Ilusión

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Eran tan solo las ocho de la mañana en aquel pequeño pueblo a las afueras de Valencia. Luna ya llevaba un rato en clase cuando por fin el profesor de Literatura asomó por la puerta. A ella no le desagradaba aquella asignatura, al contrario. Sin embargo aquel día se sentía incapaz de aguantar dos horas de clase tan temprano.

El maestro empezó con su sermón. Luna, distraída, miró por la ventana. Era noviembre, pero el clima parecía no decir lo mismo. El calor era todavía notable en la ciudad. Mucha gente se alegraba al ver que aún podían lucir sus modelitos de verano, e incluso muchos iban a pasar la mañana a la playa. Pero ella no era así. Dirigió su mirada al calendario que colgaba de la pared, blanca como la nieve: seis de noviembre. Hizo cálculos. Tan solo quedaban unas dos semanas para su cumpleaños, y un mes y medio para las vacaciones de Navidad: 46 días, concretamente. Hizo un amago de sonrisa. Luna amaba esa época del año, no porque fuera especialmente religiosa, sino por todo lo que la Navidad traía consigo: el ambiente callejero, los villancicos, las sonrisas ilusionadas de los niños, las lucecitas de colores alumbrando la ciudad, como estrellas, el frío, el chocolate caliente, los banquetes familiares...Todo ello le encantaba, aunque pudiera parecer infantil.

Su mente empezó a divagar y a imaginar cómo serían aquellas Navidades. Visitaría la Plaza del Ayuntamiento para quedarse embobada mirando el enorme árbol. También se propuso patinar con su pareja sobre la pista de hielo que se montaba todos los años en la misma plaza. Harían juntos la larga cola, ella le diría que nunca había patinado sobre hielo, y él le respondería que siempre estaría ahí para protegerla, como en las pelis románticas. Luego irían a tomar una taza de chocolate caliente a la mejor cafetería de la ciudad, y ella le quitaría el bigote de chocolate a besos.

Alguna tarde tranquila saldría a pasear por el pueblo, solo ella con su gorrito favorito. Iría de tienda en tienda, intentando encontrar el regalo perfecto para cada una de las personas que amaba. Para su madre, aquel bolso del escaparate que siempre se paraba a mirar; para su hermanito, el juguete que pedía cada vez que lo anunciaban en la tele; para su padre...ya lo pensaría, aún tenía tiempo.

Aunque sin dudarlo lo que más ilusión le hacía era la cena de Nochebuena. Acudían todos sus abuelos, tíos y primos, y su madre siempre cocinaba un montón de manjares, encargando a Luna que se hiciera cargo del postre. ¿Qué podría hacer ese año? ¿Tarta de manzana? ¿O mejor de queso? Ya lo decidiría. Después de la deliciosa cena, abrirían los regalos en el salón, toda la familia junta. Ya podía ver los nervios en las miradas de los más pequeños, que abrían sus regalos con ansias, como si su vida dependiera de ello. De pronto le picó la curiosidad: y a ella, ¿qué le regalarían? No era muy exigente, se conformaría con cualquier pequeño detalle.

Y por último, Nochevieja. Como todos los años, se pondría guapa y, tras cenar en casa, pasaría la noche con sus amigos. Intentaría no atragantarse con las doce uvas, y al terminárselas, bajo el confeti, daría su primer beso del año. A la mañana siguiente, como era costumbre, se cambiaría el color y corte del pelo. Año nuevo, vida nueva, ¿no?

Una pregunta del profesor la sacó de sus pensamientos.

- Luna, ¿sabrías decirme quién es el autor de A Christmas Carol?

Y, aunque no supo responder, sonrió.

 

 


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