La lagartija amiga

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Estoy estirando al terminar la caminata, a mi frente las pequeñas olas rompen en la orilla con un sonido continuo y apacible. Las pequeñas rocas que circundan la zona son mi escenario más cercano, de entre sus grietas asoma su cabecita una inquieta lagartija que de inmediato centra mi atención, son minutos breves de estancia pero ella se permite un paseo en libertad. Se mueve graciosamente con el movimiento acompasado de sus patas delanteras, las aristas no le inquietan, se desplaza con soltura y salta los desniveles con precisión de alpinista. Durante todo el rato no he dejado de seguir sus giros continuos.

Al día siguiente, la espero, tengo la sensación de hacerlo en vano, pero hete aquí, que su cabecita vuelve a aparecer. Esta vez lo hace desde más abajo, la localizo de inmediato porque estoy atento. Al igual que la vez anterior comienza a moverse como bailarina en escena, como tal actúa, me lleva a seguirla con la vista, esta vez la siento más osada, mi proximidad es manifiesta pero no la cohibe, parece acostumbrada. Sigue su ritual de abajo hacia arriba y viceversa, está cómoda y a mí me lleva a un estiramiento prolongado. Me parece incluso que cruzamos la mirada en confianza.

Durante días se siguen produciendo estos encuentros, que ya no son fortuitos, parecemos llamados al interés. Cuando aparece ya su cabecita centra en mi su atención, no me despisto en ningún momento, estoy al tanto de cada una de sus expresiones corporales, la noto confiada y me abandono en su contemplación. Termino mi ritual de estiramiento y me permito alargar mi visita dándole la oportunidad de que sea ella quien se retire esta vez. Lo hace al rato, como entendiendo que es lo que procede. Me voy con la sensación de haber traspasado la línea de lo real.

Dos días después, entro en el juego de lo irreal, le presto además de atención, tiempo. Me quedo allí sujeto con lazos invisibles. Sus movimientos son ahora mas cercanos, está atenta, alguna inquietud aún le queda, me muestro tranquilo y percibo que le transmito confianza, lo deseo al menos. Como de forma convenida se queda próxima y quieta, con gesto parsimonioso desplazo el brazo y dejo la mano alargada ante ella. Se mueve en el acercamiento, me parece fantasía y ni respiro por temor a ahuyentarla. La noto, siento su contacto, me observa a la par que toma la decisión, su cuerpecito suave se desplaza tomando mi mano como soporte y base, es un contacto íntimo, lo percibo más en mi interior, siento como se traspasan las barreras naturales.

Alguna exigencia tonta me lleva a faltar a nuestra cita siguiente, lo hago un día después pero tengo vibraciones extrañas, acelero el paso, acorto el recorrido, tengo infinitas ganas de verla, necesito su presencia a modo de confirmación. La voz del niño que fui grita esperanzado, a corta distancia la escena me paraliza, el instinto me llama a huir, pero no tengo la fuerza ni el deseo, me acerco con un nudo que me oprime la garganta, se confirma todo en un instante. No quiero describir la escena sólo decir que la confianza que le trasmití acabó con ella. Alguien no supo ver ni sentir igual que yo y actúo de forma miserable.

No quiero volver a transmitir una confianza que no responda a la realidad que me rodea.


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