El mutante perverso.

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El mutante perverso era un hombre normal, un padre de familia responsable y trabajador que amaba a su querida esposa y a sus tres hijos. Se llamaba Ernesto García y trabajaba en una gran empresa del sector farmacéutico. Era un profesional eficaz y ocupaba un puesto de gerencia de nivel intermedio..

 

Su vida y la de su familia eran ejemplares. Los domingos por la mañana iban todos juntos a misa, se confesaban y comulgaban. Después daban un paseo por el parque donde saludaban cortesmente a sus vecinos. Ernesto leía el periódico (La Razón) y jugaba con sus hijos. Jugaba especialmente con Ernestín, el hijo pequeño. La esposa les observaba con cara de felicidad. Ernesto era abstemio y no fumaba. El Cardenal Rocco Lavela era feliz.

 

Pero el mutante perverso empezó a tener tentaciones (y a caer en ellas), pequeños vicios (fumar, beber, masturbarse, mirar a otras mujeres, pensar a favor del aborto y de la eutanasia; hasta los homosexuales le empezaban a parecer seres normales.

 

Su mujer y sus hijos se empezaron a preocupar, a mirarle con asombro, con desasosiego. Rocco Lavela se preocupaba.

 

No lo podía evitar. El mutante perverso caía en todas sus tentaciones y empezó a tener otras de mayor calado, más intensas. Empezó a frecuentar los lugares más oscuros de la ciudad, probó muchos tipos de droga, utilizaba los servicios de jóvenes profesionales colombianas, peruanas, paraguayas, brasileñas, rumanas…Entraba en páginas web casi prohibidas. Las sotanas le excitaban. Dejo de acudir al trabajo.

 

Su familia se escandalizó. Rocco Lavela estaba desconcertado; no sabía que hacer; el asunto se le estaba escapando de las manos.

 

El aspecto físico de Ernesto comenzó a mutar. Se le cayó todo el pelo, le crecieron las orejas y se separaron de la cabeza. También la nariz le creció algo. Sus testículos se hicieron enormes; tenía grandes dificultades para andar.

 

Su mujer y sus hijos mayores, seriamente preocupados, fueron a hablar con Rocco Lavela. Tuvieron una larga reunión, plantearon un “brainstorming”, pero no encontraron soluciones. Al final, Rocco se ofreció a hablar directamente con él.

 

Mientras tanto, el hijo pequeño, Ernestín, tenía sus dudas.

 

Rocco y el mutante perverso quedaron en el Bar La Eyaculación. A Rocco no le gustaba el nombre, pero el mutante perverso insistió. Llegó a ponerlo como condición.

 

Rocco entró al Bar La Eyaculación vestido con sus mejores galas de cardenal. Hasta con gorro. A Rocco le gustaba secretamente la estética de Fellini. Se quedó pasmado cuando vió al mutante perverso sentado en una banqueta en la barra. Parecía Klaus Kinski en Nosferatu de Herzog. Estaba muy pálido y vestía completamente de fucsia. Estaba tomando un destornillador doble. Rocco dudó. Al final pidió un cuba libre de 43. La camarera era una joven negra que mostraba generosamente sus enormes pechos.

 

Rocco empezó a hablar al mutante perverso. Le dijo que últimamente, su comportamiento estaba siendo muy negativo y problemático; estaba a punto de destrozar la sagrada unidad de la familia; y sus actos, por lo que él sabía, eran muy poco, digamos, ortodoxos. Debía de volver al redil. Confesarse, arrepentirse y regresar a la eucaristía dominical.

 

El mutante perverso le escuchaba serio, muy serio; hacia gestos de asentimiento que daban esperanzas al Cardenal.

 

Rocco siguió hablando con creciente confianza y autoestima durante un cierto tiempo. El mutante perverso escuchaba atentamente y asintía. El Cardenal sentía un enorme gozo espiritual. Dios le estaba ayudando. El pecado perdería, como siempre.

 

De pronto, el mutante perverso comenzó a reir; al principio tímidamente, como tratando de evitarlo. Pero la risa fue a más. Se tornó en carcajada de volumen creciente, en carcajada estruendosa, escandalosa. Se partía de risa, se descojonaba. Literalmente. Sus testículos cayeron al suelo y votaron repetídamente como pelotitas de goma. Se cayó al suelo y se retorció; le salían lágrimas de los ojos. A chorros. También le salía algo de sangre por las orejas. Se quitó los pantalones y los canzoncillos; y se masturbó allí mismo delante de Rocco y de la negra. Quien por cierto estaba muy excitada.

 

Rocco estaba acojonado. El también sentía unas ganas intensas de masturbarse, pero él, el Cardenal, no podía caer en una tentación tan simple, sobre todo alli, delante del mutante perverso y de la negra. Quien por cierto ya se había quitado la blusa y el sujetador.

 

Rocco no sabía qué hacer. Dudo en llamar al mismísimo Benedicto XVI para que le insuflase fuerzas. También pensó en llamar al obispo lefrevbiano Richard Williamson. Si no existieron la cámaras de gas nazis, tampoco los cardenales se masturban.

 

Finalmente con gran esfuerzo y la autorrepresión tan propia de su venerable personalidad, abandonó el Bar La Eyaculación. Siempre quedarán los niños.

 

El mutante perverso se retiró a vivir a una chabola abandonada, debajo del puente del Perdón. Solo vivía para el vicio, el vicio con mayúsculas, la perversión mas abyecta. El Marqués de Sade era su ejemplo, pero se le quedaba corto. Muy corto.

 

Disfrutaba y sufría. Placer intenso y dolor insufrible. Su vida era intensa. Sabía que iba a ser corta, no era una vida sostenible. Para comer y beber, robaba. Para sus vicios robaba. Y también se prostituía (con gran placer, por cierto); le daba lo mismo con hombres que con mujeres. Pobres animales del Puente del Perdón. Nunca hubieran imaginado tanto vicio.

 

Un día, Ernestín fue a la chabola del Puente del Perdón. Encontró a su padre en un estado lamentable. Le abrazó con fuerza. Se abrazaron con intensidad. Lloraron y rieron durante mucho tiempo. Se querían de verdad.

 

Poco después el mutante perverso falleció. La causa fue una conjunción sinérgica de enfermedades infecciosas, algunas de ellas completamente desconocidas para la medicina actual.

 

Ernestín escribió “El libro magno de las perversiones” y después se retiró a vivir al Monasterio de Silos como monje benedictino. A partir de este momento, el magno tratado de Ernestín fue el libro de cabecera de los monjes y huéspedes del monasterio durante siglos. También acudían monjas para leerlo u ojearlo.

 

Rocco Lavela sigue predicando la virtud, la piedad, la verdad, la única verdad. El cuerpo de Cristo. Amén.

 

Ernestín fue inmortal. Es inmortal.

 

 

 

 

 

 

 


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