AFRODISÍACOS

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Después de una noche de acalorada pasión despertó esa mañana mientras la esposa hacía ruidos en la cocina alistando el desayuno y el almuerzo antes de irse al trabajo. Como siempre ella se iba a las seis y media y él se quedaba otro rato en la cama hasta las ocho. Eso creía ella. Pasado un rato la oyó salir sin decir nada al imaginárselo dormido o por haber perdido la costumbre hacía ya tiempo. “Que se vaya bien pronto” pensó mientras se rebullía en la cama en medio de la placidez del calor mañanero. “Casi me acaba esta mujer, menos mal estaba preparado”. Se dijo con cierta risa.

El caso es que esperó un cuarto de hora y se levantó silencioso como si temiera que ella aún estuviera cerca y salió cubierto con una cobija. Atravesó el patio, empujó suave la puerta donde su joven cuñada  dormía y cada noche antes de acostarse dejaba sin cerrojo para que pudiera entrar y lo esperaba despierta y casi desnuda. Esta vez la contempló unos instantes con la cara reclinada a un lado de la almohada y le recordó a su esposa diez años atrás. Se parecían mucho las dos, como gemelas, pero de diferente época. Lento fue haciendo descender la cobija que la cubría hasta arriba de la cintura mientras observaba su piel trigueña. Ella, que no estaba dormida como pensaba le arrancó la cobija de un tirón.

-No seas bruto que este frío está horrible.

Enrique soltó  una carcajada y se acomodó al lado de ella.

-Debes estar más exprimido que un chupo.

-No, para nada.

-No te voy a creer: anoche escuché esa cama que chirriaba cada rato, creo que no te dejó descansar en toda la noche.

-No creas, tengo mi secretico que me funciona siempre.

-Vamos a ver cómo te funciona hoy—le dijo mientras sus manos lo empezaban a recorrer por entre las cobijas.

-Te voy a demostrar que estoy enterito. Y que anoche ya todo quedó saldado. Tú sabes que me toca darle gusto a ella, además es bueno para que no sospeche. ¿No te parece?

Lo cierto es que Enrique ya llevaba más de medio año demostrándole de que era capaz cada mañana apenas  su mujer se iba al trabajo. Aunque él en principio no fue partidario que viniera a pasar unos días que después se volvieron meses y la miraba con total apatía porque no le llamaba la atención una nueva carga económica y al ver que no conseguía trabajo y otras porque no salía a buscar, dejó que permaneciera en la casa. Reconocía también que sus intenciones nunca fueron las de tocarle siquiera un cabello. Tampoco le hacía gracia verla por las mañanas en shorts caminando por el patio y le había dicho a su mujer dile que no se ponga eso, que la verdad, no me parece y ella le dijo  que acaso qué podría tener de malo  si en su lejana tierra  por el clima y por comodidad vestían de esa manera. Y fue así como dejó pasar los días sin prestarle atención y era ella la que se acercaba en las mañanas a la cocina mientras calentaba el desayuno antes de irse al trabajo y conversaban un buen rato. Así empezó todo. De la forma menos esperada por él y sin que se diera cuenta de nada. Los dos habían empezado a ir por el mismo camino sin proponérselo.

Y no era que Enrique hubiera dejado que las cosas pasaran porque sí. El primer beso que le había dado una mañana antes de irse al trabajo le había costado la tranquilidad del día y el sueño de la noche. No paraba de pensar en lo mismo. Esta mujer sólo le estaba trayendo un poco de cosas que en algún momento le iban a dar problemas y nada más. Pero aunque quiso alejarse como pudo, ya era incierta cualquier tentativa, y los besos se fueron volviendo más apasionados y las manos empezaron a tocar más allá de las simples caricias. Ya no pudo resistir más y una mañana empezó a visitarla y a meterse poco a poco en su cama hasta dominar por completo el temor de hacerlo con otra mujer diferente antes de desayunar e irse al trabajo en la oficina de apuestas.

Al principio se decía a si mismo que ojalá no le gustara para que pronto desapareciera aquel arrebato así como les había llegado, pero no fue así. Cada día que iniciaba amanecía con una nueva expectativa mientras que su esposa, cansada del trabajo y las labores de la casa le iba ofreciendo cada vez menos imaginación a las noches de amor y por el contrario, cada vez el cansancio la llevaba a dormir y a hablar menos y ser menos complaciente. Fue así como las noches ya no importaron tanto porque cada mañana al despertarse la escuchaba repitiendo los mismos ruidos de la cocina antes de despedirse y salir por la puerta.

Sin embargo el último mes, por extraña razón, le pareció notar un cambio en ella como si hubiese retornado su deseo del principio y antes de dormir lo buscaba con intensidad y las noches volvieron a ser apasionadas. Creía al comienzo que podía tratarse del efecto de los productos químicos que ella manipulaba en el trabajo que le habían devuelto las ganas, pero en realidad había sido él quien buscaba algo que le permitiera mantenerse en forma para estar con ambas a mañana y noche y no hacer notar, en el caso de Martha que algo pasaba y ponerla en sospecha.

Desde entonces gastaba más dinero en afrodisiacos químicos y naturales que encontraba en las tiendas y anunciaban en las propagandas. Y le funcionaban de manera excelente, solía decirle en broma a Bibiana cuando le preguntaba cómo eran las noches con Martha. Le volvía a decir que su secretico no fallaba para nada, que podía dormir tranquila pues por la mañana llegaría tan puntual como siempre a complacerla como más le gustaba. Por eso no se preocupaba por las exigencias constantes de Martha antes de ir a dormir si manteniendo su ración podía disimular tranquilo.

Y fue así como esa mañana  empezaron un poco más temprano y el rato se les prolongaba más y más con la común certeza de que sería uno de los mejores. Era uno de los goces más deliciosos desde hacía tiempo y no querían despegarse, al contrario, juntaban los cuerpos y se devoraban por instantes que parecían enloquecer y ya ni los gemidos reprimían como al principio. Ahora se oían más fuerte, justo en el momento en que se sonó un ruido en el patio como de pasos silenciosos que se acercaban a la puerta que se abrió de una fuerte patada y apareció Martha en el borde con un recipiente grande repleto de agua hirviendo a juzgar por el vapor que emanaba y les grito lo suficiente fuerte para que oyeran los vecinos que habían venido tras ella y estaban agolpados en la puerta “Así los quería encontrar” Antes de empezar a arrojarles encima el agua caliente sobre sus cuerpos desnudos que ante el temor y la sorpresa parecían paralizados y no habían alcanzado a cubrirse.


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