La vida de Eve (2 de 3)

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Me hice la interesante y exterioricé mi fachada más sexy pero de forma muy sutil, sin mandar mensaje alguno. Apoyé la espalda en la pared y crucé los brazos sobre mi torso de forma que cada calada de mi cigarrillo se hiciera más fácil y en un menor recorrido. Esa es una pose de putón de puerto, lo sé, pero tampoco me importaban mucho las formas en ese momento. Mi escote era recatado y la falda me cubría muy bien por encima de las rodillas. Además, seguro que este tío, si de algo estaba acostumbrado, era de las meretrices baratas y de moral laxa.

-“Me imagino que las niñas pijas y estiradas como tú no se relacionan con gente de mi calaña, ¿me equivoco?”
-“No sé qué quieres decir, tío. No soy una pija, y tampoco una estirada”, le respondí algo incómoda. “Mira, me largo a casa porque entre mis amigas y tú me vais a dar la noche”.
-“De acuerdo, demuestra que no eres una niñata. Deja que un paleto te lleve a casa”, me lanzó el tío con gran seguridad en sí mismo.
-“¡Vaya tela!”. No supe qué más decir. Bajé las escaleras de la terraza que llevaban directamente a la calle, y Paco me siguió para invitarme a subir a su coche, una pickup de Toyota tan grande como su ego. Si el tío se creía que esta noche se iba a meter en mis bragas, lo llevaba claro. “Oye, acepto que me acompañes porque eso te hace feliz, pero no te creas que te estoy dando ninguna oportunidad para nada más”.
-“Tranquila señorita, ya sé que usted solo folla con modelos de Wall Street”.
-“Lo has pillado”, le solté irónicamente.

Esa misma noche, en casa, frente al televisor, eran ya las 3 de la madrugada, y no dejaba de darle vueltas a los motivos por los que ese circunspecto personaje habría insistido en traerme de vuelta, sabiendo perfectamente que jamás podría aspirar a tirarse a una mujer como yo. Creo que debió pensar que “esta pija es una chica demasiado decente y virtuosa”, y que compartir fluidos conmigo hubiera sido una gesta que al día siguiente podría compartir con su grupo de juglares. De momento, lo que estaba muy claro tras haberme mirado el interior de mis bragas, y haberme tocado los labios del coño con los dedos, es que en el viaje de vuelta me había estado mojando más de lo que quisiera. Un secreto que me llevaría ahora a la cama, pero después a la tumba.

Pasaban los días entre martillazos y cánticos sureños, y cada vez que entraba o salía de mi apartamento se paralizaban las obras y el grupo de académicos repasaba mi indumentaria por si podían apreciar, o al menos, imaginar, algo de carne bajo mi tela. Era bastante desagradable y muy incómodo. A veces me sentía incluso violada, pero sabía que cualquier reproche derivaría en un cachondeo conjunto. Paco era el único que no paraba su trabajo, y hasta en alguna ocasión ordenaba un poco de compostura a sus colegas. Al ser consciente del detalle, esa mañana le miré fijamente durante un solo segundo y le sonreí sin detenerme. Mientras seguía caminando me arrepentí de haberlo hecho, de ofrecerle un momento de empatía o atracción. Y entonces recordé que yo llevaba ya 4 meses sin echar un polvo, y que ese primate enorme y pueblerino era lo más parecido a un hombre con el que había hablado desde entonces.

Por la tarde me sorprendió mucho el sonido del silencio, imaginé que, por alguna razón, ya se habían ido todos a casa tras un día de duro trabajo. Me relajé y abrí el agua de la ducha mientras me quitaba la ropa lentamente perdida en pensamientos del trabajo, y de las tareas para el día siguiente. Y entonces, cuando ya estaba únicamente en bragas, sonó el timbre de la puerta. No podía ser, joder. Hoy que había tranquilidad en el piso de enfrente, ¿y me iban a dar la lata los putos vecinos? Pillé mi bata de algodón trenzado y me la cerré muy bien para atender la molestia. No pude ver a través de la mirilla. Debía estar llena de polvo de las obras, así que abrí con firmeza.

-“Ho… hola Paco. Pensaba que no estabais… me iba a dar una ducha. ¿Puedes venir más tarde por favor?”

Ni me respondió. Simplemente cruzó de nuevo el umbral de mi apartamento. En silencio me agarró por los dos hombros echándome hacia atrás, obligándome a retroceder unos pasos, dio un portazo para cerrar y, sin mediar palabra alguna, con la mirada encendida y el rostro sudoroso, me llevó atropelladamente hasta hacer tope con la mesa del salón.

-“¿Qué… qué haces Paco?”
-“¡Joder tía, qué ganas tengo de follarte!” gruñó mientras me daba repentinamente la vuelta para ponerme de cara a la mesa y empujarme sobre ella.

La verdad es que 4 meses de sequía podían más que la ortodoxia de los métodos y, aunque este tío no me gustaba nada físicamente, al abalanzarse sobre mi trasero noté claramente el bulto de su pantalón sobre el albornoz que me lo cubría. Reconozco que me excité muchísimo, y para no resistirme a la fuerza bruta de 90 kilos contra mi cuerpo, dejé que continuara el asalto. Emití unos gemidos de fingida desaprobación primero, y de agitación después.

-"Por favor, déjame", le dije un par de veces. "No quiero que me toques", le mentí otras dos. Forcejeé lo justo para no parecer que me ofrecía abiertamente a su deseo, que ahora era también el mío. Me contorneaba bruscamente primero y más sutilmente después, en varios intentos por parecer que quería desprenderme de sus garras.

Eran movimientos muy bruscos los que propinaba Paco, como si estuviera enojado conmigo por algo. Al inclinarse sobre mí expuso la grupa a su disposición y, sin perder un solo momento, como si tuviera prisa por violar mi templo, abrió el nudo delantero de mi bata tanteando su atadura, me la arrebató de un tirón dejándola caer, mostrando mi cuerpo arqueado y desnudo, mientras con la misma decisión extraía de su bragueta una verga erecta que no llegué a ver desde mi posición, pero que intuí húmeda sobre mi nalga izquierda. El sonido de esa carne golpeando la mía exacerbó el instante. Ahora tenía claro que no iba a soltar ni una palabra más. Me iba a centrar en disfrutar ese momento sin pensar en las consecuencias que derivarían.

El olor de Paco era intenso, asquerosamente erótico. Abalanzado sobre mí pude olfatear sus feromonas, aunque también podría ser una simbiosis aromática entre su recién extraído apéndice genital y mis gelatinosos efluvios, que ya salían de mi interior, como si adivinaran que iban a hacer falta muy pronto.

Quedaba patente que Paco había venido hoy a mi casa con un propósito muy claro. No acababa de entender qué es lo que se le había pasado por la cabeza para estar tan seguro en asaltarme de esa forma sin esperar una reacción adversa o, al menos, algún tipo de explicación.


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