Una noche de mayo.

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Hablemos de una extraña noche de mayo, aquél quinto mes que precede a cambiar de mano llegando al quinto dedo de la palma de una mano. Parece que es el mes donde más rápido se olvidan las cosas y a la vez se sucede todo a una velocidad imposible. Debe ser porque llega el verano inquieto.

La ciudad, nocturna, coronada por la luminosidad de las arañas de las viejas residencias, los coches de punto de todos aquellos que aún pasean por las calles, mas entre farola y farola, la tenebrosidad, que la misma noche otorga para hacer de aquél fin de jornada más apetecible para los secretos que nadie podía confiar y ninguno quisiera que se vieran. Fue pues en aquella noche cuando Andrej Kasavski fue invitado a la residencia de los Baneski, allí donde habitaba una buena amiga, Katerina Baneski.

Aquella siempre se mostraba con altos tocados, recogiendo su pelo, negro como el azabache. Tenía los ojos aguamarina, que habían sido heredados de su madre, quien gozó en sus años mozos de una exquisita belleza por la que se pelearon tantísimos hombres, la cortejaban noche y día hasta que finalmente fue desposada con el señor Baneski y de esa unión nació la perfección. Katerina a su vez tenía la piel tan blanca como el talco. Ella era la moza que muchas mujeres de la capital envidiaban al no poseer tan grata belleza y piel blanca a los ojos de todos los hombres que las cortejaban y cuando ella aparecía con aires joviales y despreocupados, todas las atenciones se postraban en ella. Era única y siempre expectante a todo lo que una noche le pudiera ofrecer, reservando siempre su más pudoroso sentido de la vida.

Al entrar en la residencia, Andrej fue conducido al mayor de los salones, donde ella estaba postrada en un diván esperando a los demás invitados que iban entrando poco a poco. Allí estaba ella fumándose un cigarro y olvidando por un lapso de tiempo todo lo que había sido de ella. Eso le sosegaba durante un instante y la convertía entonces en un ser aún más angelical. Estaba dispuesta a romper todas las barreras que las mujeres no debían, jamás, cruzar.

Sonrió, mostrándose más encantadora. Posteriormente retomaba todas las conversaciones que había dejado abiertas con los invitados que allí estaban con ella. Tomaba una calada de su cigarro y explicaba más sueños que se le venían en mente.

Los demás asistentes, igual que Andrej, esperaban el alcohol impacientes, como si la bebida fuera a solucionarles todos los problemas que la mente veía y la vida ponía en práctica con ellos y ellas, para terminar con la felicidad y el pequeño mundillo que se abría camino. Katerina fumaba y dirigió la palabra al recién llegado. El mismo que le enviaba cartas a diario, preguntándose qué hacía tan apuesta ninfa en secreto cuando ninguno la observaba.

-¿Por qué deseáis, vos, conocer mi pasado? Mi presente es mucho más interesante. El remoto quedó lejos del ahora, y el ayer es una escueta medida de época, no relata mi vida, señor. 

-Sencillo, señora. Porque así, cuando me cojáis confidencia, será mucho más simple acusaros de todos los traspiés que cometisteis, y con ellos sosegar mi aburrimiento y poder justificar que en dicho instante de vuestra vida fuisteis vil.

-¿Y no contemplar que en presente soy dichosa? Aprendí de la falta. Aún así, conocer mis resbalones y envenenar el tiempo con ellos, recordándomelos en cada culpa que perpetre, crearán mi gran venganza. El tiempo y el silencio. La molestia de hablaros y saber que conoceré vuestro pasado y obraré del mismo modo en el futuro.

-Sois una gran dama. Habéis aprendido a envenenar vuestra mente, enredar, culpar y traicionar. La falsedad como don, la cobardía como defensa  y la mentira como embate. Una gran rencorosa.

Andrej se había mostrado batallante con Katerina, a quién amaba en secreto, en cada suspiro que ella ejercía a la nada y a ninguno. Él los quería para sí, ser dueño del suspiro, sonrisa, beso y llanto que aquella sublime ama pudiera dar. Ser preso del embrujo de todos los mares y océanos que ella tenía como ojos. Así, él renunciaría a su pasado y remontaría un presente con ella. Se alzó nuevamente, pues tenía otra respuesta más sensata a lo que ella había dicho.

-Si es cierto que obraréis del mismo modo que lo hago presentemente, debo suplicaros que en un futuro, cuando el tiempo y el silencio estén conformes con vos, y ya haya constado la molestia de hablarme, me améis. No necesito vuestro pasado para amaros, sólo vuestro futuro y el presente para declarar ante todos los tiempos que esta noche, yo os he amado. Recordadlo y obrad conforme.       

 


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