El albañil de la casa

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Rogelio es un joven que trabaja independientemente en la construcción o reparación de obras menores de albañilería. Su magra educación se ve compensada por su buen carácter, su disposición y sobre todo su buen humor. Sin embargo lo que realmente me excitó más, fue el oír sobre sus competencias de Kick boxing, un deporte realmente rudo en el que se requiere de mucha brutalidad física, aún entre las mujeres, para ganar alguna competencia. Esto al menos en el barrio al que él pertenece y en el que el menos experimentado tiene dos o tres fracturas.

Estábamos en la azotea de mi casa revisando un trabajo de resane que había hecho. Desde ahí se podía dominar el conjunto de las otras casas. De pronto dijo “Mire Don (así me dice por respeto a mi edad), aquí tengo esta cicatriz de una pelea; aquí me fracturaron la nariz; este hueco en mi cabellera, me lo hizo un bato que me arrancó los pelos…”

No paraba de mostrarme su cuerpo que además de estar tupido de cicatrices, mostraba unos músculos bien delineados que correspondían perfectamente con un muchacho de 25 años que se dedica a hacer deporte y a un trabajo tan pesado. De pronto se bajó el pants para mostrarme una cantidad impresionante de moretones en sus pantorrillas y piernas. Yo me quedé pasmado más que por sus impresionantes extremidades, por ese bulto que aún dormido, era tan notorio como una serpiente en medio de la sala.

Tuve que hacer un esfuerzo que fue insuficiente para que él no notara que mi vista había quedado orientada a la magnificencia de su bulto: un gran miembro junto a ese par de testículos deliciosos. En el bajo vientre solo había unos hermosos vellos negros continuación de ese pubis que me tenía hipnotizado.

Noté que sonrió. Y entonces maliciosamente me dijo: “Mire, toque esta cicatriz de hace mucho tiempo. Se siente como un nervio debajo de la piel, pero en realidad es un mal trabajo de costura que me hizo una enfermera. No sé por qué se distrajo”. Yo si sabía. Era por la misma causa que le obedecí sin saber porque y sin pensar que alguien nos podía ver desde abajo, para tocar esa antigua cicatriz que estaba muy cerca de su ingle.

Me hinqué y en cuanto las yemas de mis dedos palparon lo que me había indicado, vi como su “cosa” despertó de inmediato. Fue tan rápido que en tres segundos su glande y otros 6 o 7 centímetros de un total de 22, asomaron por encima de su calzón. Yo quedé estupefacto. Sin dejar de acariciar la cicatriz de su pierna dura como roca, volteé hacia arriba y nuestras miradas se cruzaron. Él sonreía sabiendo lo que me estaba pasando. Entonces comprendí que él ya se había dado cuenta del efecto que tuvo todas la veces que se había desvestido y vestido enfrente de mí cuando yo me había quedado callado admirando tantos músculos.

Pasaron uno o dos segundos. Sin apartar mi mirada de la suya, mi mano guiada por un poderoso instinto se fue directo a la carne más deliciosa que puede tener un hombre. Sentí que el animal palpitaba. Toqué la única parte de piel suave de ese cuerpo curtido por el trabajo rudo y los golpes. La acaricié sabiendo como nos gusta que lo hagan. El cerró los ojos e inclinó su cabeza hacia atrás. Entonces como un arco reflejo, mi boca se posesionó de ese gran miembro. Bajé su calzoncillo y lo vi entero: circunciso, perfectamente simétrico, con la venas marcadas, muy ligeramente curvado hacia arriba, ligeramente menos moreno que el resto de su cuerpo. Entraba y salía de mi boca. Lo abarqué con las dos manos y todavía quedaba para atragantarme. Succioné muy rápido y con desesperación. Él solo gemía y entonces me tomó de la nuca y casi hizo que vomitara cuando introdujo su animal hasta mis anginas. “Espera”, le dije. “Con calma”.

Puse en práctica una lección de sexo oral que me había grabado de una página porno. Re inicie muy suave, en la cabeza con lengüetazos suaves pero firmes y continuos al mismo tiempo que masajeaba con mis dos manos sus testículos y el resto del miembro. La reacción fue inmediata. Con una mano empecé a masturbarlo al mismo tiempo que no lo sacaba de mi boca y con la otra acariciaba muy suavemente desde la base de su culo hasta los testículos.

Fue demasiado para este chico. No pasó ni un minuto cuando sentí ese sabor agridulce. Yo me excité más y solo hice una pausa para decirle “quiero toda tu leche papi”. Ante esto él se vino tan profusamente que alcancé a dar un trago de leche caliente, a embarrarme la cara y a poner otro poco de semen en mi pecho desnudo.

Me levanté y cuando lo iba a besar en la boca, él dudo un poco. “Vamos, solo un poco de ternura”, entonces se dejó hacer y pasó de soportar a gozar metiéndome su lengua y entrelazándola con la mía. Su excitación creció de nuevo como un ciclón. De pronto dejó de besarme y me volteó de manera un tanto violenta, me bajo los pantalones y calzones de un solo movimiento. Me empujó y yo me tuve que sostener inclinado de la media barda que era la única que nos cubría de las miradas del resto del mundo. Sentí como escupió en mi culo que ya palpitaba de deseo. “Por favor despacio que la tienes muy gra…..haaaa”.

Sentí que me partió en dos. Sin piedad empezó a bombear, Pasaron unos segundos y ese dolor se trasformó en placer. Un placer morboso, libidinoso, intenso. La metió tan profundo y bombeaba con tanta intensidad que muy rápido empecé a sentir que ya tenía líquido pre seminal en la punta de mi propio miembro. El jadeaba y sudaba. Yo ahora completamente amoldado, empujaba hacia atrás para que el terminara de meter esos 22 centímetros de carne dura pero con piel de seda, en mi humanidad. Nuestros movimientos se sincronizaron y cada vez que él arremetía, yo empujaba hacia atrás. Su cadera y pubis golpeaban mis nalgas al mismo tiempo que entraba y salía de mí.

De pronto los dos quedamos paralizados por una breve fracción de segundo y al mismo tiempo que me venía, sentí como él me inundaba de leche las entrañas.

Solo descansamos un poco. Nos vestimos sin decir palabra. Él parecía un poco confuso. “¿No te gustó?”, le pregunté. “¿Y a usted?”, me dijo en respuesta. La verdad me encantó y me gustaría que lo volviéramos a hacer a la primera oportunidad, pero en otro lado. Hoy tuvimos suerte de estar solos. “cuando usted quiera lo podemos hacer en mi casa. Bueno, en mi cuarto porque ahí vivo solo”. Yo lo besé y le dije: “te hablo ¿ok?”.

Lo vi desde arriba de la misma azotea cuando se marchaba. Llevaba una bolsa con sus pesadas herramientas. Vestía un pantalón de mezclilla bastante viejo y una playera que dejaba ver ese cuerpo tan sensual, tan rudo y tan fuerte. Cerré los ojos imaginado como me iba a poseer en la próxima ocasión.


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