El remordimiento

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Federico Saracho,  nacido en Rosario, de  familia humilde, cuando llegó a la edad de dedicarse a algo, se le presentaron escasas opciones. 

 La primera estaba relacionada con el arte, le gustaba pintar y hacer esculturas, pero en esto no podía costear los estudios y luego no ganaría para poder vivir.

Un amigo lo convenció que ingresara en la policía con la cual tenía un puesto y sueldo seguros.

Corrían los principios de los 70 y Federico aceptó el consejo e ingresó a la Policía de la Provincia de Buenos Aires.       

Pocos meses después se recibió, y es destinado a Mar del Plata.

Ya en 1977 lo  obligan a adherirse a un cuerpo parapolicial, en el cual por la noche,  entraban en una casa que un capitán del ejército estipulaba.  

Se llevaban a jóvenes tildados de “guerrilleros” a los cuales comenzaban a torturar en la misma casa o los mataban en ese lugar.               

Muchos de ellos decían que no lo eran, pero al grupo no le interesaba escuchar.  A los dos días aparecían las fotos en los diarios de más tirada nacional y decían que habían fallecido en un enfrentamiento, “con las fuerzas del orden” cuando él había visto lo contrario, es decir un, asesinato.

 Pasado poco tiempo Federico estaba tan asqueado que renunció.

Se la aceptaron, pero le recomendaron que no mencionara lo que vio porque si no tendría sus consecuencias y las horas contadas

 Federico había conocido a un hombre de unos 45/50 años, experto en arte que le ofreció un trabajo en una galería por una calle céntrica

Estaba muy contento en ese lugar donde concurrían personas desconocidas y otras del ambiente artístico: Berni, Alonso, Soldi, Carpani entre otros.

En ese lugar conversando con esa gente tan importante se fue capacitando cada vez más.       

Un día se sintió paralizado cuando vio entrar en el local al capitán torturador y asesino.

Este se le acercó y le ofreció, mejor dicho le impuso ser ascendido a comisario general, con el sueldo correspondiente

Saracho no entendía nada, pero cuando le dijo  lo que tenía que hacer rápidamente comprendió,

Las noches que el oficial designara lo pasaban a buscar y mientras los demás. Hacían el trabajo anterior: él debía elegir las obras de arte que tenían valor para luego venderlas.

La única opción de respuesta que aceptaba el criminal era sí

Meses después  todo terminó, pero él se quedó afligido pensando que podría haber hecho algo, no sabía qué, pero haber ayudado en algo a los sufrientes. Pasaron varios años y no solo persistían esos sentimientos sino que progresivamente  empeoraban.

Decidió hacerse ver por un médico, y visitó a su clínico, que después de unos estudios descubrió un tumor, lo derivó al cirujano, este último un excelente profesional sabe que ese tumor no es quirúrgico y se lo derivó al oncólogo.

La enfermedad no tenía nada que ver con su sentimiento de culpa.

El médico tenía la costumbre con los pacientes, de conversar además de la enfermedad, de lo que podía, futbol, historia, política, filosofía y otras cosas, con las que pensaba que los  pacientes se sentían más contenidos.

Saracho le dijo que es lo mejor que le podía pasar, porque fue culpable por omisión de muchas torturas y asesinatos.

Encuentro tras encuentro trató el médico de persuadirlo  que en aquellas épocas si hubiera hecho lo más mínimo al día siguiente aparecía su foto en los diarios muerto en un “combate con las fuerzas del orden”

Él no se convenció

Él  médico había visto para la poca frecuencia de este tumor más de 40. Curados cero.

Pero con los pacientes era mentiroso y le insufló  ánimo a diciéndole  que se va a curar.

 Van pasando las sesiones de quimioterapia y las charlas, hasta que le pide unos estudios a los 4 meses de terminado el tratamiento.

Se reúnen  y el oncólogo  estaba sorprendido   Le dijo que su enfermedad había desparecido.

Vio cierta expresión de desasosiego y pocas palabras. Recuerda que le dijo que no lo esperaba y no sabía que otra cosa manifestarle.  

Le dijo que lo asimile,  lo piense bien, que estas reacciones en ocasiones suceden  y se encontrarían en el consultorio en dos días a la 10.

Cuando llegó el momento, le llamó la atención, ya que era la primera vez en dos años que no venía, pero no le dio mayor importancia. Aprovechó para tomar un café.

Va al salón y se sentó a charlar con el cirujano que lo primero que le dijo: viste que nuestro paciente ayer se suicidó.  


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