La silla

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No debía rechistar ni decir palabra. Atado a la silla Natalia lo desnudaba colocándole una venda en los ojos. En esta ocasión ni siquiera le había explicado las reglas del juego, simplemente se dejaba llevar por aquella ardiente dominadora. El solo debía aguardar paciente a que ella dispusiera a su antojo de él, inmovilizado y en tinieblas. Su expectante presa alcanzaba a sentirla agitada preparando algún ritual secreto, cualquier juego que le hiciese estremecer.

En la oscuridad notó cómo algo le acariciaba suavemente el pene, no acertando a descubrir si se trataba de una prenda de tela, un objeto o su propia mano. Desconcertado y expectante, disfrutaba de las sensaciones, de la incertidumbre de saberse a merced de aquella perversa dominadora. Podría ocurrírsele cualquier travesura o simplemente una dulce tortura, como le tenía acostumbrado. No tenía in idea de las reglas del juego que hoy había elegido.

Le sorprendió a su lado el chasquido de una cámara de fotos haciendo instantáneas. Probablemente estaba sirviéndole de modelo, de marioneta excitada a su merced, a la que fotografiaba desnudo y atado. Entre una instantánea y otra percibía su aroma al pasar ante él, dulce y sensual, inconfundible entre mil perfumes que tuviese que distinguir. De nuevo una caricia, una fotografía más cerca de la cuenta, una mano por la espalda, en un excitante silencio solo roto por el sonido de los disparos de la cámara.

Algo suave acariciaba su cuerpo, sin alcanzar a descubrir si se trataba de una pluma, de unos dedos o su propio pelo. Una cálida humedad se acercaba a la boca, con olor a placer, respirando ansiedad y deseo. Sonidos desconocidos, suspiros y su lengua paseándose entre las piernas. Lento martirio que lo arrastraba hasta el límite.

Abruptamente notó cómo se sentaba sobre él, conduciéndole el erguido pene para introducirlo en su interior. Cabalgaba lentamente, queriendo disfrutar de cada instante al ser acariciada por dentro. Los crujidos de la cámara continuaban mientras ella agitaba las caderas contra él, utilizándolo, dándose placer con su objeto de deseo pues su víctima permanecía inmovilizada. Le fascinaba manejarlo para satisfacer sus caprichos, verle perder el control en los juegos eróticos que improvisaba para disfrutar de él.

Su víctima recibía con ansiedad el cálido aliento golpeándole la cara, y percibía la fragancia de sus senos que los intuía cerca aunque inalcanzables. Se la imaginaba con la expresión de placer que a él tanto le excitaba, adivinaba cada una de sus curvas y detalles en su memoria. La oscuridad despertaba los otros sentidos, y su dominadora era una experta jugando con los cinco. Olores a sexo y a placer, sonidos de los decididos golpes sobre su regazo, de gemidos y suspiros de desesperación, sensación de sus orgasmos alrededor del pene, que castigado se mantenía firme y determinado.

Un alarido acompañó a su agonía, notando el cálido fluido saliendo de él. Lo masajeaba  lentamente con las caderas para vaciarlo de placer, para llevárselo todo pues para ese mismo propósito lo había asaltado. Sin que los sonidos de las fotografías cesaran, él se agitaba indefenso en la silla, impedido por las ataduras mientras ella le extraía todo su orgasmo, apropiándose de la parte de él que le pertenecía.

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