Mi momento con las estrellas III

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Poco a poco fui tomando conciencia sobre dónde me encontraba y como había llegado allí, ella estaba a mi lado, sonriente, pícara y juguetona, busqué el exterior alcanzando la tela que hacía de cortina y ladeándola, necesitaba un punto neutro al que mirar, y el camino de luz que se extendía hacia el horizonte me hizo recuperar el norte, mis hormonas comenzaron el retorno a su guarida, ardua tarea mientras ella sacaba la pajita que no había llegado a utilizar en mi urgencia por tragar y dejaba caer gotitas heladas sobre mi pecho para succionarlas después.

-¿Quieres otro?, mi dulce Kinnari.- ¿ehh, que me había llamado?, conseguí dejar de lado mi urgencia por saber que a veces tanto odiaba y le dije que sí con la cabeza.

Me miró y me sonrió ladeando la cabeza y balanceando su pelo, pero esta vez las hormigas se quedaron pacientes en el hormiguero. Agarró una de las telas-cortina y envolviéndose en ella desapareció con pasitos cortos, la oí susurrar algo desde arriba y enseguida volvió a entrar y me tendió el vaso lleno de flores.

Mientras el líquido bajaba hablamos sobre nuestros nombres, edad o procedencia, nada demasiado interesante.

Aquella noche al volver a mi bungaló tras despedirme de ella con un beso en el que me pedía que me quedase y al que yo no sucumbí, cerraba los ojos y solo veía estrellas, estrellas danzando en mi mente.

A la mañana siguiente desperté con la cabeza extrañamente despejada y tras el ritual de baño y desayuno, me puse a leer, pero me resultó imposible porque todas las letras se distorsionaban hasta convertirse en estrellitas. Me dirigí paseando hacia el restaurante a pagar la cuenta de la noche anterior. El camarero, con una mueca que contenía una carcajada, me dijo que aquello ya estaba cobrado, así que me pedí un batido de sandía y le dejé un billete de 500 baths en la barra. Tendría que averiguar el significado de Kinnari, ¿aunque qué más daba que significase ninfa o putita?

Cogí un camino de palmeras paralelo a la playa de vuelta a mi bungaló, y a unos diez metros, en el parking del restaurante un par de chicas aparcaban sus motos y descargaban bolsas de verduras. Enseguida reconocí su melena y la misma camiseta de la noche anterior ciñendo su contorno. Me acerqué unos metros escondiéndome tras una jaula repleta de envases de plástico y pude espiarla sin ser vista. Riendo se volteó y vi la galaxia de su hombro, y mientras se dirigía al Imagine pasando a tres metros de mí pude ver también sus cejas juntas y pobladas, y la pelusilla de su bigote, ¿estaba todo eso ahí la noche anterior o había crecido esta mañana? Los brazos que tanto me habían acariciado y los hombros que yo tanto había besado y me habían parecido de seda virgen estaban cubiertos por una espesa y oscura capa de vello. La vi alejarse moviendo cadera y melena en perfecta armonía.

Aquella noche, cuando buscaba el sueño por mi mente danzaban estrellas peludas.

 

 

 

 

 


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