EL ENEMIGO PÚBLICO 1

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Aquel domingo por la tarde como no tenía nada especial qué hacer me dispuse a estrenar

mi flamante ordenador portátil que había comprado hacía dos días, y una vez que hube

entrado en el "nuevo" documento un poco instintivamente y empujado por un vago

desasosiego que me embargaba empecé a escribir una serie de pensamientos, de emociones

derivadas de mi entorno cotidiano como si de un Diario privado se tratara.

Sin embargo yo no me daba demasiada cuenta que aquel ejercicio de introspección abría la

puerta en mi ánimo a un inusitado mí mismo que había estado dormido durante un tiempo

indefinido que además de reclamar manifestarse con plena libertad me señalaba hasta que

punto yo había estado viviendo de un modo superficial; pues me había movido en mi

existencia mirando a las cosas, a las personas pero sin verlas; sin haber prestado demasiada

atención en ellas, y ahora convenía hacer todo lo contrario; es decir, ser más coherente con

este otro yo más genuíno y más sensible y que se implicara de verdad en lo que acontecía a

mi alrededor el cual gradualmente se iba apoderando de mí, por lo que tenía que aprender a

matizar, a observar al márgen de ideas preconceidas para poder evolucionar más como ser

humano.

Aquel lunes, cuando llegué a la Agencia de Seguros en la que yo trabajaba, y en la que había

una larga hilera de mesas tras las cuales habían las instructoras quienes enseñaban a vender

Seguros a personas que anhelaban un empleo, me dirigí a una compañera morena y bastante

atractiva con la que había salido un par de veces y la saludé con afabilidad; no obstante ella

para mi asombro me lanzó una mirada hostil y me espetó:

- Mira Pedro. Será mejor que me dejes en paz. No quiero volver a salir contigo. ¿Lo oyes?

- ¿Por qué no? ¿He hecho algo malo? - quise saber chasqueado y con un amargo sabor de

boca.

- Tienes un "algo" que no sé lo que es, pero que me disgusta profundamente.

Desconcertado por aquella actitud opté  por centrarme en los papeles que tenía encima de la

mesa, bajo las miradas de desprecio de mis otros compañeross mientras que yo sin entender

nada de lo que estaba ocurriendo me preguntaba qué había en mí de malo para que se

suscitara una situación tan tensa.

Una vez que llegó la hora de plegar salí a la calle y vi que hacía un pletórico sol cuyos rayos

traspasaban las hojas de los plátanos; por lo que antes de ir a almorzar en un restaurante al

que solía acudir con frecuencia me encaminé a un KiosKo a comprar el periódico donde allí

había un niño pequeño con su madre que hojeaba un cuento infantil.

Me hizo tanta gracia la inocente afición de aquel niño por los cuentos que le acaricié la cabza.

Mas la madre y el niño me miraron con estupor como si yo fuese un maleante y se apartaron

bruscamente de mi lado al tiempo que la mujer le decía al pequeño:

- ¡Vamos, vamos! Este señor es muy raro, y no he visto a nadie igual.

Sintiéndome tan perplejo como ofendido ante aquella desagradable reacción me revolví.

- ¡Señora, no hace falta que se ponga así! !Yo no me como a nadie!

Seguidamenre fui a mi habitual restaurante que estaba situado en la calle Aribau frente a un

cine donde hacían una comida casera. Pero nuevamente cuando me acomodé en una mesa

que estaba junto a una ventana vino el dueño del establecimiento con una agria expresión, y

con malos modos me dijo que no me podían servir; y que no era bien recibido en aquella casa.

Por tanto era mejor que no volviese más por allí.

Mientras yo le preguntaba a qué se debía aquella actitud tan descortés, tan anticomercial, vi

por el rabillo del ojo que los muchos clientes me observaban con recelo, como si yo fuese

un estraterrestre.

- No sé cómo explicárselo - respondió el dueño-. Pero es obvio que usted incomoda a los

demás comensales.

Totalmente indignado me levanté de la mesa para salir de aquel lugar, a la vez que me

preguntaba el por qué todo el mundo me rechazaba. ¿Acaso la gente había percibido en mí un

terrile lado oscuro?

Entonces se me acercó un sujeto de mediana edad, y entrecano que al parecer estaba en un

rincón de aquel local, y una vez en la calle quiso hablar conjmigo.

- Verá. Me llamo Hugo, y he sido durante muchos años un crítico de Arte Figurativo, y un 

amante del CUBISMO, el cual a diferencia de una postura reduccionista y muy materialista,

traspasa lo que salta a primera vista, la simple apariencia de las cosas y contempla otras

perspectivas; se fija en los matices de la Naturaleza - me dijo él-. Y esto constituye el eje

central del movimiento de la vida. Y usted al igual que yo se ha reconciliado con su complejo

yo interior que sin pretenderlo pone en evidencia la simpleza de los demás, ya que una gran

parte de la sociedad está afectada por el virus de una alarmante frivolidad, de una banalidad

cultural sin precedentes. Sólo que yo he aprendido a disimular mi analítica manera de ser, y

usted con el tiempo también lo conseguirá. ¡Acompañeme unos minutos, por favor! - me instó

a seguirle.

 

 

 


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