Bromas de mal gusto

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Enviado el , clasificado en Intriga / suspense
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Aquella mañana me levanté con un mal presentimiento. Apenas había dormido y para las cinco de la mañana, momento en que el insistente despertador sonó, ya llevaba dos horas despierto.

Me seguí moviendo, preparando todas las cosas antes de ir a trabajar. Como cada día. Una rutina. Había aprendido hace mucho a apreciar la paz que da una vida rutinaria.

Pero ese día se empeñaba en ser distinto a los demás; con las persianas bajadas por las fuertes lluvias la única luz provenía de la pequeña bombilla del salón, que agotada de su vida iba atenuando su luz. Los truenos resonaban a lo lejos, adelantando lo que iba a ser, según las noticias, una tormenta de alerta naranja.

Hacía frío, demasiado frío. Dice mi vecina que este mes será el más frío de todos que ha habido hasta ahora en Sevilla. Mi vecina, Manuela, es la única persona con la que apenas hablo. Cuando tuve que empezar de nuevo, me alejé de las personas. El miedo a ser descubierto era demasiado fuerte.

Sacudí la cabeza y agarré las llaves del buzón. Por último, antes de salir miré el calendario: 28 de Diciembre. Tres días para fin de año y sería un año más que habría logrado escapar.

-Ocho horas después -

Cansado, abrí la cancela y busqué la llave del buzón. Había sido un día nefasto; la lluvia me había empapado, el autobús llegó con una hora de retraso y una vez en el trabajo tampoco fue mucho más fácil. Estaba cansado y con los nervios a flor de piel. Abrí el buzón y saqué un pequeño sobre azul. No tenía ni asunto ni remitente.

Un escalofrío me recorrió la piel.

Una vez en la seguridad de mi casa, abrí el sobre y leí la nota que había en su interior.

<Te encontramos>

Solo había dos letras. Sin embargo fueron suficiente para que me temblara todo el cuerpo.

Me levanté de golpe de la silla. Sabían quién era. Tenía que actuar rápido.

Comprobé y cerré cada una de las ventanas con pestillo.

Ocho años después lo habían descubierto.

Aseguré la puerta y coloqué una silla detrás. Sabía que de nada serviría, ellos eran expertos en el arte de entrar sin que nadie notara su presencia.

Necesito protegerme.

Fui hasta mi cuarto y saqué de la mesita de noche una pistola. Volví al salón y me encaré hacia la puerta. Si iba a morir al menos lucharía.

Ocho años de su vida huyendo. Sin hablar con casi nadie. Sin poder confiar. Mirando atrás varias veces por si lo seguían, por si averiguaban quien era en realidad. Y ahora todo eso acabaría. Por fin podría acabar.

Miré el reloj y esperé durante varias horas, sin apenas moverme; recordé a mi familia, a quienes había abandonado en mi empeño por huir. Rememoré a mis amigos, a quienes también había dejado atrás.

Y, cansado y tembloroso, junté mis manos como no había hecho desde hace mucho tiempo y recé; no pedí una oportunidad más, no prometí mejorar. Solo me disculpé y me lamenté por haber robado, aquel fatídico 31 de Diciembre ochos años atrás, aquella bolsa con una considerable cantidad de dinero a aquellos grupos de profesionales.

Ellos no lo iban a notar. Ganaban mucho, y yo apenas tenía. ¿Quién iba a darse cuenta de la bolsa ya no estaba? Iluso de mí. Apenas unas horas después ya me habían descubierto.

No tenía a dónde ir ni nadie a quien poder acudir. No había hablado con nadie sobre mis nuevas amistades y tampoco sabía en quién podía confiar.

Estaba completamente solo.

Solo me quedaba una opción: Acudir a la policía, hacer un trato y confesarlo todo. Todo a cambio de ser testigo protegido. Todo para conseguir una nueva identidad, una nueva vida. Solo tenía que dejarlo todo atrás y huir. Comenzar desde cero.

Ahora, después de tantos años de soledad y vivir con miedo, me arrepentía de haber huido sin decir nada a mi familia. Y lloraba por aquel maldito día en que cogí aquella bolsa.

El telefonillo sonó.

Volví a comprobar la hora y preparé mi arma.

Me acerqué a la puerta.

Oí cómo el ascensor subía, lentamente.

Cómo la puerta se abría.

La valentía me abandonó por completo. Estaban allí y venían a por mí.

Los pasos de alguien acercándose.

Quería esperarlos luchando y al menos acabar con esto sin tener que huir de nuevo. Pero la realidad es que estaba aterrado.

Sonó el timbre una vez.

A la mierda ser valiente. A la porra mis convenciones y deseos, no iba a quedarme a ver cómo intentaban acabar conmigo.

El timbre sonó por segunda vez.

Oí cómo alguien intentaba abrir la puerta, cómo tiraban del pomo en un intento por comprobar si estaba cerrada.

Coloqué la boca de la pistola en mi cabeza.

Cerré los ojos, me sudaban las manos.

Me despedí de todos a los que había fallado, mí familia, mis amigos, a mí mismo.

Sonó una tercera vez. Más fuerte. Durante más tiempo.

Apreté el gatillo y... Disparé.

¡Bang!

Al otro lado de la puerta, Manuela se detuvo en seco. Había venido a avisar a su vecino de que su hijo había estado enviando sobres a los residentes cómo broma por el día de los inocentes.


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