Mi esposa es prostituta Parte II

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Me quedé atónito, pero vi algo en su mirada que me decía que no estaba bromeando del todo. Saqué mis dos mil pesos y se los di. Ella se quedó estática por unos instantes; acarició los billetes; abrió su bolso de mano y metió el dinero; volvió a acariciarse el pubis con los ojos cerrados y dijo en un tono de premonición más serio de lo normal: “creo que nos va a ir muy bien”.

Para pasar desapercibida, tomó un abrigo para salir de la casa y llegar al carro. Aún a esa hora, casi las 12 de la noche, de pronto pasaban vecinos trasnochadores y el vecindario no estaba en nuestros planes de mercado.

Nos fuimos a la zona dorada de la ciudad. La llevé a un lugar estratégico muy cerca de un bar tipo discoteque en dónde asisten jóvenes de muy buen nivel económico. Se colocó en un sitio en dónde podría ver a la gente antes que ellos la vieran a ella, de ese modo podría prevenir un encuentro con alguien inconveniente o algún conocido.

Era evidente que a pesar del nerviosismo estaba disfrutando cada momento. Después me comentaría:

“Me estaba humedeciendo tan solo con las miradas de los que pasaban, sentí que mi tanga se desgastaba con esos ojos penetrantes que pasaban junto a mí. Cuando me sentí más segura, fue cuando me incline sobre ese aparador de zapatos para mostrar el culo a todo el mundo. Me excitó tanto que en ese momento deseaba que el primero que pasara se bajara los pantalones y me penetrara ahí mismo en la calle. Recordé a René con su estaca de 20 centímetros y lo extrañé más que nunca”.

No pasó más de media hora y un joven que salía con su novia del antro, le cuchicheó algo al oído, se rieron un poco y se acercaron a mi esposa. Cuando se dio cuenta de que la pareja se le acercaba muy decidida, sintió la adrenalina por todo su cuerpo. Si bien ya había tenido bastantes compañeros sexuales, fue consciente en ese momento que esa era la primera vez que estaba semi desnuda esperando en la calle a alguien que le daría dinero por su cuerpo y con un poco de suerte un poco de placer. Además, siguió pensando, sería alguien que la poseería muy posiblemente solo una vez y nunca más lo volvería a ver. Iba a abrirle las piernas a un perfecto desconocido a quién no le iba a interesar conocer.

Sintió también el riesgo. ¿Y si era un sádico? ¿Y si tenía una perversión violenta? Además ya estaba excitada por todos los que había pasado antes y la escrutaban tratando de desnudarla todavía más de lo que ya estaba. Recordó que su vestido solo era un velo que dejaba adivinar todas las formas de su cuerpo. Sintió el frío de la noche en sus piernas y sus nalgas. Fue consciente de que su vagina estaba completamente húmeda y lubricada, completamente impaciente esperando tener sexo con el primero que pasara. Por un momento se olvidó del dinero y se transportó a tantos momentos en los que estaba excitada por los juegos previos a la pasión. De pronto recobró su cordura y astucia habitual y se concentró en pensar que estaba ahí por algo: recibiría dinero a cambio de desnudarse y acostarse con un desconocido o desconocida. ¡Qué emoción, su primer cliente que resultó ser una pareja!

“Hola, ¿esperas a alguien?” “Si claro, a alguien que quiera un poco de placer”

“Ok, mi novia y yo queremos hacer un trío, ¿qué te parece? Ella es bisexual y le gustaría tener sexo contigo además de conmigo claro y por supuesto yo quisiera tenerlas a las dos”.

Laura acostumbrada a pensar rápido y a evaluar las posibilidades en un segundo, se dio cuenta de la clase económica de esa pareja y adivinó que ellos no tendrían problemas con el dinero.

“Podemos hacer lo que quieran, por al menos 4 o 5 horas. Serían $15,000 además de que ustedes pagarían el hotel”.

“Por el dinero no hay problema y en lugar de hotel, podemos ir a nuestra casa. No está lejos”.

Ella evaluó la situación al instante, sintió un micro orgasmo por la breve plática y por darse cuenta de que estaba por cerrar su primera transacción como prostituta; como una verdadera puta de la calle; como alguien que optó por la libertad de dar y quizá recibir placer por dinero.

En ese preciso momento se dio cuenta de que su vieja vocación por fin había sido liberada. Eso que ella trató de reprimir en la escuela sin haberlo logrado siempre; ese deseo de tener sexo con quién se le viniera en gana, solo porque así ella lo deseaba.

Sintió el poder del “sexo débil”, su poder ahora en las transacciones de la sexualidad mercantilista moderna. Entonces, reconoció que ahora si estaba realmente parada en ese mundo que vivió mil veces en su imaginación desde que tuvo consciencia de la gran mentira: que el sexo solo era para la reproducción y como sea siempre será pecado. Se movió, habló y fumó como una profesional, como alguien que pareciera tener años en el oficio.

Por fin sintió que era como siempre había querido ser, sin nunca haber sabido muy bien que quería ser. Pero ahora tenía la certeza total de que ella lo que quería era ser pecadora, sexual, lujuriosa, puta, en fin, una mujer libre de sentir lo que se le viniera en gana y lo que le dictaran en equipo su mente, su corazón, su clítoris y su vagina.

Se subió a un carro deportivo, y cuando la novia del chico se iba a subir atrás, al darse cuenta de los encantos de mi esposa que ahora quedaban todavía más al descubierto, decidió acompañarla. Fue una sesión candente de caricias y besos. No pudo más y tuvo un orgasmo muy intenso y ruidoso.


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