Aquella señora... Parte 1

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¿Recuerdan a menudo la primera vez que tuvieron sexo? Pienso en ello al menos una vez al día.

Me asaltan los recuerdos de su rostro en mis sueños; cuando cerraba sus párpados al sentirme dentro de ella. Aún arde la piel al recordar sus uñas clavarse en mi espalda, mientras mi cuerpo se abalanzaba adelante y atrás sobre su ser.

De vez en cuando despierto por las madrugadas sintiendo el cálido sabor de sus labios sobre los míos y la humedad de su lengua al jugar con la mía.

Han pasado 17 años desde aquel día, cuando me regaló su cuerpo en tres ocasiones.

Me citó un viernes, a unas diez calles de su casa. “Te espero a las cinco, sé puntal”, me había dicho un día antes.

“Aventó” las luces de su auto y de un golpe abrió la puerta; subí rápido. “Luces tan inocente”, dijo mientras arrancó el vehículo. Apenas articulé un tímido “gracias”.

La escena que contemplaba era excepcional, su peinado estaba recogido en una coleta, llevaba puesta una blusa azul sin mangas que se ajustaban a sus redondos senos, un pantalón negro que delineaba sus piernas. “No te preocupes por nada, llegaremos rápido, guarda tus preguntas para el momento indicado”, dijo y el viaje transcurrió en un silencio que se rompió 10 minutos más tarde cuando dijo “es aquí”.

El coche avanzó hasta la entrada del hotel, sacó un par de billetes y se lo entregó al guardia, ni siquiera se asomó al auto, tomó el dinero y dijo que se estacionara en el último cajón del lado izquierdo. Cuando ella concluyó la instrucción la cortina del garaje se cerró y las luces de la pared se prendieron indicando el camino que había que seguir por una escalera que remataba en una puerta de madera.

Caminamos en silencio y cerró la puerta cuando entré a la habitación, prendió las luces y se apresuró a cerrar la cortina de la ventana por donde entraba la luz del sol. Me miró y me dijo que me sentará en la orilla de la cama, mientras dejaba las llaves del auto y su bolsa en la silla de la esquina del lugar.

“No hables, déjate llevar, te guiaré y conocerás un mundo del que ya no querrás volver a salir nunca”, me dijo mientras tomó mi mano, para poder darme un pequeño beso en los labios.

“El secreto del arte del amor consiste en la paciencia”, me susurró al oído para después darme una mordida en el lóbulo de la oreja. De inmediato sentí el fluir de la sangre y oía el latido de mi corazón como una noche llena de rayos.


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