Ella le temía a la oscuridad

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De vez en cuando me gusta irme de vacaciones solo. Disfruto la libertad de manejarme a mi antojo y la verdad es que me llevo bastante bien conmigo mismo. Aquel verano había ido a un condominio sobre la playa, el lugar era bellísimo, desde el balcón se podía contemplar el mar y bastaban unos pocos pasos para poner los pies en la arena. 

En el lugar había unas cuantas familias, parejas y había notado que en el departamento de al lado se alojaba una chica sola, muy bonita ella: rubia de melena corta, ojos castaños, un cuerpo armónico en donde se destacaban unas piernas firmes y de formas perfectas y una cola redondeada. Con discreción la observaba tomando sol en la playa con una insinuante tanga de color morado . De vez en cuando nos cruzábamos e intercambiábamos un breve saludo. No más que eso. 

Hasta que una noche, de pronto se cortó la luz en todo el complejo, el lugar quedó sumido en la más negra oscuridad. Había visto que en el departamento había un candelabro con una vela (parece que los cortes de luz no eran infrecuentes), así que la encendí, destapé una cerveza y me quedé bebiéndola en la penumbra. Entonces alguien golpeó la puerta. Al abrir, encontré a mi vecina en medio de la oscuridad del corredor, llevaba puesta su tanga morada y una camisa de seda por encima. Estaba descalza. 

-Disculpame que te moleste, pero le tengo terror a la oscuridad, ¿me puedo quedar con vos hasta que vuelva la luz? 

-Sí, por supuesto. 

 

Le ofrecí asiento en un sillón y una cerveza. Aceptó. A la mínima luz de la vela se la veía más atractiva aún. Sus labios eran gruesos y provocativos, sus tetas, si bien no eran grandes, marcaban el relieve de los pezones a través de la ropa. Me sonrío. 

-Mi nombre es Magalí, te parecerá ridículo, pero le tengo fobia a la oscuridad, todavía tengo taquicardia, no me puedo tranquilizar. Gracias por acompañarme. 

-Puedo ofrecerte algo para que te relajes. 

-Ay, por favor. 

Me senté a su lado, la tomé de la nuca y la besé con furia. Enseguida Magalí lanzó su lengua dentro de mi boca mientras me abrazaba. La acosté sobre el sillón y abrí la camisa de seda, le besé el cuello, volví a besarla en la boca y después, le quité el sostén y comencé a chuparle las tetas. Sorbí sus pezones, se las lamí, se las mordí, mientras una de mis manos palpaba entre sus piernas. Ella suspiraba y gemía. Con una mano intentó bajarme mis bermudas. En un susurro me dijo 

-Sacate 

Me quité las bermudas y el boxer. Entonces Magalí tomó delicadamente mi pene y comenzó a besarlo, a lamerlo con suavidad, hasta que se lo metió en la boca y comenzó a chupar. Su boca era una humedad y una tibieza que me encendían la verga. Sentía como una corriente eléctrica me la recorría desde la cabeza hasta la base. Mientras chupaba me acariciaba los testículos y levantaba la vista para mirarme con sus ojos castaños, mientras mi pene estaba en su boca de labios gruesos. 

Volvía a acostarla y le arranqué la parte inferior de la tanga, con la punta del pene puede sentir su humedad hirviente, los labios palpitantes. La miré a los ojos. 

-¿Ya se te pasó el miedo a la oscuridad? 

-No...necesito que me mimes más. 

La penetré y ella lanzó una exclamación de placer. 

-¡Ay, papi, qué linda la tenés! 

Comencé a cogerla con un ritmo intenso, clavándola bien profundo. Magalí se mordía los labios y pedía más, Magalí me comía la boca y pedía más, Magalí me clavaba las uñas en la espalda y pedía más. 

-Dame, sí, dame, clavame fuerte, rompeme a pijazos, así, así, así!!!!! 

Sus piernas abiertas y levantadas, sus pies en el aire, su melenita rubia se sacudía en cada uno de mis empujes. Nuestros cuerpos transpiraban a la luz de la vela. Su concha desbordaba de jugos mientras mi pene la horadaba sin piedad. Mis piernas y mis glúteos estaban tensos mientras todo mi cuerpo se sacudía sobre el de ella. 

-¿Querés la leche, perra? ¿querés que te llene de semen? 

-Sí, explotá dentro de mí, inundame con tu leche caliente. 

Apenas terminó de decir eso acabó en un grito sostenido mientras todo su cuerpo se estremecía. Gritaba con los ojos cerrados mientras la concha le palpitaba. Entonces aumenté el ritmo y comencé a cogerla con furia. 

-Ay Dios mío cómo me estás dando!!!! 

Sentí un hormigueo desde los testículos hasta la punta del pene, todos mis músculos se tensaron, entonces acabé, sintiendo que me derramaba hasta la última gota dentro de su cuerpo. Mi verga latía y cada latido era un chorro de leche que expulsaba. 

Quedamos exhaustos sobre el sillón. Magalí me miró con ojos pícaros. 

-Gracias por compartir tu vela conmigo. 


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