El castillo en el claro 2.1

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Capítulo 2.1.  La huida

 

Las 12:30, su tutor se había marchado y Klaus disponía de algún tiempo libre hasta la hora del almuerzo. No entendía en ningún modo la insistencia de su padre en que aquel estirado presuntuoso de Arnalt asumiera su formación en estrategia militar. En el fondo, sabía que se trataba de uno de los mejores hombres del ejército del rey, por algo había llegado a comandante a edad tan temprana pero algo en él no acaba de convencerle. Sus ojos azabache le parecían turbios y penetrantes en las contadas ocasiones en las que Arnalt lo miraba directamente. Aquella barbilla afilada y altos pómulos no ayudaban a suavizar su aspecto, por no hablar de la lacia melena oscura que le caía hasta los hombros. Además, debía admitirlo, aunque su hermana Cloe lo sacaba de quicio, no le gustaba nada esa forma en la que el joven oficial la miraba y aún le gustaba menos que la infanta respondiese a sus insinuaciones. Al fin y al cabo, se trataba de su hermana.

 

Habían pasado ya más de cuatro años desde aquella tarde de Mayo en la que descubriera el castillo en el claro. A pesar de haber conseguido escabullirse de la atenta mirada de su madre, hermanas y demás miembros de la corte en varias ocasiones desde entonces, no había sido capaz de encontrar la imponente fortaleza de nuevo. Quizás aquel día el agotamiento o la insolación le habían desorientado ligeramente y por ello no daba con el camino correcto. Lejos de perder toda esperanza o dudar de su existencia, Klaus no cesaba en su empeño y se había pasado los cuatro últimos años urdiendo planes y estrategias para alcanzar su meta.

 

Munio, uno de los sirvientes del castillo tocó con los nudillos a la puerta de sus aposentos. Sabía que era él por su modo de llamar. Se trataba de un mozo poco mayor que Klaus, con el que este tenía cierta complicidad y sin el que habría sido imposible escabullirse de aquella especie de cárcel impuesta que suponía para el joven príncipe la fortaleza del rey. Su ancha constitución y desproporcionada estatura, daban a Munio una apariencia desgarbada y más bien hosca. Sin embargo, su pecosa cara redondeada y de suaves rasgos unida a aquel rebelde cabello rojo, revelaba la verdadera naturaleza del chico, bondadosa e inocente. Los dos jóvenes habían establecido una especie de código que incluía el uso de una llamada especial por la que Klaus, rápidamente identificaba a su amigo. Estaba ansioso por tener noticias de Munio. Este tenía acceso a las cocinas, cuadras y, por lo tanto, a conversaciones que a Klaus le estaban vedadas. Aunque hacía tiempo que el joven príncipe temía por la salud de su madre, últimamente esta parecía haberse agravado. Las ojeras eran evidentes bajo sus verdes ojos y las arrugas habían transformado el dulce rostro de la reina en una máscara de tristeza cuya visión constituía para Klaus la más terrible de las torturas. Cada vez que el joven le  preguntaba por la causa de tal estado, esta cambiaba de conversación y últimamente ni siquiera encontraba un momento para pasear con su hijo por los jardines del castillo. Klaus sospechaba que la falta de tiempo era una mera excusa.

-Munio, decidme presto- ¿Alguna nueva sobre mi madre? -Preguntó Klaus preocupado.

-Lo siento señor, pero parece que sigue inmersa en una profunda melancolía. Las damas cuchichean a sus espaldas y hay rumores de que está perdiendo la cabeza, pero nadie sabe a ciencia cierta cuales son sus preocupaciones.- Contestó su fiel amigo.

Mientras mantenían esta conversación, ninguno de los jóvenes se percató de una sombra que acechaba tras los pesados cortinajes al otro lado del corredor. Enseguida se oyó a uno de los sirvientes llamar a Munio, que se sobresaltó y se dispuso a acudir raudo a la llamada.

-Gracias Munio, hablaremos cuando anochezca, ya sabéis...- susurró el joven príncipe

-Hasta la noche pues, mi señor.

Klaus pensaba aprovechar que sus hermanas irían a visitar el mercado al día siguiente para escaparse del castillo y tratar de buscar la fortaleza del claro. Para ello contaba con la ayuda de su amigo, con el que trazaría un plan. Lo que ninguno de los dos jóvenes podía sospechar entonces era que esa noche no tendría lugar ningún encuentro entre ambos. Ni esa ni las que la siguieran...

 

Habían pasado unas horas desde el almuerzo . Como cada día desde hacía meses, la reina tampoco se había sentado a la mesa con sus hijos y aquellos miembros de confianza de la corte. Klaus había subido a sus aposentos a estudiar y llevaba ya un buen rato absorto en sus libros. Los últimos días las clases habían tocado un tema que al fin conseguía captar su interés: “Incursiones militares de la armada”.No es que la guerra lo fascinara, ¡En absoluto! No obstante, todo lo que tenía que ver con barcos y navegación lo impresionaban sobre manera. Por supuesto, le encantaría capitanear un barco en el que no fueran necesarios los cañones. En esos pensamientos andaba, cuando llamaron a la puerta. Se trataba de Froila. El joven se alarmó y no debió de ser capaz de disimular su preocupación puesto que la dama de compañía de su madre se apresuró a tranquilizarlo.

-Estad tranquilo mi señor, solo vengo a trasladarle los deseos de la reina de que acuda a visitarla a sus aposentos. -Le comunicó la dama con presteza

-Muchas gracias Froila, ¿Se encuentra bien mi madre? -La peocupación le impedía disimular su impaciencia

-Claro... claro señor, no tiene motivos para alarmarse.

Klaus sabía que, aunque Froila supiera algo nuevo referente a la salud de su madre, no se lo diría. Decidió no pensar más en ello ni adelantar acontecimientos así que dejó sus libros ordenados y se dispuso a acudir a la llamada de la reina.

 

La penumbra invadía el interior del castillo. A esas alturas del mes de Octubre  oscurecía relativamente temprano y la ausencia de luz no contribuía a mejorar el ánimo del joven príncipe, que se dirigía con paso enérgico hacia los aposentos de su madre, al otro extremo del ala oeste del castillo. Cuando se encontraba al final del corredor, disponiéndose a girar a la izquierda, notó un rápido movimiento a sus espaldas y un dolor agudo en la nuca le hizo comprender que estaba siendo víctima de un ataque. Al instante todo se volvió negro.(continuará)


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