Fantasías bajo la Luna llena - Ocaso

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Apenas había cumplido los 18, pero el sentía tener la fuerza de un viejo hombre. Le gustaba la oscuridad, era irónico. Muchas veces esta era su aliada, la única que le acompañaba en su soledad, pero también era aquella que los destruía.

Su corazón latía acelerado, respiraba agitado. Los parpados le pesaban, grandes ojeras que dejaban ver su cuerpo, su rostro reflejaba el cansancio, su piel demacrada, y sus labios partidos y resecos. Caminaba prácticamente con los ojos cerrados, a oscura. Abrió la puerta de su habitación, tiro las llaves sobre la mesa. Desabrocho los botones de su camisa despacio, uno a la vez. La arrojo sobre la cama, se quitó el polo. Vio su reflejo frente a si, había adelgazado. su cuerpo cada ve daba más señales de aquello que no podía ocultar. Miro con detenimiento aquellas marcas de tinta sobre su cuerpo, recordado lo mucho que significaban todas y cada una de aquellas marcas que habían sido grabadas sobre su piel con una aguja. Eran marcas imborrables.

Se sentó sobre el borde la cama, apoyo los codos sobre las rodillas. Traía el cabello algo largo y desordenado, intento acomodarlo con una mano. Agacho la cabeza, y soltó un suspiro. Aquella agonía había regresado a su mente. Casi puedo sentirla pasar delante suyo, era como si ella volviera a posar su mano sobre su hombro, como aquella vez. Esa vez que estuvieron juntos. Aquella ocasión. La ultima.

No puedo evitar recordar. Aquella sensación, aquel recuerdo. Era mágico, en aquel momento. Y ahora, se había convertido en una pesadilla, una de la que no podía despertar. Se froto los ojos con los dedos, y apoyo el rostro sobre las palmas de las manos. No podía con aquella carga. Se levantó de golpe, y del segundo cajón de su velador tomo dos cigarrillos. Tomo la camisa, y se la puso sin abrocharla. Abrió la puerta del balcón. Encendió uno, y lo puso entre los dientes. Una pequeña hilera de humo se alzaba libre frente a él. Casi había acabado de oscurecer. Y apoyado sobre el barandal del balcón no puedo con aquella sensación, esa sanción que lo destruía por dentro. Se preguntó cuánto más podría con aquello, cada vez perdía más y más el control sobre sí. Y aquellos, lo aterraba. Era como si no tuviera conciencia.

Como poder con tan grande peso. Sentía su corazón partirse en dos cuando la pensaba. Le gustaba imaginarla, pensar que estaba a su lado, que la tomaba de la mano. O que, al llegar a casa, la encontraría aun despierta sobre la cama, esperándolo. No podía evitar soltar una sonrisa, mientras comía solo por la mañana imaginarla sentada a su lado. O como ahora, solo pensar que ella venia tras él, y rodeando con sus manos su torso desnudo lo abrazaba, mientras apoyaba su cabeza sobre su espalda. Aquello le partía el corazón. Solo quería sentirla cerca, esa sensación de sentirla junto a él. Como aquella ocasión, ya avanzada la noche en la que juntos, en su habitación, se quitaron los zapatos y con ropa ligera, se recostaron sobre la cama. Aquella noche no hubo nada más que ellos dos. Ella busco abrigo sobre su pecho, y él la abrazo tiernamente mientras ella, acurrucada sobre su pecho, rodeándolo con sus manos, descansaba.  Nunca olvidaría aquella noche.

El viento soplo fuerte sobre su rostro, y como una fina capa de polvo aquellos recuerdos desaparecieron por un instante de su mente, haciéndolo volver a la realidad. No puedo evitar que una lagrima cayera. No la limpio. Su fantasma iba siempre con él. No hace falta decir cuánto la quería ni cuan presente seguía ella en su corazón y en su mente. Sus días giraban alrededor de ella, cuando aún podía sentir su piel, y alrededor de sus recuerdos, después del último beso. Apago el cigarrillo, y regreso a su habitación. Abrocho uno, dos, tres botones de la camisa, de abajo a arriba. Se acercó al ropero, abrió la puerta izquierda en busca de un abrigo ligero. Y sin querer poso la mirada sobre un pequeño perchero, un poco más bajo apartado de los demás, uno que el mismo había colocado. Y sobre él, enganchado un colgante. Lo miro despacio, como quien recuerda algo. Se humedeció los labios y apartando la mirada lentamente cerro con extrema delicadeza la puerta del ropero. Agacho la cabeza, se acercó a un gran espejo que tenía apoyado sobre la pared. Fijo la cabeza sobre él, cerró los ojos, y sin apartar la frente de la superficie de aquel cristal, alzo ambos puños desnudos sobre la cabeza y golpeo fuertemente el espejo. Este, tras un sonido seco, callo en pedazos. Los puños, aun en su lugar, apoyados ahora en la madera sangraban agresivamente. Y entonces, lloro amargamente.

Eran las 6:30 de un cálido miércoles de marzo. Horas antes había estado con ella, le había ayudado a empacar, alistar sus cosas. Todo estaba listo. Al momento de despedirse, el colocándose detrás de ella, reposo sobre sus hombros un colgante. Ella lo vio y no puedo evitar abrazarlo. Ella debía viajar, y a pesar que solo serían un par de meses, no quería separarse de él. Su buz partía aun en unas horas, pero él tenía un compromiso. Pudo faltar a ello, y acompañarla a la estación antes que ella parta, sin embargo, no lo hizo. Eran las 6:32 cuando un mensaje de ella llego a su teléfono, el bus acaba de partir. Casi una hora pues, él busco un lugar apartado, sus labores casi habían terminado. Tomo su teléfono, la llamo. Hablaron unos minutos, cuando se escuchó unos gritos antes que un golpe seco y abrumador cortara la llamada.

Intento llamar. Nada, no hubo respuesta. Un segundo intento. Y luego un tercero, un cuarto y un quinto que no dieron respuesta. Temió lo peor. Camino acelerado hacia el estacionamiento, tomos sus llaves, se puso el casco y acelero en su motocicleta. Calculo rápidamente la distancia recorrida por el bus, acelero al máximo. Su corazón latía rápidamente. Muchas imágenes pasaron por su mente, todas y cada una lo aterraban. Él se negaba creerlas, hasta que 45 minutos después, sus ojos lo obligaron a creer aquellos que él pensaba imposible. Bajo de la moto, corrió acelerado. Un bus, volcado tras chocar. Paso el paso prohibido, los rescatistas atendían heridos en camillas improvisadas sobre el suelo. Camino aterrado por aquel lugar. Y cuando bajo la mirada no quería nada más que sus ojos le jugaran mal. La vio tendida, en una camilla, se encontraba a 15 metros de distancia, corrió hacia ella, desesperado. Las lágrimas brotaban de sus ojos sin que él pueda controlarlo. La garganta se le seco cuando la vio tendida, con los ojos cerrados sin moverse. Se agacho lentamente, y la abrazo. No pudo sentir su respiración, acaricio su mejilla esperando que todo sea un mal sueño. Entonces vio, que aun traía aquel colgante. La abrazo aún más fuerte, y con extrema delicadeza desabrocho aquel regalo. La tuvo un momento en sus brazos. Se acercó a su rostro, y deposito en sus labios un tierno beso. Y entonces, lloro amargamente, como ahora, que sus puños sangraban sin cesar y como aquella trágica tarde, hace ya casi un año.


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