Historias escritas para ti... SIEMPRE INTENTÉ RECORDAR PARA NO TENER QUE OLVIDARTE Cap.1

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 INTRODUCCIÓN

 

Sin pretender hacer alarde de mujer enamorada, comienzo una nueva novela corta por capítulos, proyectando esa condición romántica en ella y para mis lectores, puesto que el título de esta no dista demasiado lejos de lo que estamos leyendo, espero ahora que lo recordéis, para las siguientes entregas. Como bien escribo va a estar basada en los recuerdos y en el afán de no olvidar a alguien manteniendo estos vivos.

Comenzará diferente, como si estuviéramos abriendo la novela por la última hoja y leyéramos en sus primeras frases un final que dará pie a la historia, que recordará para nosotros el segundo protagonista de la misma.

Emprendamos pues la lectura que hará del menos romántico, un sensiblero de pro, viéndose en masculino, tanto como en femenino identificado o identificada, con lo aquí narrado o eso, en el mejor de los casos es lo que espero...

 

©Adelina GN

 

 

Capítulo 1

 

 

Sus manos se entrelazaban sintiendo en aquella dermis arrugada como a uno de ellos se le escapaba la vida.

La habitación en penumbras y la fiebre alta provocó el sueño de quien intentaba aferrarse a la vida desde aquella cama, en una habitación que parecía haberse escapado de un plato decorado para grabar una película sobre un palacio del siglo XVI.

Soltó despacio su mano dejándola descansar sobre su pecho, se sentó en la isabelina tapizada de un rojo vivo y cruzó sus piernas como acostumbraba a hacerlo, el tenue rayo de luz que entraba por la ventana pasaba sobre su hombro, no haría falta encender la luz para descifrar las letras que escritas le mostraba el libro que comenzaba a leer para entretener las horas de vigilancia al enfermo.

Cuando su brazo se desplomó haciendo que el bastón que estaba apoyado a su lado resbalase hasta dar en el suelo, no había ninguna duda, se había dormido...

Al ruido escuchado, Mario se despertó sobresaltado llamando a su amigo con un hilo de voz...

Pedro me muero... me muero Pedro...

Sus palabras se debilitaban cada vez más, hasta llegar a enmudecer del todo...

Solo lo miraba, sin poder moverse, ni hablar y viendo que su vida se acababa, dos lágrimas cayeron por sus mejillas, siendo el perfil de su amigo lo último que sus ojos viesen antes de cerrarse...

Entonces y como si de una cruel casualidad se tratase su amigo... comenzó a soñar...

 

Estaba siendo un otoño un tanto atípico, la climatología no correspondía a la estación en la que se encontraba Valencia, luciendo de un sol radiante en la mayoría de los días, acercándose a esa fecha en la que los valencianos hermanados con los maños honran a la Pilarica. Pero la nubosidad de su cielo se cerró, dando paso a una terrible gota fría, la tormenta se desataba y el aluvión descomunal dejaba la soleada ciudad, húmeda y sumergida en su totalidad.

 

 

 

La tragedia les iba a dar la oportunidad de conocerse, tanto a ellos como a muchos en que a consecuencia de una desdicha el destino une, haciendo de una desventura la mejor de las felicidades y como no hay mal que por bien no venga, el criticado organismo del servicio militar hacía coincidir en una Valencia cubierta de lodo a dos blancos inmaculados soldados que si su tendencia sexual hubiese sido excusa para ello, se hubieran declarado objetores de conciencia.

 

Lo sé con certeza, además me voy a permitir el lujo de contarlo, yo era uno de ellos, el tercero en discordia como se suele decir, también ocultando aquella enfermedad como por aquel entonces se le llamaba, sin poder presumir de que te sentías mucho mejor rodeado de hombres o corrías el peligro de que la justicia te rapase el pelo para identificarte del resto de los hombres normales, llamados así aunque puedo asegurar que los armarios como ahora se califican al escondite, estaban cerrados a cal y canto.

 

Ese día yo conducía uno de los camiones que llevaba a los chicos del ejército a recoger con palas las grandes montañas de barro que dificultan el día a día de la capital, otro compañero mío se encargaba de transportar las herramientas necesarias para aquella pesada y doliente faena, ya que en muchas ocasiones debajo de aquellas moles de fango encontrábamos a las víctimas de la riada despojadas de sus ropas, como sus madres las trajeron al mundo, que las entonces crueles aguas del río Turia les habían arrebatado.

 

 

Entre aquellos jóvenes se encontraba Pedro, un recién incorporado a filas que venía de Madrid para ayudar al igual que muchos otros desde diferentes ciudades, a limpiar y acicalar para las fiestas navideñas nuestra entonces pantanosa Valencia.

Allí en una de las zanjas traído en otro vehículo junto a cuatro más estaba Mario, un chico que más que del lugar parecía un exótico rubio americano, con su delicada figura confundía a todo aquel que lo veía cavando, apartándose así del papel de afeminado.

Pero para Pedro no pasó inadvertida su condición, por una de las acciones que hizo mientras realizaba el trabajo, entendiendo como yo entendía, sabía que él también se había dado cuenta de aquella manera tan especial que tenemos de ser limpios, como los chorros del agua y de no manchar nuestra imagen aunque estuviésemos por obligación revueltos en la mierda.

 

Cuando la oscuridad se hacía latente recogíamos a los chicos llevándolos al campamento improvisado en aquel lugar que habíamos tardado tanto en encontrar, pero bueno ahora estaba allí preparado para albergar a esos reclutas, que como a Mario aún les faltaban unos días para serlo cuando se desencadenó la trágica riada.

 

Fue entonces cuando les presente...

 

Continuara

 

 

 

 

©Adelina GN

 


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