Un castillo en el claro Capítulo (1-2)

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Hacía tiempo que no se encontraba fuera de los muros del castillo y libre de las miradas de su madre o hermanas. Claro que… aún estaba la guardia real, representada por aquel par de titanes que él, en secreto, llamaba Tártalo y Alaban en honor a unos fascinantes y temibles gigantes muy peculiares que le constaba habitaban por esos parajes, al norte de la piel de toro. El caso es que ese par de dos no le quitaban el ojo de encima y Klaus se moría de ganas de explorar el bosque a sus anchas, por lo que trazó un plan. Sabía que Tártalo estaba prendado de Froila, una de las damas que siempre acompañaban a su madre. Klaus decidió aprovecharse de ello y, con cara inocente se acercó a los titanes ofreciéndoles un pellejo de vino para que lo disfrutaran a la salud de la dama. Los hombres sabían que a Klaus no le caían simpáticos, por lo que nunca habrían aceptado si pensaran que la idea partía del joven.

- Hola muchachos, Froila me ha enviado para entregaros un presente en su nombre. Espera que lo disfrutéis.

- Mmmm Gracias mi señor, no sé como la dama ha osado mandaros a vos a tal menester, espero que no se meta en problemas por nuestra causa…

- Oh no! Estad tranquilos caballeros, mis labios están sellados.

Uff, por lo pelos! El plan dio resultado. En menos de 20 minutos, el vino causó el efecto deseado y , como la piedra lanzada por David, dejó a los titanes fuera de combate.

Debía de darse prisa. Había tanto que hacer, el bosque era tan grande... y parecía llamarlo a gritos. No podía creer que fuese a tener la oportunidad de vivir una aventura como aquella él solo. Corrió por la playa hasta llegar a las lindes del bosque, en el que penetró con toda la teatralidad de la que fue capaz. Se sentía libre y feliz, era una sensación como ninguna que pudiera recordar. El bosque olía a humedad y a eucalipto. Inspiró profundamente y dejó que sus sentidos se invadieran de sensaciones que quería grabar en su mente para siempre. El camino se estrechaba y la luz era cada vez más tenue.  A cada paso, las hojas emitían un sonido peculiar, como un crujido y al fondo se oían romper las olas. Continuó caminando y poco a poco empezó a notar que la claridad penetraba por entre las copas de los árboles de nuevo. La vegetación parecía abrirse a su paso hasta dar lugar a un hermoso claro.  La luz del sol lo cegó unos instantes pero poco a poco fue recuperando la visión y empezó a distinguir allí al fondo una suave colina en la que se levantaba, imponente… ¡Un castillo!

Aquella visión dejó a Klaus sin aliento.  Por supuesto que él vivía en un castillo y no podía dejarse impresionar así como así pero, aunque no sabía cómo explicarlo, la fortaleza que se alzaba ante sus ojos, a pesar de no ser tan grande como la de su padre, imponía más. No solo eso, estaba rodeada por una luz especial, acogedora, cálida… que invitaba a acercarse y entrar. Por otro lado, un temor absurdo lo hizo retroceder unos pasos y lentamente se dio la vuelta y comenzó a correr en dirección a la playa, donde se oían voces femeninas muy alteradas. También creyó distinguir torpes disculpas por parte de sus dos desafortunados y fornidos “amigos”. Parecía que su plan había sido descubierto.

 

Al llegar a la cala, su madre lo abrazó preocupada y trató de tranquilizar a las damas que corrían de un lado a otro sin orden ni concierto. Cloe lo miraba de reojo con curiosidad y una pícara sonrisa en los labios y Cass se limpiaba una lágrima de alivio que corría por su mejilla.

- Klaus hijo, debes de tener cuidado. Hay muchos peligros acechando por estos bosques.

- Estad tranquila madre, no me he alejado mucho. Aún podía escuchar las olas romper antes de dar media vuelta.

Klaus sabía que su padre se encontraba amenazado y que, al ser el único hijo varón, corría el riesgo de ser secuestrado (o algo incluso peor) por aquellos que no eran partidarios del rey. De todos modos, aquello no constituía un consuelo, seguía sintiéndose controlado y agobiado, pero como no quería disgustar a su madre, no protestó y se limitó a decir la verdad y contar a todos lo que había visto. Nadie le creyó. Los titanes se rieron a carcajadas y las damas trataron de razonar con el joven heredero.

- Señor, debéis saber que su padre es el único amo de estas tierras y y nadie más puede poseer un castillo de esas características por estos lares.

- ¡Yo sé lo que he visto! No me importa si alguien me creo no. ¡Lo encontraré!

- Vamos Klaus- atajó su madre -todos estamos cansados y el sol es fuerte hoy.

La reina lo miró con ternura y sus hermanas no podían creer que osara contar tan disparatada mentira. Le costó muchísimo convencer a Tártalo y Alaban de que lo acompañaran pero, tras una ardua negociación en la que Klaus se comprometió a proporcionarles un segundo pellejo de vino,  llegaron a un acuerdo. Los guardias siguieron al joven príncipe por el sendero y se fueron internando en el bosque. Pasaba el tiempo y el joven no era capaz de encontrar la dirección correcta.  Se encontraba desorientado y no recordaba haber pasado por allí antes. Estaba oscureciendo y debían de partir lo antes posible pero la decepción y la vergüenza de que todos lo tomaran por un embustero lo empujaba a seguir buscando. Los guardias, entre risas, lo instaron a cesar en su búsqueda y lo obligaron a dar la vuelta hacia la playa, donde, ya con todo recogido, los esperaban para regresar al castillo, -“el único castillo del reino”- como ya se encargó su hermana Cloe de puntualizar.  La rabia y la desesperación lo invadían y, en ese momento decidió que encontraría el modo de escapar de los muros del castillo del rey para encontrar la imponente fortaleza que él sabía que existía en el claro del bosque. De lo que estaba seguro era de que cuando la encontrara, no daría ningún paso atrás. (Continuará...)


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