Sus últimas horas

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Abrió los ojos como cada mañana, al encenderse las luces y el toque de la sirena. Y el ya clásico "buenos días" de su compañero de litera terminó por completar su rutinario despertar. Se embolsó en su uniforme y se calzó las zapatillas como cada mañana, sin ganas.

Salió de su estancia, con dirección al comedor, con paso firme y decidido, para su último desayuno. Se puso en la fila, esperando su turno para coger una bandeja e ir pasando por cada uno de los posibles platos del menú del día. Estando ahí se fijó en su compañero de litera, al cual tenía delante, y más concretamente se fijó en la espalda de su uniforme y en las letras que decían "Preso Nº 1-5984-3", estampadas en negro en ese peto naranja.

Tras desayunar, se dirigió al patio de la cárcel. Allí prefirió pasar sus ultimas horas en solitario. Sin hablar con nadie, sin que nadie le molestara con preguntas, ánimos o cualquier cosa por el estilo. Quería pasar el rato solo.

Tras unas hora en el patio, volvió a sonar el estruendoso sonido de la sirena, avisando que debían volver a sus celdas. el se dirigió sin mediar palabra con ninguno de sus compañeros, ni siquiera con su compañero de celda. Una vez allí, subió a su litera y esperó...cerró los ojos esperando a que le vinieran a buscar.

Un golpe en la puerta y la voz del guarda llamándole por su nombre hicieron que se levantara como un resorte y se acercase a la apertura en la puerta, por donde debía introducir ambas manos. Le llevaron a una sala donde le esperaban unas ropas diferentes y un almuerzo.

El almuerzo nada tenía que ver con el típico del comedor: Patatas fritas en lugar del clásico puré de patata al que se había acostumbrado; un filete de cerdo, en lugar del guiso de carne triturada; una ensalada con lechuga, maíz, tomate y calabazín en lugar de las verduras cocidas que solían poner; y unas suculentas fresas con nata en lugar de la pieza de fruta casi rancia que solía comerse.

Cambió sus ropas, el mono naranja, al que ya se había acostumbrado tras 20 años, por unas más "adecuadas" para lo que le esperaba. Una vez completada esa tarea, caminó hacia la puerta y pasó las manos por la apertura para que volvieran a ponerle los grilletes. Y caminó acompañado hasta otra sala, donde le esperaban un abogado y el Alcaide de la prisión. Allí le quitaron los fríos grilletes de las muñecas y le sentaron en una silla. Mientras estaba sentado, comenzó a comprender que sería la ultima vez que escucharía al viento romper por entre los barrotes de las ventanas, la última vez que oiría cantar a los pájaros del patio de la cárcel...

Tras unos trámites, le sacaron de la sala y empezaron a cruzar largos pasillos con multitud de puertas. Hasta que cruzaron la última, y el los rayos del sol incidieron sobre sus parpados. entrecerró los ojos para ir acostumbrándose a la intensidad de la luz. Respiró profundamente,y siguió andando.

Habían sido sus últimas horas como preso, ahora, volvía a ser libre.


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