¿Lo quieres?

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Era una de las semanas más calurosas del verano, cuando llegué a la consulta de José Antonio para el control habitual. Nos conocíamos hace tres años y llevaba tiempo imaginando cómo sería el sexo con él. Apenas lo veía cada 10 o 12 meses, pero eso bastaba para fantasear un par de horas, cerrar los ojos e imaginarlo sobre mí.
Me gustaba coquetear con él, conversar de lo que fuera, pedirle que bajara el cierre de mi vestido cuando tenía que examinarme, usar más perfume del habitual para ver si lo notaba, vestirme especialmente para llamar su atención. Pero todo quedaba allí, entre nosotros y las paredes de la clínica.
Cuando por fin se animó y me invitó a cenar, no pude dormir. Eligió un lugar discreto y tradicional, hablamos de nuestras vidas y aunque nos miramos con muchas ganas y quedamos varias veces atrapados en esos silencios que lo dicen todo, no hubo más que un beso en la mejilla. Dos días después, me envío un mensaje por WhatsApp para que saliéramos nuevamente y tras un breve intercambio de palabras y sin más contexto que mis supuestos, dije:
- Yo no voy a moteles.
- Nunca he pensado en llevarte a un motel.
- Pero ¿cómo?, ¿entonces no quieres tener sexo conmigo?
- Perdón, parece que me expliqué mal. Sí quiero tener sexo contigo, pero no te llevaría a un motel.
Desde ese minuto, conté las horas que faltaban para tenerlo por fin metido en mí. Me pasó a buscar y fuimos a su departamento. Yo solo llevaba una tanga diminuta y un vestido de seda que se abrochaba en el cuello. Después de hacerme un breve recorrido por la sala de estar, el comedor y la cocina, llegamos a su dormitorio y me sorprendió con un beso. No sabía qué hacer con mis manos. Había esperado tanto, había ensayado mil escenas, pero en ese momento me quedé totalmente paralizada probando el sabor de su lengua. Se alejó de mí sonriendo para seguir caminando y lo retuve. Tomé su brazo en dirección hacia mí y como si hubiese estado esperando el más mínimo gesto de aprobación de mi parte, me llevó hasta la pared, me atrapó con su cuerpo y sus besos inundaron con desesperación mi cara y mi cuello. Podía sentir su erección aún sin tocarlo. Sin desabrochar mi vestido, con una mano buscó uno de mis senos y lo dejó al descubierto, lo apretó con fuerza, tomó el pezón y lo metió dentro de su boca. Yo seguía sin saber qué hacer, hechizada y entregándome a cada segundo de placer. Entonces levantó mi vestido sin dejar de besarme y metió sus dedos en mi vagina hasta tenerlos completamente mojados. Me hizo girar y se puso detrás de mí, siempre tocándome entre las piernas y presionando con fuerza, dejando toda su hombría en cada movimiento. Ya desesperada por las ganas, reaccioné y giré nuevamente para quedar frente a él, desabrochar su cinturón y poder tocar su pene totalmente erguido y firme. Bajé y apenas lo rocé con mis labios. Quería sentirlo suavemente, reconocerlo, saborearlo, probar y tragar el exquisito líquido que salía de él. En ese momento me levantó y me llevó a su cama. En un segundo dejé caer mi vestido y la tanga. Quedé completamente desnuda y acostada, esperando y deseándolo.
- ¿Lo quieres?, me dijo.
- Lo quiero entero, pero yo tardo en acabar, advertí.
- Y eso qué importa, respondió.
Su pene estaba tan duro que podía sentir sus movimientos hasta fuera de mí. Lo metió y lo sacó infinitas veces, me hizo montarlo y también me montó, bajó hasta mi ombligo, siguió bajando y se quedó entre mis piernas, explorando y tomando todo con su lengua. Y cuando yo ya estaba a minutos de acabar, se puso sobre mí y me cogió lentamente, como prolongando la explosión del orgasmo que me regaló. Después de unos segundos, me besó y siguió él, pero ya no fue suave, me hizo girar, lo metió por detrás, tomó mis caderas y no paró hasta terminar extasiado. Cayó sobre mi espalda y nos quedamos un rato respirando nuestro olor.
- Que rico. Hace tiempo que no sentía algo así, dijo aún sin mirarme.
Yo sonreía en silencio, sin poder creer lo que había ocurrido y pensaba: "este es el polvo más caliente que he tenido, en el día más caluroso de este verano".


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