Mi momento con las estrellas I

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Y comenzó lo que más tarde me di cuenta fue todo un ritual de cortejo.

Me entregó la cerveza con un inicio de sonrisa en su boca y una leve inclinación de cabeza, en la que toda su negra melena reposaba sobre su brazo derecho y rozaba su cadera. Junto a mi quinto trago volvió a aparecer con un plato entre las manos, se arrodilló sobre la arena frente a mí con una sonrisa que esta vez mostraba sus dientes y con la delicadeza propia de las mariposas me tendió el plato. Mis ojos se posaron sobre su hombro izquierdo, a primera vista pude contar unas ocho ó diez estrellas tatuadas que se perdían bajo su camiseta, al subir la vista ella me agarró la mirada, creo que me ruboricé, aunque he de confesar que no sé si realmente conozco la sensación, pero un regimiento de hormigas comenzaron a trasladarse desde un lóbulo de mi oreja al otro usando mi nuca como puente.

-Kop kun ka, -le dije como pude.

-Un placer! – me contestó empleando la sonrisa que mis labios se empeñaban en esconder.

Y desapareció. Me bebí la cerveza restante de un trago, aguantando un eructo que escapó por la nariz.

Empecé a comer, deliciosa carne blanca de pescado con salsa de soja, lima  y cebolla con  ensalada de pepino y cacahuetes, estos platos conseguían que retomara el placer por llenarme el estómago. Y me sumergí en este placer….hasta que al dar un trago a la cerveza sólo una gota caliente se posó sobre mis labios. Busqué a la camarera con la mirada y la encontré acercándose a mí con una cerveza helada en la mano. Me la tendió.

-¿Te voy cocinando el resto de la barracuda? -me dijo riendo con los ojos.

-¿La has cocinado tú?.

Y toda su delicadeza sucumbió ante su carcajada.

-No, pero sí que escogí el mejor trozo de pescado para ti. –contestó abriendo un poco los ojos.

Sonrisa, inclinación de cabeza,  cascada negra sobre el hombro, retirada y procesión de hormigas a la carga.  Me di un par de manotazos en la nuca y empiné el codo, un poco más, un poco más, y una gota se volvió a posar sobre mis labios.

Acababa de tomar mis primeros tragos de alcohol con la desesperación del que bebe por olvidar o para no darse cuenta de la realidad. Acababa de tener mi primera descarga de burbujitas entre los muslos provocada por una mujer. Años atrás, me había lanzado a besar a una chica a la que admiraba y no me gustó, hice

 

esfuerzos por separarme mientras ella sujetaba mi nuca firmemente, me agobié, de un empujón la separé y con un cobarde de su boca acabaron todas mis relaciones tanto reales como imaginarias en lo que al sexo con mujeres se refiere.

Pero ahora me había excitado sin besarla, sin tocarla y sin saber nada de ella. Sabía que tenía que tomar una decisión, debía elegir entre jugar o rendirme. Y un cóctel lleno de flores se posó sobre mi mesa. Bebí sin ni siquiera mirar los ojos que me analizaban.

Se volvió a sentar de rodillas en la arena frente a mí, y la miré.

-¿Por qué tengo la sensación de que todo lo que me traes es lo mejor que he probado nunca?

-Supongo que porque estás en el momento adecuado, en el lugar adecuado  y, quizás también porque hago todo lo posible por complacerte. -esto último lo dijo suavizando el tono de voz.

Otro trago, el exquisito liquido que me daba unos segundos para pensar, a este paso no iba a estar sobria ni para jugar al solitario, ya había tomado la decisión, o mejor expresado, mi cuerpo ya había decidido por mí. Vale, ¿cómo se juega a esto?

-Entonces, ¿debo agradecértelo a ti o al destino?- dije con mi primera sonrisa.

-Bueno, yo preferiría que me lo agradecieses a mí. –apuntó mientras se enderezaba un poco.

-¿Cómo?- pregunté, mientras mi imaginación me contestaba.

-Como lo estás haciendo, sin cerrar puertas. -Y perdiendo su natural delicadeza me arrancó el vaso de las manos y de tres tragos lo dejó sobre la mesa lleno únicamente de hielo y flores.

-¿Pedimos otro? Te noto sedienta. –dije practicando mi sonrisa.

-Vale, pero son de aquí al lado, ¿vamos?- dijo mordiéndose el labio.

No contesté, me levanté y le tendí la mano.

-Tengo que ir a pagar. –dije tirando de ella hacia mí.

-No, ahora no. –contestó mientras me obligaba a seguirla tirando de mi mano.

Una vez en el bar, mientras ella charlaba con el camarero en tailandés, yo aproveché para observarla y seguir contando estrellas, doce más un par de piquitos que asomaban por el borde de su camiseta, sobre la sutil inclinación que anunciaba el inicio de su pecho, deseé asomarme y me imaginé rozándolas con la punta de mi nariz.

-¿Te gustan?- escuché desde de mi rincón en el mundo.

-No lo sé, quizás debería probarlas.-Ups, ya está, de cabeza a la piscina.

Sus ojos se abrieron como sólo los ojos de los dibujos animados asiáticos pueden hacerlo, redondos, negros y creo que con estrellitas también.

-Coge tu vaso, vamos arriba, es un lugar especial.- Me dijo tendiéndome el vidrio lleno de flores.

Asentí en silencio y bebí, el líquido calmaba mi ansia. Se dio media vuelta  y la seguí, se dirigió hasta el final de la barra y comenzó a subir unos peldaños de madera prácticamente verticales que comenzaban en el lateral de la barra. Sujetando mi placebo con una mano, la escalera con la otra y sin poder apartar la vista de su culo tuve que hacer un esfuerzo descomunal para seguir subiendo al cielo y no caerme de espaldas.


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