Una noche mas contigo

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Suena increíble que la vida tenga un rumbo caprichoso y desafortunado para algunas personas, para mí en lo general, la vida siempre me llevo a vivir sus majares y sus placeres sin tener que sufrir por perderlos, en cada aventura, me puso a personas que amaban intensamente sin pedir nada a cambio, a personas que ofrecían sin esperar, personas que no supe merecer. Pero hubo una sola dama, una sola persona que se quedó grabada y siempre estuvo presente.

Diana siempre fue mi mayor aspiración, una mujer encantadora con una cara de ángel, un cuerpo tan fino y hermoso que solo tocarla me llenaba de pasión, su cabello negro rizado y sus ojos azules siempre fueron paz en mi alma. Interminables fueron las noches que de madrugada estaba fuera de su ventana, silbando su canción y ella me dejaba entrar a su recamara, hacíamos el amor con dulzura y silencio, disfrutando cada beso y cada caricia, sabiendo que sus padres podrían despertarse con la más mínima indiscreción.

No tengo recuerdo de haber discutido con Diana, todo nuestro tiempo juntos fue felicidad, riendo de estupideces, disfrutando del atardecer y siempre escondiéndonos de su padre, el doctor del pueblo, un hombre respetado y honorable que, no concebía siquiera pensar que su hija amada estaba en brazos de un vulgar pandillero, de un maldito callejero que tenía fama de borracho y jugador, de un pobre que su apellido no alcanzaba para desposarla.

Irónicamente, sabiendo que nuestro destino estaba cruelmente marcado, prometimos estar juntos por lo menos para saludarnos de vez en cuando. Pero luego de ese día en que debía marcharse a estudiar en España, no volví a verla más que en fotos donde visitaba lugares importantes por toda Europa. Ese “saludarnos” se mantenía aunque fuera solo un saludo por correos electrónicos pero poco a poco fuimos separándonos también el pensamiento.

Así pasaron diez años y ese pandillero se convirtió en un contador con una maestría de la máxima casa de estudios de la ciudad de México, casado y con una vida plena, lo último que supe de Diana es que vivía en Dinamarca con un chico que conoció en la facultad de medicina, creo que se casaron en Copenhague, y desde ese día el pan danés dejo de ser de mis favoritos.

Como una costumbre de ambos, nos felicitábamos en el día de nuestro cumpleaños, con un correo un poco más extenso que los plasmados para saludarnos y la semana pasada tuve el placer de felicitarla por sus 30 años, contándole un poco de lo más relevante en mi rutina en la firma y de la vida en México.

Esperaba la respuesta a ese correo al otro día, pero en mi bandeja no había replica, el altavoz sonó y mi asistente me dijo que una mujer deseaba verme pero que no tenía cita, pedí que pasara y prepare mi escritorio para recibirla.

Las puertas se abrieron y entro la figura imponente de una mujer radiante y hermosa, el aire adelanto una esencia que me lleno de lágrimas los ojos, no podía creer que a pesar de haber corrido tantos años, ella pudiera paralizarme y dejarme mudo como cuando intentaba hablarle en mi adolescencia.

Diana me extendió su mano delicada y blanca, me saludo como lo hacía antes y en su muñeca lucia esa única joya que pude regalarle. Pasmado, tarde en parpadear y alcanzar incorporarme, bese su mano y camine sin soltarla a abrazarla como tanto mi cuerpo me lo exigía, sus ojos también se llenaron de lágrimas y pronto sollozábamos en un abrazo fuerte e interminable.

Por supuesto que pedí no ser interrumpido, cancele todas las citas de ese día y, ella y yo estuvimos horas hablando de nuestras vidas y del como hubieran sido de haberlas vivido juntos, pero obviamente ese tema era un tanto controversial, por eso preferíamos recordar aquellos buenos tiempos y de la felicidad que esos momentos guardaron en la memoria.

La costumbre hace cosas inimaginables, no me di cuenta en que momento nos reíamos juntos en el sofá y sin aviso nuestros labios estaban tan cerca que un beso lleno de electricidad mi piel y la de Diana. Por un segundo, quise rechazarla pero mi cuerpo no podía obedecerme y en un momento mis manos acariciaban sus piernas recordando su piel como un mapa, sus manos tocaban mi pecho después de desabotonar mi camisa, mi respiración aumentaba con cada caricia, era imposible ocultar mi erección, la tome de la cintura y la tumbé en el sofá colocándome encima de ella, mis manos recorrieron sus seños suaves y ella arañó mi memoria con ese gemido tan singular.

Mi boca atacó su cuello sin clemencia, sus manos recorrían mi abdomen erizando mi piel a su paso, me abrí paso entre su escote y mordí suavemente sus pezones duros e inconfundibles, mis manos frotando sus piernas se acercaban por momentos a un intenso calor, calor que me abrazaba me invitaba a sentirlo en mi piel. Bese su ombligo por encima del vestido y llegue hasta su sexo incendiado, inhale y me dirigí a descubrirlo, mis manos en su ropa interior se dirigían a completar la acción cuando sus manos me empujaron dejándome casi en el piso.

Diana se levantó con la respiración notablemente agitada, sus ojos hervían en deseo y yo confundido por no saber qué había pasado. Acomodo su vestido, aplaco su cabello y me extendió su mano.

-Levántate, quiero decirte algo. –Me dijo tratando de disimular su llanto.

Intente recuperar el pulso normal junto con mi respiración, para sentarme con ella en ese mismo sofá, un semblante serio me  avisaba que algo vendría y no sería agradable, ella se limpió las lágrimas y después de respirar profundo me dijo:

-No sabes las ganas que tengo de hacerte el amor, diez años no me fueron bastantes para olvidar tu forma de hacerme tuya y miles de kilómetros no pudieron quitarte de mi memoria.

Mi rostro era total confusión, precisamente eso hacíamos y me detuvo. ¿Qué pasaba?

-Quiero hacer el amor contigo, una vez más, toda la noche de ser posible. Y esa será mi despedida.

-Despedida…

-Por eso no quise que fuera aquí, ahora, debe ser una noche esperada y esa será la última que llevaremos en la memoria.

-Diana estoy casado, si había un momento… era este, no creo poder ofrecerte otro.

-Sé que no podrás negarme un último encuentro, porque tú no me fallarías de esa manera. –Me dijo tomando mi rostro entre sus manos.

-La leucemia es un amante más celoso de lo que pudieras ser tú o yo, y ese amante no espera, no le importa nada más que hacerme suya lo más pronto posible. Por eso no puedo tomar mi última noche contigo como una aventura cualquiera, y se de sobra que estarás dentro de 10 días en ese hotel que tantas veces fue nuestro confidente, para esa última noche juntos.

 

Con un beso tibio en mis labios, abandono mi oficina, por medio de un correo, me dio los pormenores de ese gran encuentro, encuentro que es hoy, en este hotel donde solo quedan cinco minutos para la hora pactada. Mis nervios me desarman al verla entrar por la puerta.

- Hola David. Sabía que vendrías…

 

 


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