Satén negro 4

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A partir de ese momento me relajé un poco más. No podría decir que habia perdido el miedo, porque eso no era cierto, pero sí que había dejado de sentirme observada. Al menos ahora estaba realmente disfrutando del momento.
Alexander y yo, si es que ese era su verdadero nombre, charlamos durante largo rato. Sobre cómo era trabajar de traductor, cómo sus horarios flexibles le permitían tener una vida más relajada, cómo era trabajar con adolescentes, cómo era trabajar con niños pequeños. Y así estuvimos largo rato entre bebidas, miradas sugerentes y leves roces de nuestras piernas.
Su vida resultaba mucho más interesante que la mía, a decir verdad. Todos los días salía a correr temprano y luego desayunaba. Se duchaba, se sentaba frente a su escritorio y comenzaba a traducir todos los textos que tenía en frente. Me contó que tenía muchos trabajos freelance, que hacía entre medio de grandes traducciones que su jefe le enviaba. Todas las tardes hacía algo diferente, y eso era lo que lo mantenía en equilibrio. Si bien su vida era de cierto modo rutinaria, su horario le permitía hacer cosas nuevas cada día, cosa que le resultaba muy saludable.
-Eso es algo que yo no puedo hacer -acoté-. Mis horarios son fijos, y yo soy la que tiene que adaptarse a ellos.
-¿Y nunca pensaste en trabajar por tu cuenta?
-Pienso en mi jubilación -respondí. Era evidente que para él el dinero no era un problema-. A veces tengo ganas de quedarme con pocas horas y el resto trabajar todas por mi cuenta, pero es también agotador. Tendría que trabajar igual todo el día.
-Entonces esta noche es tu salida de la rutina, ¿verdad?
Además de increíblemente seductor, carismático y sexy, Alexander también era muy perspicaz.
-Exactamente -intenté restarle importancia la asunto, como si "la salida" no fuera un abrupto cambio para mí-. Estoy harta de charlar con adolescentes.
-Qué bueno que ya soy mayor de edad -bromeó-. Espero que nuestra charla te resulte interesante.
-Hasta el momento lo es -afirmé.
Bebi el último sorbo de mi tercer martini y me dije que ese era el limite. Ya había bebido suficiente, en especial siendo que hacía tanto tiempo que no bebía. Podía sentir un leve cosquilleo en mi interior, y no sabia si atribuirlo al hombre de aroma a madera que me acompañaba o al efecto del alcohol. O tal vez eran ambos, combinados, lo que me provocaban sensaciones nuevas y extrañas.
-¿Te gustaría continuar nuestra charla en otro lado? -sugirió, moviendo su última pieza-. Conozco un buen lugar donde podríamos llevar las cosas a otro nivel.
Tragué saliva pesadamente. Su repentino cambio de palabras me erizó el vello de los brazos. La idea me atraía muchísimo, después de todo, esa era la razón por la que me encontraba allí, pero sentí un escalofrío que me recorrió toda la espalda. La idea me encantó, pero me daba muchísimo miedo. Por primera vez en años, estaba al alcance de salir de mi zona de confort, y eso me aterraba muchísimo. Él notó mi debate interno, por lo que alejó la mirada y bebió el último sorbo de su trago. Sabia que tenía que esperar, aunque él se notaba confiado. Sentí cómo mi estómago se revolvía, cómo de repente sentía vértigo, cómo temblaba. Respiré profundamente y luego hablé.
-Sí -dije por fin-, vamos.
Sin más tomé mi bolso y él me siguió. Por el rabillo del ojo me pareció haber visto una sonrisa. ¡Y qué sensual sonrisa! Mientras yo me ponía el abrigo Alexander dejó propina sobre la barra y luego me siguió. Decidí salir primero, necesitaba tomar aire fresco.


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