todas nuestras inseguridades y algunos errores. Es como una confesión, aunque no se busca el perdón, sino sólo la comprensión.

Y él la entendía, y mucho más que entenderla. Verla con lágrimas en los ojos le apretaba el corazón. Eso para él era una prueba de lo que estaba sintiendo por ella. Y ella, lejos de descomponerse por el llanto, estaba preciosa. Como si las dos lágrimas que resbalaron por sus mejillas fueran parte de su maquillaje. Increíblemente angelical.

Y hablaron de todo, de todo, incluido la remota posibilidad de mantener un encuentro íntimo. Ella le dijo que no estaría bien. Él le dijo que si ella quería, ella no haría nada. No tocar, no hacer, sólo él haría, no ella. Él haría que se sintiera amada, deseada y querida, sin esperar nada para sí mismo. “¿Eso se puede?” Ella preguntó. Él respondió, “sí, te lo prometo”.

Esa fue la promesa. Él se entregaría, la abrazaría, la besaría y la acariciaría, pero sin esperar nada a cambio. No sólo sin esperar nada a cambio, sino sin pedirlo, sin suplicarlo aunque lo deseara con todo su alma y todo su cuerpo, y llegado el caso, evitarlo, frenarlo. Era “La Promesa”.

Y se rieron. Vaya un par de adultos, comportándose como niños, él pensó. Pero también sabía que en las relaciones él era como un niño. En su vida no había tenido muchas experiencias, poquísimas en realidad. Y deseaba que ella también fuera en cierto sentido como una niña. Es bueno ser como niños, él dijo. Los niños tienen inocencia, esperanzas, risas, curiosidad y capacidad de asombro. Hemos de ser como niños de cuando en cuando.

Se lo pasaron muy bien en la cena, y en los postres. La sensación que se tiene cuando cuentas tus intimidades y te sientes en cierta forma comprendido por quien te sientes atraído es genial. Una sensación que te provoca mucha distensión de los nervios, felicidad en definitiva.

Fueron al apartamento de ella. Ella dijo que quizá fuera peligroso… Él dijo que sí, ¿pero por qué no? Estaba La Promesa como garantía.

Y se tomaron un té.

Su apartamento era un pequeño desastre, él pensó. ¡No le importaba en absoluto!. Tan desorganizado como era de esperar. Sin haber sido organizado en previsión de recibir visitas. Pequeño, para una persona realmente.

Casi al terminar el té, él no pudo más. La abrazó y la besó. Poco a poco, pero cada vez más seguro. Cada vez más largo. Al principio con los labios, más tarde con toda la boca y la lengua. También en su cuello, oyendo su respiración.

No podía creer lo que pasaba, lo que sentía. La apretó contra sí mismo por la cadera. Pero necesita más. La pasión se desató. La empujó contra sí mismo y su espalda contra la pared. Apretando fuerte. Ella no dijo nada, sólo le besaba y se sonreía.

Él entonces la abrazó por la espalda, y su espalda se curvó. Él la besaba en su cuello cuando la acarició su pecho por encima de la ropa, tocando suavemente, abrazando desde la espalda. Ella emitió un pequeño gemido. Entonces él supo que no podía ser sólo eso, que no podía parar ahí. Había llegado el momento de cumplir su promesa.

La acarició el pecho por debajo de su ropa, ella se sonrió más, y gimió más fuerte. Él la besó los pechos. Y más tarde, él deslizó la mano dentro de sus jeans. Él también tenía jeans. Su objetivo no era otro que acariciarla todo el cuerpo. Y llegó hasta acariciar su vulva, su precioso coñito, su chuchita. Entonces descubrió que estaba muy húmeda. Ella dijo “mira cómo me tienes”… Él era feliz por eso, por notarlo, por oírlo de ella, y por cómo ella lo dijo.

Él entonces ya no podía más. Quería decir que él también estaba húmedo, muchísimo. Que sus jeans le estaban haciendo daño, que su miembro no cabía dentro. Al menos se había puesto ropa interior más deportiva que ajusta más, pensó. Menos mal, al menos está sujeto. Dios qué dolor, pero está en su sitio…Pero no la dijo nada.

Ella hizo un amago de desabrocharle la camisa, pero se frenó, y él no dijo que siguiera. Dijo que está bien así, que le dejara hacer a él. La desnudó. En el sofá. Así es como la quería ver, como deseaba verla desde hacía tanto tiempo. Desnuda y en todas las posturas, besándola y lamiéndola en todos sus rincones. En la boca, en el cuello, en los pechos, en sus glúteos, en sus ingles, en su coñito y en más sitos.

Y fue así.  Ella desnuda. Él vestido.  Ella curvando su espalda en el sofá. Él acariciándola, besándola y lamiéndola todo el cuerpo. Muy despacio al principio, más fuerte muy poco a poco. Ella viniéndose. Él viéndolo, cuidando que así fuera, que ella se viniera completamente.

Fue, simplemente, cumplir la promesa. Él se sintió bien por hacerlo. Ella se sintió mejor que bien.

Cuando estaban descansando en el sofá, tumbados, abrazados, ella le hizo una pregunta con voz bajita, preguntó “¿me quieres?”. Él sin dudar le respondió, “sí”. Había cumplido su promesa frenando sus naturales instintos por ella. Y la besó en la cabeza por tener esa pregunta en la mente, esos preciosos pensamientos, tan bonitos.

El tiempo y las circunstancias hicieron que se tuvieran que separar. Cosas desgraciadas que pasan en la vida.

Él siempre la recordará, todo, también la promesa, la pregunta y su respuesta. Ella también.

Y alguna vez, sólo alguna vez, se preguntarán en cómo hubieran cambiado sus vidas si él no hubiera cumplido su promesa.


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