El albañil de la casa y mi esposa

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Ante tanta insistencia de mi esposa para que viniera Sergio, nuestro albañil de cabecera y mi amante secreto, para un trabajo que yo juzgaba innecesario, tuve una chispa de duda. Si bien mi esposa y yo ya habíamos compartido cachondeos con algunos amigos y vecinos en fiestas en donde nos pasamos un poquito de copas, siempre supuse que no había pasado de que le metieran mano y ella manoseara al amigo en turno sobre la ropa. Lo que si era seguro es que muchas veces después de una fiesta de esas, no aguantábamos la excitación y terminábamos cogiendo en el carro o el hotel de paso más cercano.

Ya instalados en el hotel yo preguntaba “¿te gustó? ¿La tenía grande? ¿Te tocó debajo de la falda?”.  La acribillaba con estas preguntas. Ella al principio con pena y después completamente excitada me decía “¡¡sssiii, la tiene enorme; me acarició las nalgas; me chupó todo… me metió la lengua y me chupo mi botoncito…haaa!!! Ya no podíamos más, nos veniamos y terminábamos exhaustos.

Yo salí ese día a trabajar y vi que ella se estaba preparando como si fuese a recibir la visita de sus amigas que siempre andan compitiendo para ver quién se arregla mejor. Ya no me quedó duda. Pensé que mi macho en turno estaba siendo compartido con mi propia esposa. Esperé en un lugar estratégico y casi después de media hora vi esa silueta inconfundible de Sergio. Iba como siempre, con su eterno pantalón de mezclilla medio agujereado y con resabios de cemento de alguna obra. Una playera que dejaba ver esos pectorales que sin ser exagerados, le daban ese aire de macho activo y poderoso sexualmente.

Vi cuando llegó a la casa. Esperé un poco y con mucho sigilo, después de otros quince minutos entré a la casa sin hacer ruido. Entonces me di cuenta de que pude haber entrado cantando y ellos no se hubieran dado cuenta de nada. Parecía que la cama se iba a deshacer y que a ella la estaban torturando. Cuando llegué a la recámara pude ver que efectivamente la cama parecía que se iba a desarmar en cualquier momento. Ella acostada boca arriba y con las piernas dobladas hacia el cielo y sus rodillas a la altura de su propia cabeza. No era penetrada sino masacrada con una estaca de 22 centímetros. Parecía que convulsionaba.  Se tuvo que poner una almohada en la cara para que sus gritos de placer desatado no se escucharan hasta la calle. Sergio, en lo suyo. Parecía un toro en brama ayuntando. En su espalda se dibujaban los músculos tensos y en sus nalgas se formaba un hoyuelo en cada una. Una máquina del sexo duro. De pronto después de un interminable bombeo, mi esposa se arqueo y en un grito gutural ahogado, se vino. Pero no se vino como yo la había visto en años. Parecía que estaba orinando, ese tipo de orgasmo que tienen algunas privilegiadas. Mientras mojaba a Sergio y a la cama, ella se siguió frotando con su dedo mientras se atragantaba la estaca de Sergio y se tragaba parte de la leche caliente. Otra parte se la embarró en sus pechos. Yo me vine solo de mirar esa escena y vi como una mancha de humedad se empezó a dibujar sobre mi pantalón.

Me aparté un poco para que no me fueran a descubrir ahora que estaban en reposo. Esto duró poco. En unos segundos escuché como empezaban una sesión de besos profundos y largos. Me volvía asomar  y vi como mi esposa se comía esa carne con ansiedad. Sergio solo la observaba callado con una sonrisa maliciosa de satisfacción. De pronto, la detuvo con firmeza, la volteó y las puso en cuatro. Cuando la penetró adiviné que no había sido en su cuevita sino en el culo. Ella gritó un aullido de dolor que él tapó con su manaza. Se quería zafar pero él no lo permitió. Bombeó un rato y ella empezó a llorar calladamente. “No…por favor, me duele mucho”. “¿Mucho?” Preguntó él… ¡¡Sii!! Ya déjame. Él en respuesta se movió más rápido y violento. Ella parecía que se desmayaba. Después de unos segundos se la sacó pero por poco tiempo. Tomó un lubricante que tenía a la mano. Lo aplicó generoso en su tolete y le retacó el culo a mi esposa. Entonces volvió a la carga. Ella solo emitió un ¡¡haaa, ya no por favor!!! Él no hizo caso. La tomó del cabello y la jaló como si fuera la rienda de un caballo para acercar sus bocas. Mientras se la seguía metiendo en su adolorido culo, ella empezó a corresponder a los besos y entrelazaban sus lenguas con furia. Empezó a olvidar el dolor y empezaron una letanía de libidinosidad: “¿te gusta mi garrote? …¡siiii!….. ¡eres la más puta! siii, eres mi puta! … ¡siiiii! Dame más, por favor, dame más….. ¿Sientes mi verga dentro de ti? ¿Quieres que te coja por todos tus hoyos?...Más…más…más…métemela duro…métemela toda. De pronto él sintió que venía otra ración más que generosa de su leche abundante y caliente… ¿quieres que te inunde el culo? Ella dijo rápidamente ¡¡¡no!!! “dámela aquí y señaló sus pechos y su boca”. Él se desensartó y presuroso puso la punta de su fierro enfrente de la cara de ella. Cerró los ojos y cuando sintió el primer chorro puso la lengua, después de nueva cuenta se puso el resto en sus preciosos y turgentes senos. Sobra decir que yo ya me había venido de nuevo.

Me cambié el pantalón y calzones y salí con sigilo de la casa. Nunca se enteraron de que yo había estado ahí observando todo y de que vi como Sergio se fue una hora y media después de que yo saliera.

Ese mismo día, en la noche cuando llegué, el trabajo de Sergio rendía sus frutos. Mi esposa estaba con una sonrisa de oreja a oreja. Me preparó la cena que tanto me gusta y estaba con una bata semi transparente que dejaba ver que solo traía una breve tanga. ¡Adiviné que no se había bañado desde su sesión de sexo con Sergio! Cuando le empecé a chupar sus pechos, pude saborear el semen de Sergio que ya conocía. Mi pequeño instrumento de escasos 16 centímetros, pareció crecer al menos un centímetro más y se me puso dura como pocas veces sucedía. Bajé a su cueva y como oso hormiguero, con mi lengua buscaba algo dentro de ella. Pude ver una pequeña gota de algo que no era su lubricante natural. ¡Era un pequeño recuerdo de Sergio!

Sabes deliciosa esta noche, ¿qué te pusiste?

Mientras yo buscaba igualar las proezas de nuestro amante en común, ella soñaba con que no era yo sino Sergio el que la estaba penetrando.

Le dije antes de dormir: amor, no sé qué hiciste hoy pero estas increíble. Por favor, repítelo la mayor cantidad de veces que puedas. Ella contestó complaciente, “te juró que así lo haré mi amor”.

Así cada uno se fue a su sueño, pero estoy seguro de que en estos sueños, había un personaje en común.


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